La mirada del viajero
Nacido en Santurce, Vizcaya, en 1938, pero criado en Sama de Langreo, lo que escorar¨¢ lo esencial de sus afectos hacia esa tierra asturiana que centra el paisaje de las dos primeras d¨¦cadas de su biograf¨ªa, Eduardo ?rculo inicia su andadura de pintor autodidacta en la estela del expresionismo, dentro de una figuraci¨®n emotiva de marcada referencia social que, tras una breve incursi¨®n en el informalismo hacia el arranque de los sesenta, alcanza en su culminaci¨®n acentos m¨¢s mordaces y alg¨²n deje af¨ªn a las pautas de Estampa Popular.
Ser¨¢, sin embargo, el impacto que le producen, en torno a 1967, los grandes referentes del pop internacional lo que har¨¢ germinar la dicci¨®n m¨¢s inequ¨ªvoca de su po¨¦tica pict¨®rica de plenitud. Cercano antes a los paradigmas generacionales del pop estadounidense -y esencialmente a los de Wesselmann y Rosenquist- que a esa deriva m¨¢s pictoricista de la vertiente brit¨¢nica que primara otro sector fundamental de la asimilaci¨®n del modelo en el contexto espa?ol, ?rculo desarrollar¨¢ a lo largo de la d¨¦cada de los setenta una sintaxis ic¨®nica extremadamente caracter¨ªstica, en torno a un imaginario centrado en la enso?aci¨®n er¨®tica. Visiones fragmentarias del desnudo femenino, en las que el ¨¦nfasis otorgado al cuerpo frente al rostro siempre omitido remarca su condici¨®n metaf¨®rica de emblemas de exaltaci¨®n del deseo, son obras que identifican de forma inequ¨ªvoca la desbocada pulsi¨®n hedonista que impregnaba el alma de ?rculo.
Luego, con el tr¨¢nsito hacia los ochenta, su pintura se impregnar¨ªa de una mayor resonancia narrativa y una evidente ra¨ªz melanc¨®lica. Surge entonces, y hasta el cambio de siglo, ese gran ciclo de alegor¨ªas del viajero, presididas por la figura, siempre de espaldas, del personaje con sombrero, trasunto del propio pintor abismado en la contemplaci¨®n del paisaje, artificio en el que ?rculo se apropia, llev¨¢ndolo hasta su terreno, de uno de los clich¨¦s b¨¢sicos instaurados por el romanticismo n¨®rdico. Y, a menudo, en las variables que modulan el desarrollo de esa serie, ser¨¢ la parte lo que sustituya al todo, en las composiciones objetuales articuladas en torno a la maleta, paraguas, chaqueta o el sombrero abandonado, de las que el artista deriva asimismo las incursiones que, durante ese periodo, explorar¨¢n la proyecci¨®n de su imaginario en los terrenos de la escultura.
Bodegones de objetos que, en cierto sentido, prolongan la curiosidad intermitente que la trayectoria de ?rculo dedica a la naturaleza muerta. De hecho, la, ahora ya lamentablemente en su sentido m¨¢s literal, ¨²ltima muestra individual madrile?a del pintor, celebrada este oto?o en el nuevo espacio de la galer¨ªa Metta, se centraba una vez m¨¢s en ese motivo, con un ciclo filtrado a trav¨¦s de esa ¨®ptica germinal de la modernidad instaurada por el cubismo. Y como en premonici¨®n anticipada de la suerte agazapada que, de nuevo, nos conmueve, ?rculo dedicar¨ªa, en aquella ocasi¨®n, una de las telas a rendir homenaje a Carmen Gamarra, fallecida pocos d¨ªas antes, su galerista en la etapa que, hoy sabemos, cierra tambi¨¦n de modo irremediable la fecunda y pasional trayectoria del pintor.
Babelia
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