?Qu¨¦ se?or!
Jos¨¦ Manuel Blecua Teijeiro se ha ido para siempre un 8 de marzo de 2003 en Barcelona, en cuya universidad hab¨ªa sido catedr¨¢tico de Literatura Espa?ola desde 1959. Nos lo recuerda un epigrama de Marcial: "?Todav¨ªa no sab¨¦is que la muerte no puede negarse?". Porque lo raro es vivir y que las cosas sigan siendo lo que son y lo que fueron cuando ¨¦l ya no est¨¢: la mesa, los libros de su inmensa biblioteca, el cipr¨¦s de Silos trasplantado a la calle zaragozana de Santa Teresa, donde vivi¨®, cerca del Instituto Goya, en el que ense?¨® a sus alumnos: L¨¢zaro, Alvar, Bueno, Monge, Buesa y, m¨¢s tarde, a sus hijos, Jos¨¦ Manuel y Alberto, o a Domingo Yndur¨¢in. Luego, en Barcelona, en el Patio de Letras que evocara Gimferrer, otro cipr¨¦s gemelo daba sombra y sue?os a numerosos alumnos llegados de todas partes para seguir sus clases sobre Mena, Don Juan Manuel, los Cancioneros, Fray Luis, Herrera, los Argensola, Cervantes, Quevedo, Unamuno, Guill¨¦n..., a los que dedic¨® tantas p¨¢ginas. O los veranos en la Universidad de Jaca, rodeado de alumnos y profesores extranjeros que le segu¨ªan por las tardes hacia el crep¨²sculo de Banagu¨¢s.
Elegante de modos, generoso, tolerante, liberal. Siempre invariable y atento a la ocasi¨®n, a la pregunta. Pulcro en el decir y en el hacer, preciso al editar o comentar un texto, con la palabra medida, con las maneras de quien comparti¨® saberes filol¨®gicos con don Ram¨®n Men¨¦ndez Pidal y los poetas del 27 en la Universidad Internacional Men¨¦ndez Pelayo, que lo premi¨® en 1993. Heredero de ese talante, aprendido de la Instituci¨®n Libre de Ense?anza, que marcar¨ªa su estilo de ser y su manera de trabajar, entreverado con un aragonesismo universal -muy graciano-, que trasciende el lugar sin renunciar al origen.
Una p¨¢gina cumplida de la Historia de la Literatura Espa?ola en el siglo XX, de la mejor ense?anza de la Literatura Espa?ola, desde el bachillerato hasta la m¨¢s alta investigaci¨®n universitaria, le pertenece. Escrita con la mejor letra, explicada con buen tino, editada con los puntos y las comas precisos, y comentada con la discreci¨®n de quien sabe compartir los saberes sin alardear de ellos.
Vivi¨® junto a los libros y para los libros, pero sin renunciar a la vida y a la jovialidad que traslucieron sus ojos y su pluma. "Amigo de sus amigos" -como dijera Jorge Manrique en sus versos, "?qu¨¦ se?or!". Sus disc¨ªpulos son ya legi¨®n, diseminados por toda la ancha geograf¨ªa de un hispanismo sin fronteras que se enriquece en el contacto con las dem¨¢s lenguas. Conocido tambi¨¦n m¨¢s all¨¢ de las aulas, entre poetas y escritores, que desde Salinas a Garc¨ªa M¨¢rquez, pasando por Espriu, Jaime Gil de Biedma y tantos m¨¢s, respetaron y admiraron su talento y finura exquisitos.
Blecua fue, sin duda alguna, el mejor conocedor de toda la poes¨ªa espa?ola, y a ella dedic¨® numeros¨ªsimas ediciones y estudios ejemplares. Adelantado de la cr¨ªtica textual, que aplic¨® tanto a un Fray Luis o a un Quevedo como a los poetas modernos, destac¨® por sus trabajos sobre las corrientes po¨¦ticas del Siglo de Oro y sobre los problemas de la transmisi¨®n literaria. Entre sus obsesiones como investigador estaba la de desterrar t¨®picos falsamente consagrados, como el del supuesto descuido y la falta de lima de los escritores espa?oles.
?Ojal¨¢ que en esta ¨¦poca de amnesia colectiva, en la que la Literatura desaparece poco a poco de la ense?anza b¨¢sica, releg¨¢ndose su presencia y la de las Humanidades a un papel ornamental y subsidiario, incluso en la Universidad, surjan horas lectivas y manuales como los de Blecua que despierten en los j¨®venes la vocaci¨®n literaria!
Puesto ya el pie en el estribo, apenas hace tres semanas, con la cabeza erguida y la voz clara, Jos¨¦ Manuel Blecua se promet¨ªa a s¨ª mismo hacer un estudio sobre la historia de las antolog¨ªas po¨¦ticas espa?olas, que tan bien conoc¨ªa y atesoraba. Como si ese deseo fuera a prolongar las horas, al igual que hiciera Cervantes decidido a reanudar La Galatea pocos d¨ªas antes de morir. Como si retomar el hilo del discurso supusiera seguir tejiendo la estambre de la vida.
Aurora Egido es catedr¨¢tica de Literatura Espa?ola de la Universidad de Zaragoza y presidenta de la Asociaci¨®n Internacional de Hispanistas.
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