?Ataque preventivo contra Porto Alegre?
La invasi¨®n de Irak ha sido calificada de ataque preventivo. Se tratar¨ªa de anticiparse a la capacidad destructiva del r¨¦gimen iraqu¨ª. Pero cuesta aceptar la realidad de esta amenaza para EE UU o sus aliados. Dif¨ªcilmente podr¨ªa serlo un pa¨ªs debilitado por la guerra del Golfo y asfixiado por un embargo econ¨®mico m¨¢s efectivo para los iraqu¨ªes de a pie que para sus desp¨®ticos dirigentes.
Podemos preguntarnos, sin embargo, si la invasi¨®n de Irak es una guerra preventiva en un sentido de mayor alcance. En cierto modo, puede interpretarse como una reacci¨®n del neoautoritarismo que encarnan George W. Bush y sus inspiradores y aliados al sentirse amenazados no por el r¨¦gimen de Sadam Husein, sino por la emergencia de movimientos sociales alternativos de alcance global. Ser¨ªa Porto Alegre -como emblema- y no el r¨¦gimen de Bagdad el objetivo de este ataque preventivo. Para lo que representan Bush y compa?¨ªa, la amenaza real reside en la aparici¨®n de una conciencia civil mundial que se expresa en lo que polit¨®logos y soci¨®logos definen como movimiento social: una constelaci¨®n de grupos, plataformas, colectivos, publicaciones y campa?as espor¨¢dicas, que intenta construir a trancas y barrancas una alternativa al orden mundial dise?ado desde Davos y Washington.
Lo que fue descalificado como una algarada callejera capitaneada por elementos marginales -Seattle, G¨¦nova, Praga- se ha convertido de modo acelerado en una red transnacional que ha sabido "pensar globalmente y actuar localmente". Y lo hace de manera m¨¢s eficiente gracias a los cambios tecnol¨®gicos que han revolucionado los medios de comunicaci¨®n. Trabajar en la red ha permitido actuaciones coordinadas en todo el planeta. Lo ha permitido a unos costes econ¨®micos y organizativos reducidos y lo ha hecho accesible a multitud de actores que hace pocos a?os hubieran vivido su protesta o hubieran intuido su respuesta en un aislamiento est¨¦ril y frustrante.
Este movimiento social global es una amenaza m¨¢s o menos inmediata para la hegemon¨ªa econ¨®mica, social y cultural del neoim-perialismo. Este movimiento ha denunciado con eficacia los funestos resultados econ¨®micos y sociales de las pol¨ªticas basadas en el "consenso de Washington". Ha acompa?ado los peque?os y no tan peque?os avances que significan -en ¨®rdenes diversos- el protocolo de Kioto o el Tribunal Penal Internacional. Ha abierto brechas en el propio establishment mundial y ha conseguido el apoyo o la comprensi¨®n de figuras de signo muy diverso: desde Mayor Zaragoza o el papa Wojtyla hasta Sachs, Galbraith, Stiglitz o incluso Wolfensohn. Los sectores m¨¢s reaccionarios de EE UU y de sus secuaces menores temen que esta nueva conciencia civil cambie las reglas de juego que hasta hoy les daban seguridad.
Ciertamente, la reacci¨®n militar pretende escarmentar a los que amenazan dicha seguridad con las armas del terrorismo. Pero no se trata s¨®lo de dar una lecci¨®n a potenciales terroristas. Hay algo de escarmiento ejemplar para los que no acepten la hegemon¨ªa estrat¨¦gica del imperio o desaf¨ªan el aparato ideol¨®gico que lo justifica.
De ah¨ª la exasperaci¨®n de algunas reacciones. Las consecuencias de esta pol¨ªtica no afectan s¨®lo al mitol¨®gico "eje del mal". Impactan tambi¨¦n sobre sus propios ciudadanos: limitando sus derechos civiles y pol¨ªticos, imponiendo abierta o encubiertamente la censura de sus manifestaciones p¨²blicas, limitando las garant¨ªas judiciales que han de protegerles contra los abusos del poder. En definitiva, imponiendo algo parecido a un estado de excepci¨®n, como el que se contiene en la denominada Patriot Act aprobada por el Congreso de Estados Unidos y que los dirigentes conservadores de algunos pa¨ªses europeos -y no hay que mirar demasiado lejos de nosotros- contemplan con cierta envidia.
No es casualidad que este ata-que preventivo comporte tambi¨¦n el intento de frenar los peque?os y no tan peque?os avances hacia la constituci¨®n de un orden legalmundial que construir¨ªa a peque?os pasos lo que David Held ha denominado una democracia cosmopolita. Es coherente con los intentos para entorpecer el progreso de la Uni¨®n Europea, cuyo ¨¦xito en la introducci¨®n del euro ha desmentido los interesados pron¨®sticos catastrofistas de los expertos norteamericanos. Cuadra con el rechazo que la Administraci¨®n de Bush opone a los compromisos mundiales sobre protecci¨®n del medio ambiente, persecuci¨®n de delitos contra la humanidad, control de pruebas y armamentos nucleares o incluso sobre algunos aspectos de la regulaci¨®n del comercio internacional. Todo ello contribuye a sabotear la gestaci¨®n del embri¨®n de un orden legal transnacional que deber¨ªa suplir la inoperancia del actual orden legal estatal. Una inoperancia que tanto favorece a los grandes poderes econ¨®micos y medi¨¢ticos y que tanto debilita a los sectores sociales m¨¢s vulnerables.
Ha de continuar la resistencia ciudadana mundial a esta reacci¨®n violenta del neoimperialismo. Por lo que es hoy y por lo que puede ser en el futuro. Esta resistencia ser¨¢ tanto m¨¢s efectiva cuanto mejor combine la acci¨®n civil propia de los movimientos sociales con la acci¨®n pol¨ªtica de las instituciones: locales, nacionales, europeas, mundiales. Abrir la rutina institucional a la iniciativa c¨ªvica, empe?arse en la construcci¨®n de la Europa de los ciudadanos, apostar por una reforma -no por la marginaci¨®n- de Naciones Unidas y de sus organizaciones: ¨¦ste es el reto de hoy. A sabiendas de que las instituciones -partidos incluidos- son menos din¨¢micas que las movilizaciones ciudadanas. Pero conscientes tambi¨¦n de que las movilizaciones sociales que renuncian a la acci¨®n institucional no podr¨¢n construir por s¨ª solas las nuevas reglas del juego que reclaman con toda justicia.
Josep M. Vall¨¨s es catedr¨¢tico de Ciencia Pol¨ªtica y miembro de Ciutadans pel Canvi.
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