Las peras del olmo

Hay ambici¨®n, ganas de volar alto, en esta curiosa, atrevida, casi temeraria Valent¨ªn, que Juan Luis Iborra -tirando del hilo de su propia adaptaci¨®n al teatro hecha hace alrededor de veinte a?os- ha arrancado, tom¨¢ndose muchas libertades, de la novela, o lo que fuera aquel hermoso libro, de Juan Gil-Albert, que a su vez, y con no menos libertades, lo arranc¨® del Otelo de William Shakespeare. Pero esa ambici¨®n se arruga en decepci¨®n. Y no logra Valent¨ªn abrirse camino a las alturas que busca.

El esquema de drama que sostiene a Valent¨ªn contiene algunas r¨¢fagas de poderosas palabras del poeta, pero est¨¢ lejos de ser un gui¨®n de Shakespeare, de quien dijo Orson Welles, y sab¨ªa de qu¨¦ hablaba, que es el mejor guionista de cine de que hay noticia. Es Valent¨ªn un drama hilvanado y primerizo, cuyo armaz¨®n formal, construido con la materia de los castillos de naipes, gira alrededor de unas guindas, o ecos, de Otelo y de otros prodigios de elevaci¨®n tr¨¢gica o ir¨®nica. De ah¨ª que lo que vemos en pantalla sea una especie de mayonesa cortada, en la que los elementos que quiere conjugar Juan Luis Iborra no logran nunca fundirse en un solo lenguaje.

Debido a esto, y por solventes que sean, resulta fatalmente vano el esfuerzo de los int¨¦rpretes por hacer suyo, y por ello nuestro, lo que dicen y hacen, ya que han de saltar -en un itinerario dram¨¢tico quebrado, lleno de altibajos y sumamente impreciso- de tacadas verbales de alta alquimia po¨¦tica a muy convencionales juegos de r¨¦plicas propias de un drama naturalista com¨²n y corriente. Y ni Llu¨ªs Homar, que deja ver chispas de alto voltaje emocional en su estallido oteliano final, ni el resto del reparto -donde Alberto San Juan va por libre y da gracia a un p¨ªcaro telonero shakespeariano- consiguen que el olmo d¨¦ peras.