Los siervos y la bomba
Los siervos. ?Qu¨¦ ser¨¢ de los siervos? De nosotros, ya lo sabemos. Somos hombres inciertos, seguros durante algunos instantes, pero normalmente perplejos, mejor dicho, indecisos, listos para contradecirnos, para enredarnos miserablemente en ese mismo pensamiento que apenas ayer parec¨ªa darnos seguridad. Una duda nos persigue: ?ser¨¢ de verdad as¨ª? No, no, ha sido una confusi¨®n. E inmediatamente despu¨¦s: ?y si en cambio fuera verdad? De vez en cuando, aunque es raro, se abre un resquicio: ah, ahora lo comprendemos. Pero mucho m¨¢s a menudo estamos a oscuras, avanzamos a tientas, todo nos parece insensato; mejor dicho, m¨¢s que todo, el mundo; mejor dicho, m¨¢s que el mundo, el universo; mejor dicho, m¨¢s que el universo, nosotros mismos. Y entonces, dale con las eternas preguntas que en aquel cumplea?os, en un brindis mental con nosotros mismos, nos hab¨ªamos prometido no volver a hacernos m¨¢s. Porque al llegar a cierta edad, ciertas preguntas ya no puedes seguir haci¨¦ndotelas, no es serio. Pero ?qu¨¦ sentido tiene todo esto? ?Qu¨¦ hago aqu¨ª? ?Y si cambiara todo precisamente ahora? ?Y si estuvi¨¦ramos todav¨ªa a tiempo? Y si... y si. Con el espejo en esos momentos, ya se sabe, lo mejor es mantener las distancias. No s¨®lo por las ojeras, la mala cara, la expresi¨®n est¨®lida de quien se ha dado una carrera con la lengua fuera hasta la parada del autob¨²s, y no es que hubiera perdido el autob¨²s, es que su autob¨²s hab¨ªa sido suprimido. No, es precisamente nuestro rostro el que no nos apetece ver, nos parece detestable. La barbilla apoyada en las manos, los codos sobre la mesa, la mirada perdida m¨¢s all¨¢ de la ventana, mirando a lo lejos sin ver nada: ?seremos capaces de pasar la tarde? Por si fuera poco, es domingo. ?Las dudas, qu¨¦ fatiga! ?Y en cambio, los siervos, ellos! No deja de ser cierto que existen desde que existe el mundo, inmutables tal y como aparecieron el primer d¨ªa de la creaci¨®n, sustra¨ªdos por naturaleza a las leyes de la evoluci¨®n darwiniana, casi como para afirmar la inmutabilidad del Ser; pero hay momentos de la historia en los que abundan, como en ciertas a?adas de naranjas, cuando la cosecha es superior al consumo. Tienen en su mano la Historia. Porque, contrariamente a lo que se cree, no son los amos quienes crean a los siervos, son los siervos quienes crean a los amos. Les son necesarios como linfa vital para poder renegar de ellos en el momento oportuno y elegir as¨ª otro amo, para renegar de ¨¦l m¨¢s tarde y elegir otro y otro m¨¢s y otra vez, hasta el infinito, as¨ª podr¨¢n continuar siendo para siempre siervos. Los amos, en cambio, son caducos.
Hace unos d¨ªas ve¨ªa en la televisi¨®n la manifestaci¨®n italiana por la paz que la televisi¨®n estatal no retransmiti¨® y escuchaba a los comentaristas que estaban llamados a comentarla (por eso se llaman comentaristas). El mundo entero se hab¨ªa echado a las calles, a las plazas de las ciudades, a las m¨¢s cercanas a nosotros y a las m¨¢s lejanas, de nombres ex¨®ticos, a los tr¨®picos y a las ant¨ªpodas. Eran millones de personas. Se les ve¨ªa filmadas desde lo alto y eran como muchos puntitos, parec¨ªan hormigas, cu¨¢nta gente, pensaba yo, y cada persona una cabeza distinta, como dec¨ªa mi abuela, y todas aquellas personas estaban all¨ª, todas juntas, en sus diversas ciudades porque pensaban lo mismo. Qu¨¦ extra?o, pensaba yo, piensan todos lo mismo, como por lo dem¨¢s lo pienso yo tambi¨¦n. Y pensaba tambi¨¦n que si a uno de aquellos millones de puntitos, a uno cualquiera, estuviera donde estuviera, en Tokio o en Par¨ªs o en Melbourne, le dol¨ªa un pie, sent¨ªa el mismo dolor que siento yo si me duele un pie; y si estaba afligido porque se le hab¨ªa muerto un pariente o un amigo, sent¨ªa exactamente la misma aflicci¨®n que he sentido yo cuando se me ha muerto un pariente o un amigo m¨ªo; y si se alegraba porque un pariente o un amigo suyo que parec¨ªa estar a punto de morir, en cambio, sanaba, sent¨ªa la misma alegr¨ªa que he sentido yo cuando un pariente o un amigo m¨ªo que parec¨ªa estar a punto de morir sanaba. Y si, llegado el caso, sobre el tejado de su casa pasara una nube radiactiva, estirar¨ªa la pata exactamente como la estirar¨ªa yo si sobre el tejado de mi casa pasara una nube radiactiva, con los mismos s¨ªntomas y las mismas penas corporales. Y eso independientemente del idioma que hable, del color de su piel, de la religi¨®n que profese o no profese y de sus costumbres alimenticias. Cosas todas estas que ya sab¨ªa, naturalmente, pero que en ese momento sent¨ª como nunca me hab¨ªa ocurrido. Y en ese mismo momento cerr¨¦ los ojos y vi un Estallido. El Gran Estallido. El Estallido Total. El Estallido Supremo. El Estallido Absoluto. En el resplandor de un instante, el dios destructor aniquilaba aquel mundo que un dios creador hab¨ªa empleado seis d¨ªas en amasar, como un Big Bang al rev¨¦s: el Big Flop. Ya no hab¨ªa nadie. Yo tampoco estaba, aunque a¨²n pudiera ver el mundo. Liso, pulido, silencioso, cubierto de talco, aquel mundo mondo de todo iba de vac¨ªo en el vac¨ªo. De los humanos, ni sombra: millones de a?os a la basura. O mejor dicho, algunas sombras sobre las piedras, como aquel umbral de m¨¢rmol que hab¨ªa visto en Hiroshima, donde una persona sorprendida por el Estallido Absoluto, en su licuefacci¨®n, dej¨® en el umbral de su casa la huella de su cuerpo indeleble y transustanciada en el mineral como la huella de una mariposa f¨®sil. As¨ª hab¨ªamos acabado todos nosotros: como sombras en las piedras. Y mientras desde el observatorio del m¨¢s all¨¢ yo observaba la Tierra desolada, de repente me asalt¨® una idea. No, no era posible que todo acabara en la nada. Tal vez hubiera una esperanza: los siervos. Ellos no morir¨¢n con nosotros. A su manera est¨¢n ya muertos, y por tanto son inmunes. Ya se han suicidado, como los kamikazes, cuyo suicidio tiene lugar antes de que hagan estallar su cintur¨®n de explosivos, en el momento en que se lo ponen. Y esta premuerte les asegura una ontol¨®gica supervivencia, la misma que les ha hecho imperecederos, desde los asirio-babilonios hasta la era at¨®mica. Y entonces, como tra¨ªda por una desesperada epifan¨ªa, una convicci¨®n de esperanza para la Humanidad naci¨® de la visi¨®n de las escorias radiactivas. Me puse en pie en¨¦rgico, convencido, m¨¢s humano que nunca. ?Siervos, oh siervos, he pensado, ¨¢nimo, adelante!, ?la continuaci¨®n de la especie est¨¢ en vuestras manos! Ahora comprendo por qu¨¦ pod¨ªais burlaros de quienes temen el Apocalipsis: gracias al Gran Estallido, desintegr¨¢ndome, me he integrado: el Apocalipsis no es igual para todos. Ser¨¢ s¨®lo parcial, vosotros perpetuar¨¦is la estirpe de Ca¨ªn. El Juicio Universal no era m¨¢s que una f¨¢bula. Los hombres son eternos. Nuestra eternidad reside en vosotros.
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