Pedro
Pedro Almod¨®var ha sobrepasado el cine y es un personaje p¨²blico en el mundo. Una figura honrada y libre. No disminuyo su valor art¨ªstico, ni la importancia del cine en nuestras vidas: me refiero a esos seres con unos valores morales que nutren su profesi¨®n pero que la desbordan y la sacan a la calle. La calle, de pronto, ha recobrado valores perdidos. Chaplin fue uno de ellos, y tuvo que huir de Estados Unidos acusado de lo que fuera -menores, impuestos- porque sustentaba valores morales. Einstein sobrepas¨® la matem¨¢tica, Freud la medicina. Almod¨®var, que tiene relumbre en todo el mundo, aparece en Espa?a ahora detr¨¢s de sus pancartas, haciendo la V de la victoria en la misma guarida de la bestia, leyendo sus manifiestos, desafiando las listas negras de aqu¨ª y de all¨¢. Hay probablemente millones de personas as¨ª: an¨®nimas, mal vistas en sus oficinas y a veces en sus familias, se?aladas por los samur¨¢is del gobernador y del ministro Acebes -se?aladas: que les hacen se?ales, verdugones, llagas, traumatismos sin saber siquiera qui¨¦nes son- pero que se ven representadas por un Pedro, por un Juan Diego, por una Nuria Espert, por quienes podr¨ªan vivir limpiando en la siesta su conciencia intelectual y no hurtan su cuerpo, ni su nombre, ni su lista negra. Las hay, claro que las hay. Alcaldes, o diputados generales, o jefes culturales, que borran de sus listas de invitados -es decir, del ejercicio de su trabajo- a estas personas o a su colectivo, o suspenden un festival o una conferencia. Tipos que administran la cultura seg¨²n entienden esa palabra, que es una forma muy pobre. Como Fraga: gentes que no han sido nunca administradores p¨²blicos, ni funcionarios, sino que creen que el dinero de todos es suyo. Propietarios de reg¨ªmenes. A veces de tal manera que salen en el peri¨®dico por haber exagerado. Creen que son suyas hasta las secretarias, hasta las becarias.
Estoy hablando de que Almod¨®var, y los actores del cine y del teatro, est¨¢n representando el papel de intelectuales que dejan de cumplir muchos de la escritura; y hasta los fil¨®sofos desvar¨ªan. Unos, por locos; otros porque hacen de su miedo la raz¨®n de vida de los dem¨¢s; algunos, por la beca en Nueva York. Pedro, con su fina paloma de la paz y su camisa de dise?o para no llevar corbata, con su papelito en el bolsillo, dijo lo que casi ninguno quiso decir. Represent¨® a millones.
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