Ahora, la pol¨ªtica
La guerra se acerca a su final, empieza la posguerra, que promete ser cruenta y conflictiva. Las movilizaciones contra la guerra han superado todas las expectativas: por su envergadura -nunca hab¨ªa salido tanta gente a la calle-, por su duraci¨®n -m¨¢s de dos meses y siguen vivas- y por la enorme variedad de su composici¨®n -en la que se han juntado todo tipo de ideolog¨ªas, creencias, edades, clases y pertenencias. El conflicto entra en una nueva fase. De la indignaci¨®n y el rechazo moral se debe pasar necesariamente a la pol¨ªtica.
En tiempos muy dados al des¨¢nimo, por la sensaci¨®n de que no hay alternativa capaz de plantar cara a los planes de la extrema derecha cristiana que en estos momentos gobierna en Estados Unidos, el car¨¢cter universal de las movilizaciones ha devuelto la esperanza a mucha gente. Se ha descubierto que la globalizaci¨®n de los media hace posible que la opini¨®n p¨²blica mundial haga o¨ªr su voz con estruendo. M¨¢s pronto que tarde, lo ocurrido deber¨¢ tener plasmaci¨®n pol¨ªtica, de lo contrario el abismo entre gobernantes y gobernados podr¨ªa crecer hasta la ruina institucional. S¨®lo desde el autoritarismo se puede gobernar contra la opini¨®n p¨²blica.
Sin embargo, el no haber podido detener la guerra ha generado una cierta frustraci¨®n, que podr¨ªa traducirse en un derrotista sentimiento de inutilidad. No es cierto. No se ha podido parar la guerra, pero se han conseguido muchas cosas. Entre otras, evitar guerras futuras. ?Qu¨¦ han conseguido las movilizaciones? Que Estados Unidos no haya podido legitimar su guerra en ning¨²n foro internacional, que haya aparecido aislado, con la hiperactiva compa?¨ªa de Tony Blair y la pat¨¦tica de Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar. Que Estados Unidos tenga que revisar sus planes invasores y neocolonialistas de futuro, porque no hay imperio que pueda dominar el mundo solo. Que Estados Unidos haya puesto de manifiesto su debilidad como potencia porque para hacerse respetar necesita montar aparatosas operaciones militares contra pa¨ªses indefensos. Si los electorados de Espa?a y de Inglaterra hacen pagar la traici¨®n a Aznar y a Blair en las pr¨®ximas elecciones, el potencial de esta renacida opini¨®n p¨²blica saldr¨¢ enormemente reforzado.
La opini¨®n p¨²blica tiene que seguir haciendo sentir su voz. Para denunciar la militarizaci¨®n de la pol¨ªtica exterior norteamericana. Para impedir que los gobiernos que durante el periodo de la guerra han aguantado sus posiciones frente a Estados Unidos no se entreguen obscenamente al llegar la hora del reparto. Para defender a las Naciones Unidas, a la mayor¨ªa contraria a la guerra que se ha expresado en el Consejo de Seguridad y que ha frustrado los planes de George W. Bush de legitimar su golpe de fuerza. Para presionar por una reconstrucci¨®n de Europa que le permita asumir sus responsabilidades como potencia de equilibrio. Sin equilibrio, no hay paz posible.
Pero todos estos objetivos entran directamente en el marco de la pol¨ªtica, lo cual quiere decir que debe emerger la pluralidad de ideas y opciones que ahora quedan desdibujadas bajo el paraguas unitario del "no a la guerra". La ofensiva ideol¨®gica conservadora que sigui¨® al hundimiento del totalitarismo de tipo sovi¨¦tico ha tratado de desactivar la participaci¨®n pol¨ªtica, porque los poderosos temen siempre a los ciudadanos. La democracia que nos proponen Bush y Aznar se limita a las elecciones cada cuatro a?os y el resto del tiempo, vacaciones ciudadanas para que los gobernantes -a¨²n mal electos como Bush- puedan hacer lo que les d¨¦ la gana. A esta idea de democracia responde la acusaci¨®n de Aznar a la oposici¨®n de querer ganar en la calle lo que ha perdido en las urnas. Aznar considera que incluso la oposici¨®n deber¨ªa permanecer callada y obsequiosa entre elecci¨®n y elecci¨®n.
El proyecto en marcha era desactivar la democracia por inanici¨®n, y durante los a?os noventa lo consiguieron. La ciudadan¨ªa s¨®lo hizo sentir su voz en s¨²bitas movilizaciones de indignaci¨®n moral, que se agotaban en s¨ª mismas, se?ales premonitorias que los gobernantes no quisieron entender. El dinero f¨¢cil, la burbuja financiera, la quimera del oro, fueron los espejismos que permitieron mantener el enga?o del fin de la historia durante unos pocos a?os. Despu¨¦s se vio que bajo el manto de esplendor campaba la corrupci¨®n en espacios confusos entre p¨²blico y privado: el caso Enron ha quedado como icono de este momento. La guerra ha venido a restaurar la autoridad de un imperio en dificultades. La gente no ha salido a la calle s¨®lo para dar testimonio de su indignaci¨®n. La gente ve que se est¨¢ jugando algo decisivo: el orden del mundo en los pr¨®ximos a?os. Y quiere tener voz.
Se ha expresado un sentimiento compartido por gente muy diversa en sus ideas, en su manera de entender las cosas. Esta pluralidad forzosamente ha de emerger en la fase que viene ahora. De nada servir¨ªa instalarse en una ilusi¨®n alejada de la verdad concreta de las cosas. Hay una realidad, hay unas relaciones de fuerzas, hay unas instituciones, hay unos partidos, hay unos complejos sistemas de intereses. No se pueden eludir los condicionamientos de la realidad si se quiere que las reformas avancen.
Los partidos pol¨ªticos tienen que entender que hoy las cacerolas suenan por Aznar, pero que cualquier d¨ªa pueden sonar por otros partidos y gobiernos que no hayan comprendido que donde hay autoritarismo la gente quiere respeto, donde hay oscurantismo la gente quiere transparencia y donde hay arrogancia la gente quiere proximidad. Los pol¨ªticos no pueden parapetarse detr¨¢s de la falsificaci¨®n de los hechos. Es un modo inadmisible de despreciar a la gente tom¨¢ndola por idiota. Aznar y el PP, al presentarse como v¨ªctimas; al convertir unos inaceptables hechos violentos aislados en proceso de batasunizaci¨®n; al se?alar a Rodr¨ªguez Zapatero como compa?ero de viaje de los comunistas y como peligrosa amenaza para la unidad de Espa?a, est¨¢n diciendo cosas tan alejadas de la realidad, tan absolutamente disparatadas en relaci¨®n con lo que la gente ve y percibe, que s¨®lo los ciegamente convencidos pueden tomarles en serio.
La globalizaci¨®n est¨¢ en marcha, pero la experiencia ciudadana es todav¨ªa local y nacional. Ser¨ªa un triunfo de Bush y de Aznar que la opini¨®n p¨²blica se convirtiera en un imperio planetario, desenraizado, desvinculado de la pol¨ªtica de cada pa¨ªs, incapaz de hilvanar propuestas concretas m¨¢s all¨¢ de las bellas promesas.
La pol¨ªtica cotidiana es presi¨®n constante sobre los gobernantes. Tambi¨¦n en Catalu?a, donde la amplia mayor¨ªa ciudadana se ha visto reflejada en una mayor¨ªa parlamentaria. Sin olvidar que el retorno de la pol¨ªtica significa la asunci¨®n de las propias responsabilidades. Si queremos una Europa fuerte debemos estar dispuestos a hacer algunos sacrificios, y algunos de ellos pueden afectar al bolsillo. Y a discutir cosas inc¨®modas como, por ejemplo, ?c¨®mo debe ser un ej¨¦rcito europeo?
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