Reconstrucci¨®n
No es prudente repartirse la piel del oso antes de cazarlo, aunque algo de eso est¨¢ pasando cuando los aliados hablan de la reconstrucci¨®n de Irak. ?Y si, contra todos los pron¨®sticos, la guerra no s¨®lo dura meses, en vez de d¨ªas, sino que, incluso, la imposibilidad de tomar Bagdad les acaba obligando a salir de all¨ª con el rabo entre las piernas? Esta hip¨®tesis parec¨ªa una fantas¨ªa inveros¨ªmil hace una semana, mas lo cierto es que el pueblo iraqu¨ª act¨²a como si estuviese librando una guerra de independencia frente al invasor, no como alguien que va a ser liberado de un r¨¦gimen tir¨¢nico, aunque sin duda lo es. La situaci¨®n recuerda demasiado a Vietnam para echarla en saco roto: de un lado, la desesperaci¨®n y la resistencia numantina del agredido; del otro, la creciente convicci¨®n de la sociedad norteamericana, que es una sociedad profundamente moral, de que aplastar a un enemigo infinitamente inferior desde el aire y sin exponerse tan apenas, puede ser cualquier cosa menos noble, justo o heroico.
Seamos realistas: esta hip¨®tesis es muy poco probable. De acuerdo. Pero tambi¨¦n podr¨ªa suceder que Sadam cayese y que una larga y sangrienta posguerra obligase a las tropas de EE UU a abandonar un territorio en el que nunca dejaron de ser vistos como enemigos. Esto ya no es historia ficci¨®n y menos en un contexto en el que los EE UU se han convertido, tal vez para siempre, en el enemigo a muerte de los musulmanes de todo el mundo. Me parece, simplemente, la cr¨®nica de una muerte anunciada.
Con todo, de lo que quer¨ªa hablar aqu¨ª es de la reconstrucci¨®n que tendremos que afrontar en Espa?a y que constituye una de tantas salpicaduras de esta guerra.
No, no quiero hacer pron¨®sticos electorales. Me parece evidente que esta guerra supondr¨¢ la p¨¦rdida del poder para el PP, pero no s¨¦ si de forma inmediata, si dentro de un a?o o, incluso, m¨¢s adelante todav¨ªa. Esto, que tanto parece interesar a sus adversarios pol¨ªticos, y es l¨®gico, a m¨ª me interesa muy poco. Lo que me preocupa seriamente es el estado comatoso en el que la decisi¨®n de involucrarnos en ese conflicto ha dejado a la democracia espa?ola. Hace un cuarto de siglo se hundi¨® UCD, el partido de la derecha, fundamentalmente por sus propios errores. Nacido para aglutinar los restos del naufragio franquista y para dotarse de una ideolog¨ªa democr¨¢tica acorde con la nueva situaci¨®n, el -hoy lo vemos claro- noble y generoso empe?o de Adolfo Su¨¢rez tropez¨® con el inconveniente de que el exceso de democratizaci¨®n interna del partido acabar¨ªa siendo incompatible con una sola voz y con una acci¨®n coordinada; s¨®lo hizo falta una crisis externa, como el 23-F, para que todo se derrumbase como un castillo de naipes.
De ah¨ª que el PP, su heredero natural, concibiese la disciplina interna y el monolitismo ideol¨®gico como su principal valor. Tras la llamada refundaci¨®n de Fraga, el PP se configurar¨¢ como un partido presidencialista, el cual hac¨ªa posible lo que ahora ha sucedido: que la decisi¨®n equivocada de un solo hombre, alentado por una peque?a camarilla, lleve a la cat¨¢strofe no s¨®lo a su partido, sino, de rechazo, a todo el sistema parlamentario. Hay algo profundamente perverso en el hecho de que un partido que obtuvo leg¨ªtimamente la mayor¨ªa absoluta respalde una postura que es rechazada por el 90% de la poblaci¨®n espa?ola. Como nadie se puede creer que se hayan vuelto locos, todos sabemos lo que pasa: en un sistema de listas cerradas y dada la profesionalizaci¨®n de la pol¨ªtica, no tienen otra opci¨®n. Esto es cierto y no es culpa exclusiva del PP.
Pas¨® lo mismo con el PSOE cuando los tiempos del GAL, con el PNV cuando la ejecutiva se negaba -y se niega- a terminar con ETA, con CiU cuando su desafortunada postura frente a la emigraci¨®n. Lo que todo esto pone en evidencia es que nuestro sistema pol¨ªtico encierra el germen de su propia destrucci¨®n.
No parece haber ninguna consecuencia positiva de esta guerra para Espa?a, salvo para el ¨¢lbum privado de fotos del presidente del Gobierno. Entre las negativas se han se?alado reiteradamente la ruptura de nuestra pol¨ªtica exterior, el minado de la UE, la reactivaci¨®n de las tensiones nacionalistas y un largo etc¨¦tera. Pero con todo lo grave que es esto, conf¨ªo en que se acabar¨¢ arreglando. A lo que no le veo, en cambio, f¨¢cil soluci¨®n es a la crisis profunda en la que quedar¨¢ sumido el Partido Popular despu¨¦s de esta guerra. Y es que, en el imaginario colectivo, le va a resultar casi imposible librarse del deterioro que supone apoyar, en apariencia un¨¢nimemente, la guerra. Sobre todo para la generaci¨®n m¨¢s joven, la que ha nacido a la vida pol¨ªtica en las manifestaciones que un d¨ªa s¨ª, y el otro tambi¨¦n, recorren Espa?a. Supongo que en el apasionamiento que caracteriza al momento presente este hundimiento podr¨¢ alegrar a muchos. Pero yo creo que es una desgracia porque, con todos los altibajos que se quiera, hasta ahora el PP hab¨ªa sido un partido de centroderecha como tantos otros en Europa. La alternancia de partidos constituye la esencia del sistema democr¨¢tico y, si es con gobiernos de coalici¨®n, mejor. Una cosa es perder las elecciones como consecuencia del desgaste producido por la labor de gobierno y otra, a causa del hundimiento total del partido y la necesidad de volver a edificar su opci¨®n ideol¨®gica desde la nada. Ya fue malo que los m¨¢s centristas del PP fueran poco a poco apartados o silenciados, como cuando la prometida reforma del Senado -imprescindible si se quiere articular la naturaleza plurinacional del pa¨ªs- qued¨® de repente para mejor ocasi¨®n. Pero algo m¨¢s muri¨® entonces con ella, y ahora sufrimos las consecuencias: la posibilidad de que los dirigentes de los partidos estatales en cada comunidad aut¨®noma pudieran tener posturas propias. Por ejemplo, los de la Comunidad Valenciana, una regi¨®n a la que llega el ferry de Or¨¢n, donde acaban de manifestarse miles de ¨¢rabes ante el consulado espa?ol; una regi¨®n que, razones morales aparte, pierde m¨¢s con esta guerra que ninguna otra de las espa?olas, pues vive del turismo y de sectores industriales, como la cer¨¢mica, el mueble o el calzado, que comercian sobre todo con Oriente Medio. Y, sin embargo, ah¨ª los tienen, sin poder distanciarse de los disparates seudoimperiales que se les ocurren a cuatro descerebrados de la calle Serrano de Madrid. O cambiamos las reglas del juego, o sea, el sistema electoral, y ponemos a diputados y concejales en la tesitura de responder tan s¨®lo ante sus votantes, o vamos a la debacle. Aunque a esa reforma, me temo, no est¨¢n dispuestos ni los unos ni los otros. Malos tiempos y azarosa reconstrucci¨®n nos esperan.
?ngel L¨®pez Garc¨ªa-Molins es catedr¨¢tico de Teor¨ªa de los Lenguajes de la Universidad de Valencia.
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