M¨¢s all¨¢ del enfrentamiento
Las circunstancias de la segunda guerra del Golfo son el producto de dos l¨®gicas contradictorias. En primer lugar, la de los neoconservadores estadounidenses, cuya formulaci¨®n m¨¢s sint¨¦tica se encuentra en la doctrina de la acci¨®n preventiva. Esta se asemeja al "principio de precauci¨®n" al que los europeos, en planos diferentes, est¨¢n tan apegados: en ¨²ltima instancia, el Gobierno estadounidense justifica la guerra no por una amenaza que Sadam ejerce en la actualidad, sino por las que con el tiempo pueda ejercer contra el propio Estados Unidos, unas amenazas virtuales que ning¨²n r¨¦gimen de inspecciones podr¨ªa eliminar. En segundo lugar, la l¨®gica internacionalista, a la que Francia ha dado su voz. Par¨ªs ha cre¨ªdo o ha hecho creer que la guerra pod¨ªa evitarse con un r¨¦gimen de inspecciones suficientemente firme. Cada uno ha fingido entrar en la l¨®gica del otro y ambos bandos han considerado la resoluci¨®n 1.441 como una victoria propia, ocultando en un primer momento unas interpretaciones divergentes.
Los estadounidenses han pretendido que quer¨ªan evitar la guerra y que s¨®lo depend¨ªa de que Sadam se sometiera "a la voluntad de la ONU". Los franceses han afirmado que los despliegues estadounidenses hab¨ªan logrado su objetivo ya que, gracias a ellos, Irak hab¨ªa empezado a desarmarse de forma efectiva. En definitiva, un verdadero-falso di¨¢logo de sordos. La sorpresa a lo largo de este interminable baile diplom¨¢tico han sido las opiniones p¨²blicas de todo el mundo. Hemos visto formarse y crecer un verdadero frente contra EE UU, que se explica a posteriori por dos razones complementarias. La primera es un fuerte resentimiento contra George W. Bush, cuya arrogancia, durante los primeros meses de su presidencia, se ha manifestado en todos los ¨¢mbitos de su pol¨ªtica exterior. La segunda, m¨¢s profunda, es el rechazo casi universal a una hegemon¨ªa estadounidense.
En EE UU, la opini¨®n p¨²blica ha oscilado como un p¨¦ndulo. Primero, pareci¨® reacia a un compromiso unilateral contra Sadam. Pero los estadounidenses son patriotas. Siguen conmocionados por el 11-S y han terminado por considerar la discrepancia dentro de la ONU como un combate anti-estadounidense, lo que les moviliza en torno a su presidente. En un principio, toda esta evoluci¨®n no era nada evidente. Todav¨ªa hace poco, muchos observadores preve¨ªan o esperaban un compromiso entre EE UU y Francia. Pero los dos presidentes, llevados por su l¨®gica, por el impulso de las pasiones o de las ilusiones, cada cual con su temperamento y su entorno, han seguido trayectorias divergentes. Las armas decidir¨¢n. Irak es un pa¨ªs exang¨¹e e impotente. La superioridad estadounidense es todav¨ªa m¨¢s aplastante que en 1991. Pueden producirse unos espasmos terribles, pero la hip¨®tesis m¨¢s veros¨ªmil -algunos responsables franceses parecen tener una opini¨®n diferente- es que la guerra ser¨¢ breve y decisiva. En cualquier caso, Washington ha apostado por ello. Las dificultades no dejar¨¢n de surgir, pero m¨¢s tarde. Gane Bush su apuesta o la pierda, de aqu¨ª a unas semanas, la escena internacional ser¨¢ diferente. En el plano diplom¨¢tico, los anglosajones ya han dejado ver el sentido de su estrategia de comunicaci¨®n. Francia ser¨¢ el chivo expiatorio. Ser¨¢ designada responsable del fracaso de la ONU pese a que no haya podido ejercer de manera efectiva su derecho de veto. Fracaso no quiere decir quiebra porque, pese a todas las vicisitudes, el mundo necesita a la ONU. En las Azores, Bush fue muy prudente respecto a este punto.
No obstante, en un primer momento EE UU maniobrar¨¢ para evitar cualquier nuevo enfrentamiento en el Consejo de Seguridad. Procurar¨¢ formar coaliciones ad hoc. A la espera de un reequilibrio del sistema, se ver¨¢ tentado de aprovechar cualquier ocasi¨®n para marginar, rebajar, incluso humillar a todo aquel que ose cruzarse en su camino. Para la diplomacia francesa, el nuevo periodo ser¨¢ muy delicado porque los pa¨ªses que a lo largo de la crisis se han parapetado detr¨¢s suyo seguir¨¢n su propio juego. La cuesti¨®n de la Alianza Atl¨¢ntica est¨¢ planteada desde la ca¨ªda de la URSS. Su desaparici¨®n no es probable, porque EE UU la necesita para "controlar" a Europa y una mayor¨ªa de Estados europeos consideran a EE UU el garante ¨²ltimo de su seguridad. Alemania aprovechar¨¢ la primera oportunidad para reestablecer los lazos con la superpotencia. Tarde o temprano, Washington le tender¨¢ la mano, no sin segundas intenciones hacia Francia. En cuanto a la Uni¨®n Europea, no habr¨¢ desempe?ado ning¨²n papel durante la crisis iraqu¨ª.
Ninguno de los actores principales ha tratado de implicarla como tal. Han juzgado que todo intento en ese sentido hubiese resultado vano. Los pr¨®ximos meses se anuncian dif¨ªciles. La Convenci¨®n que preside Val¨¦ry Giscard d'Estaing -para la reforma de las instituciones de la Uni¨®n- tiene grandes posibilidades de chocar, incluso de descarrilar, ante el punto central de la pol¨ªtica exterior y de seguridad com¨²n. Y afirmar que la ampliaci¨®n a 25 miembros en ausencia de un marco institucional apropiado ser¨ªa peligroso es quedarse corto. Pero si, por una u otra raz¨®n (se pueden contemplar varias), la ampliaci¨®n fuera aplazada a una fecha posterior -lo que, en teor¨ªa, podr¨ªa parecer sensato-, el riesgo de una divisi¨®n insalvable ser¨ªa enorme. A todas luces, un fracaso de la apuesta estadounidense en Irak aumentar¨ªa la confusi¨®n y, por muy cr¨ªticos que seamos con el presidente Bush, no es deseable. Por otro lado, resulta imposible descartar la hip¨®tesis de una oleada terrorista consecutiva a la nueva guerra en Irak. Sea como fuere, incluso en el caso optimista de una victoria r¨¢pida con los m¨ªnimos da?os colaterales, la reorganizaci¨®n de Oriente Pr¨®ximo ser¨¢ una cuesti¨®n extraordinariamente compleja. Adem¨¢s, la Casa Blanca parece haber comprendido que no puede permitirse aplazar eternamente la cuesti¨®n israelo-palestina.
M¨¢s all¨¢ de Oriente Pr¨®ximo, Washington se ver¨¢ obligado r¨¢pidamente a dedicarse de lleno a la cuesti¨®n norcoreana. Si a?adimos que EE UU entra pronto en campa?a electoral, imaginamos que el presidente Bush tendr¨¢ otras cosas que hacer aparte de dirigir una campa?a activa contra Francia. Por su parte, el presidente de la Rep¨²blica francesa se ha esforzado en restar importancia al alcance de la crisis franco-estadounidense. Si las palabras tienen alg¨²n sentido, esto significa que la hora de la diplomacia efectista ha acabado. De todos modos, a largo plazo, la mejor baza de la pol¨ªtica exterior francesa radica en su capacidad de reforma econ¨®mica y social, porque es in¨²til apostar ¨²nicamente por los milagros del poder "moral", el soft power. El actual quinquenio de Chirac ser¨¢ juzgado por sus reformas. En lo inmediato, tendremos que participar, con paciencia y modestia, en la reconstrucci¨®n del rompecabezas internacional. Si ¨¦sa es realmente la intenci¨®n de Francia, Washington tendr¨¢ que entrar tambi¨¦n en el juego, porque los halcones har¨¢n pagar m¨¢s cara la victoria cuanto m¨¢s espectacular sea. ?stos quieren "castigarnos". Ya conocemos el plazo para iniciar una posible reconciliaci¨®n: dentro de poco m¨¢s de dos meses, en Evian, con motivo del G-8. Entonces, el mundo ya no ser¨¢ exactamente el mismo.
Thierry de Montbrial es director del Instituto Franc¨¦s de Relaciones Internacionales (IFRI). ? EL PA?S / Le Monde. Traducci¨®n: News Clips.
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