Qu¨¦ extra?o
Por quinto a?o consecutivo, Matthias Goerne ha participado en el Ciclo de Lied de la Fundaci¨®n Caja Madrid y el teatro de La Zarzuela. El bar¨ªtono alem¨¢n se ha erigido, al menos cuantitativamente, en el punto de referencia de estas entra?ables citas. Es, por as¨ª decirlo, el capit¨¢n del distinguido club madrile?o de los liederistas.
La de anteayer, aplazada en dos ocasiones a lo largo del curso, no fue, ni de lejos, su mejor actuaci¨®n en la capital. Pasaron cosas extra?as. En primer lugar, se abrieron las puertas de acceso al teatro en los ¨²ltimos minutos, lo que dio lugar a comentarios de lo m¨¢s variado entre el respetable y, sobre todo, a que rondase por la calle Jovellanos el fantasma de una nueva cancelaci¨®n. Despu¨¦s, el artista y su acompa?ante aparecieron en escena con 10 minutos de retraso, algo que si en las m¨²sicas m¨¢s ligeras es una costumbre asimilada, en el mundo cl¨¢sico es, como en los toros, un sacrilegio. Adem¨¢s, ni artistas ni organizadores dieron ning¨²n tipo de explicaci¨®n.
Matthias Goerne
Matthias Goerne (bar¨ªtono). Con Eric Schneider (piano). Canciones de Brahms. IX Ciclo de Lied. Fundaci¨®n Caja Madrid, teatro de la Zarzuela, Madrid, 13 de marzo.
La afinaci¨®n del piano estaba, al parecer, en el eje de todos los problemas y justificaciones. Record¨¦ la an¨¦cdota de un director de orquesta que al debutar en un teatro espa?ol primero rog¨®, despu¨¦s exigi¨® y al final amenaz¨® con marcharse si no afinaban el piano. "Maestro", le dijeron, "no se ponga usted as¨ª, que en los ¨²ltimos a?os nos han dirigido ilustres directores como Fulanito o Menganito y nadie nos ha hecho esta reclamaci¨®n". Lo cierto es que en el descanso del recital de Goerne y Schneider apareci¨® una pareja de afinadores en el escenario para dar el ¨²ltimo toquecito, lo que constitu¨ªa una imagen ins¨®lita y la demostraci¨®n de que las heridas no estaban suficientemente cerradas.
Por la afinaci¨®n, o al margen de ella, Goerne y Schneider tuvieron una primera parte m¨¢s bien decepcionante en su inmersi¨®n en el mundo de Brahms, no acertando a crear un universo po¨¦tico musical o una atm¨®sfera ligada a la hermosura de las canciones. La desconcentraci¨®n era notable y se reflejaba en problemas de compenetraci¨®n entre cantante y pianista, en cuestiones de estilo y, si me apuran, hasta en deficiencias t¨¦cnicas. El recogimiento del universo lieder¨ªstico se hab¨ªa esfumado. En la segunda parte se hizo evidente una mejora -estamos ante un par de grandes int¨¦rpretes-, especialmente sugerente en canciones como Mondenschein (Claro de luna), Lerchengesang (El canto de la alondra) y en los dos ¨²ltimos de los Cuatro cantos serios. El recital, a estas alturas, ya se hab¨ªa extraviado y los recuerdos corr¨ªan r¨¢pido hacia aquella maravillosa La bella molinera, de Schubert, que estos dos mismos artistas ofrecieron en este mismo lugar el 10 de marzo de 2000. Deben volver lo m¨¢s pronto posible para borrar la impresi¨®n de este d¨ªa extra?o.
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