Am¨¦rica Latina, ante una disyuntiva desgarradora
Hoy en Chile y en M¨¦xico tiene lugar un debate que ilustra a la vez las grandes oportunidades abiertas para Am¨¦rica Latina en el escenario mundial y las inmensas dificultades que la regi¨®n enfrenta para aprovecharlas. En efecto, detr¨¢s de la discusi¨®n sobre si ambos pa¨ªses debieran haber ingresado al Consejo de Seguridad de la ONU se trasluce un dilema m¨¢s amplio y complejo: si Am¨¦rica Latina debe participar activamente en el dise?o y construcci¨®n del nuevo orden mundial de la posguerra fr¨ªa, caracterizado simult¨¢neamente por la hegemon¨ªa de los EE UU y por el esfuerzo del resto del mundo por acotar y controlar esa hegemon¨ªa, a sabiendas de que dicha participaci¨®n entra?a la aceptaci¨®n de responsabilidades nuevas, la modificaci¨®n de principios b¨¢sicos y la cesi¨®n de segmentos importantes de soberan¨ªa; o si el subcontinente debe mantenerse fiel a sus tradiciones y convicciones, a sabiendas de que ello implica su marginaci¨®n del proceso de edificaci¨®n de una estructura a la que de cualquier manera tendr¨¢ que someterse a la larga. Se trata de una disyuntiva desgarradora.
El debate sobre el Consejo de Seguridad es una prenda de las aristas del asunto. Es evidente que los argumentos que se esgrimen en M¨¦xico y en Chile contra la participaci¨®n de ambas naciones en el m¨¢ximo ¨®rgano de legitimidad multilateral son contradictorios. No se puede apoyar por un lado el multilateralismo, las Naciones Unidas y el derecho internacional, y por el otro negarse a participar en el Consejo; no se puede denunciar el unilateralismo estadounidense y negarse a pertenecer al ¨²nico mecanismo que puede, tal vez y muy de vez en cuando, ponerle l¨ªmites al mismo. Los argumentos utilizados contra la participaci¨®n de Chile o M¨¦xico en el Consejo ("Somos muy vulnerables debido a la frontera o a la inminente aprobaci¨®n de un Acuerdo de Libre Comercio"; "somos m¨¢s apegados a los principios de la Carta de las Naciones Unidas debido a nuestras tradiciones nacionalistas y/o de pol¨ªtica exterior, de Gabriel Vald¨¦s a Alfonso Garc¨ªa Robles") son generalizables a casi todos los pa¨ªses de Am¨¦rica Latina.
Tres, y hasta hace poco cuatro pa¨ªses (El Salvador, Panam¨¢, Ecuador y la Argentina) usan la moneda americana; en Colombia hay una fuerte presencia militar norteamericana; Venezuela vende una proporci¨®n considerable de su petr¨®leo a un solo mercado; Costa Rica vive de los pensionados norteamericanos que radican en aquel pa¨ªs, etc¨¦tera. Y sobran pa¨ªses en la regi¨®n imbuidos de una fuerte tradici¨®n nacionalista en pol¨ªtica exterior: desde la Argentina de Per¨®n hasta el Brasil de Vargas, pasando, por supuesto, por M¨¦xico, Chile, Cuba, y varios m¨¢s. Si cada pa¨ªs latinoamericano con alg¨²n grado de vulnerabilidad frente a Estados Unidos y/o provisto de principios tradicionales de pol¨ªtica exterior (asimilables finalmente a las tesis de la Carta de las Naciones Unidas, firmada por pr¨¢cticamente todas las naciones de Am¨¦rica Latina desde 1945), se abstuviera de ingresar al Consejo de Seguridad, ¨¦ste se quedar¨ªa sin membres¨ªa de Am¨¦rica Latina.
Pero m¨¢s all¨¢ de estos razonamientos poco persuasivos se perfila una contradicci¨®n de mayor envergadura. Pocas regiones del mundo como Am¨¦rica Latina poseen intereses objetivos tan coincidentes con la construcci¨®n de una nueva normatividad internacional rigurosa, amplia y precisa. En materia ambiental, de derechos ind¨ªgenas o migrantes, de derechos humanos o de comercio internacional, de defensa de la democracia o de derechos laborales, las naciones de Am¨¦rica Latina tienen m¨¢s que ganar y menos que perder que casi cualquier otra regi¨®n del mundo de la creaci¨®n de un r¨¦gimen de valores universales -por definici¨®n, supranacionales- en esta materia.
Pero al mismo tiempo pocas zonas del mundo manifiestan tanto apego y respeto por una serie de tradiciones y principios hoy en d¨ªa contrapuestos al proyecto universalista anteriormente mencionado. La no-intervenci¨®n, la defensa irrestricta de la soberan¨ªa, la renuencia ante cualquier cesi¨®n consentida pero expl¨ªcita de soberan¨ªa, un enf¨¢tico nacionalismo ret¨®rico e ideol¨®gico, la reticencia a asumir responsabilidades "injerencistas", son constantes en las posturas de la inmensa mayor¨ªa de los Gobiernos latinoamericanos. En parte por razones hist¨®rias, en ocasiones a ra¨ªz de consideraciones de pol¨ªtica interna, en otros casos por motivos geogr¨¢ficos, una mayor¨ªa de las naciones del hemisferio conservan un fuerte grado de escepticismo frente al tipo de nuevo orden que se puede construir. Participan s¨®lo a rega?adientes.
Saber identificar las oportunidades que la actual coyuntura ofrece, y capitalizarlas, corresponde hoy a dos gobiernos latinoamericanos en particular. No porque alguna de estas dos rep¨²blicas, M¨¦xico o Chile, sea una gran potencia o tenga la capacidad de determinar por s¨ª sola el rumbo que tomar¨¢ el sistema internacional de la posguerra fr¨ªa. Tampoco es porque coincidentalmente ambas ocupan un asiento no permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones durante el 2003. M¨¢s bien tiene que ver con la manera en que estas dos naciones desempe?en un papel internacional que va m¨¢s all¨¢ de sus capacidades reales de poder diplom¨¢tico, pol¨ªtico y econ¨®mico, permiti¨¦ndoles ser un puente entre Estados Unidos y Europa por un lado, y el resto de Am¨¦rica Latina y otras regiones por el otro.
Si bien estas dos naciones son claramente, por peso econ¨®mico y pol¨ªtico, por ubicaci¨®n geogr¨¢fica, por vocaci¨®n y por tradici¨®n diplom¨¢tica, por visi¨®n del mundo, las que pueden abanderar en la regi¨®n las posiciones m¨¢s avanzadas, a¨²n llevan a cuestas pesadas resistencias y fardos ideol¨®gicos que constantemente est¨¢n minando su capacidad de liderazgo diplom¨¢tico en Am¨¦rica Latina. Parte del problema es que las identidades nacionales de ambos pa¨ªses est¨¢n definidas por el nacionalismo de los siglos XIX y XX y que fue el sustento de su creaci¨®n y consolidaci¨®n como Estados-naci¨®n. Y ese nacionalismo, en lugar de estar sustentado en la b¨²squeda por preservar y perseguir intereses nacionales en un contexto internacional determinado, necesariamente cambiante, est¨¢ anclado en concepciones de soberan¨ªa westfalianas, t¨ªpicamente atemporales.
La otra vertiente de esta paradoja ¨ªntimamente relacionada con el problema del nacionalismo reside en la incapacidad, o falta de voluntad, para entender y aceptar que en el nuevo milenio, internacionalizar la gobernabilidad mundial implica internacionalizar realmente el poder y ello lleva, ineludiblemente, a una cesi¨®n de soberan¨ªa. A ello las ¨¦lites pol¨ªticas e intelectuales latinoamericanas han sido particularmente renuentes, y lo siguen siendo hoy. M¨¦xico y Chile, los pa¨ªses y gobiernos que por fortuna representan hoy a Am¨¦rica Latina en el Consejo de Seguridad, son sin duda quienes mejor que nadie pueden tambi¨¦n romper estas inercias y asumir el liderazgo: no es una tarea f¨¢cil, pero es imperativa.
Jorge G. Casta?eda ha sido ministro de Relaciones Exteriores de M¨¦xico y es profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional Aut¨®noma de ese pa¨ªs.
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