La senda pict¨®rica del esplendor
Aprovechando con sabia delectaci¨®n el magn¨ªfico espacio de la galer¨ªa Marlborough, de Madrid (Orfila, 5), el pintor argentino Adolfo Estrada (Buenos Aires, 1942), residente, desde 1975, en la localidad gerundense de Sant Martin Vell, presenta all¨ª una selecci¨®n de su obra ¨²ltima, consistente en una veintena de ¨®leos sobre tabla y una docena de dibujos, fechados en los a?os 2001 y 2002. Aunque conocido y apreciado por los buenos aficionados de nuestro pa¨ªs, Estrada apenas hab¨ªa mostrado su obra en Madrid, donde, desde que expuso, en 1971, en la m¨ªtica galer¨ªa Vandr¨¦s, s¨®lo volvi¨® a hacerlo en un par de ocasiones: en 1974 en Aele y en 1997 en Jorge Mara; pero jam¨¢s con las condiciones y con la rotundidad como lo hace ahora en la que es para m¨ª su mejor muestra individual hasta el momento.
ADOLFO ESTRADA
Galer¨ªa Marlborough
Orfila, 5. Madrid
Hasta el 5 de abril
Describir la pintura ac-
tual de Estrada como el episodio m¨¢s brillante y refinado de una trayectoria art¨ªstica centrada en la abstracci¨®n geom¨¦trica, me parece, no obstante, absolutamente insuficiente. Tampoco me parece satisfactorio precisar que su deriva ¨²ltima ha rondado por entre la reviviscencia de la dorada suntuosidad de los antiguos iconos bizantinos al modo de Klimt o los retablos de los primitivos italianos de la ¨¦poca de Dante, esos pintores "a la manera griega" como Cimabue, porque, siendo todo ello exacto, nos deja s¨®lo a las puertas de la senda pict¨®rica esplendorosa en la que se incursiona ahora Estrada. Para explicar mejor lo que supone el concierto de bandas crom¨¢ticas, musicalmente encabalgadas con atrevidos acordes, de sus retablos actuales, hay que recurrir al contrapunto de ese Francis Bacon tambi¨¦n fascinado por el Cristo en majestad de Santa Croce, de Florencia, pero en lo que el divino cuerpo doliente ten¨ªa como reptante masa carnal, un contrapunto en el sentido de que Estrada, por su parte, a diferencia del brit¨¢nico expresionista, se queda con el tabl¨®n y su diluido licor crom¨¢tico, el de la sangre transformada en agua tornasolada e, incluso, en cera luminosa.
Ah¨ª est¨¢, desde luego, ese acanalado juego de luces en bandas o calles, con sus fascinantes efectos compositivos, como de arquitectura egipcia de planos gran¨ªticos engastado, pero est¨¢, sobre todo, su m¨²sica, ese ritmo por el que se suceden, en efecto, encabalg¨¢ndose, las formas y los colores de n¨ªtido corte prism¨¢tico, lo que da al conjunto de la muestra un aire arm¨®nico a la Bach. De esta manera, la radiante planta basilical de la galer¨ªa Marlborough queda m¨¢gicamente transfigurada en una maravillosa secuencia de articuladas figuras geom¨¦tricas, plenas de br¨ªo y de luz, cual si el espacio estuviera adornado por retablos sacros o tuviera muros parlantes, donde, en vez de leerse mensajes, se oyera la canci¨®n de los colores. No cabe, as¨ª, pues, una mayor complejidad, ni un mayor refinamiento como los que ha derrochado Adolfo Estrada, que se nos manifiesta, aqu¨ª y ahora, nunca mejor dicho, en verdadero estado de gracia pict¨®rica, que es el de la pintura reducida a lo esencial.
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