No emborracharse de moral
Alerta el autor del riesgo que conlleva trasladar directamente y en bruto los principios morales a la pol¨ªtica.
Una ola de indignaci¨®n ante la guerra encrespa hoy a la sociedad espa?ola. Es una indignaci¨®n de naturaleza genuinamente moral, por mucho que existan los habituales elementos antisistema dispuestos a aprovecharse de sus manifestaciones, as¨ª como que a su calor prosperen los demagogos de toda laya. La sociedad protesta, fundamentalmente, porque percibe la guerra como algo esencialmente malo e injusto, algo radicalmente inmoral.
Esta ola puede, a corto plazo, llevarse por delante al Gobierno del Partido Popular. Esta posibilidad aparece cada vez m¨¢s factible, sobre todo si la guerra se empantana en una vietnamizaci¨®n. Ser¨ªa parad¨®jicamente justiciero que los populares, que llegaron al Gobierno en parte por su explotaci¨®n de la indignaci¨®n social ante la corrupci¨®n y el caso GAL, salieran ahora de ¨¦l impulsados por otra crisis de indignaci¨®n popular.
"La responsabilidad de la oposici¨®n es encauzar la indignaci¨®n moral y transformarla en propuestas pol¨ªticas"
Sin embargo, al margen de esa consecuencia de evidente inter¨¦s partidista, la interrogaci¨®n preocupante para un dem¨®crata cualquiera es: ?Qu¨¦ m¨¢s cosas, aparte del Partido Popular, se puede llevar por delante esta ola moral si no se la encauza pol¨ªticamente ahora que estamos a tiempo?
La democracia tiene fundamentos morales, esto es claro. Pero moral y pol¨ªtica son campos distintos, e introducir, directamente y en bruto los principios morales en la pol¨ªtica es tanto como jugar con fuego. Cost¨® muchos esfuerzos y guerras separar los reinos respectivos de la moral y de la pol¨ªtica, y s¨®lo gracias a esa separaci¨®n fue posible la tolerancia del pluralismo de valores e intereses. Por eso son peligrosas las olas de moralismo si se les deja campar y llegar a substituir el argumento pol¨ªtico por el anatema moral. Quienes est¨¢n a favor de la guerra son criminales, son asesinos, son pecadores, nos dice la ¨¦tica de los principios. Y con los inmorales, asesinos y criminales no se dialoga, no se pacta, no se negocia. Se les fulmina con una condena. Precisamente por ello la convivencia no se funda en principios morales, sino en razones estrictamente pol¨ªticas.
Niklas Luhmann, un conservador inteligente y padre de la teor¨ªa de sistemas en lo social, afirmaba provocativamente hace unos a?os que la acci¨®n pol¨ªtica en democracia debe desenvolverse al nivel de una mayor amoralidad, como condici¨®n indispensable para su funcionamiento. En efecto, el c¨®digo binario con que opera la pol¨ªtica democr¨¢tica es el de Gobierno-oposici¨®n, y para que este c¨®digo pueda funcionar es preciso renunciar a la moralizaci¨®n del oponente. Si el Gobierno o la oposici¨®n son descritos en t¨¦rminos morales como intr¨ªnsecamente perversos, la alternancia deja de ser una opci¨®n.
El error de Aznar en esta crisis ha sido el dejarse llevar por sus principios morales (s¨ª, aunque suene extra?o, son sus ideas de reforma de la sociedad espa?ola las que le han cegado) sin intentar mediarlos pol¨ªticamente. No ha intentado siquiera la explicaci¨®n p¨²blica, el consenso, el compartir con la sociedad sus ideas. Ha actuado con un hosco y desabrido elitismo, sin darse cuenta de que la traducci¨®n pr¨¢ctica de sus ideas exig¨ªa un amplio trabajo previo de explicaci¨®n y consenso. Y por eso ha cosechado en su propio pa¨ªs un fracaso tan abrumador. Esa es su diferencia con Tony Blair.
El error de la oposici¨®n podr¨ªa ser ahora sim¨¦trico: el de dejarse llevar por la ola de indignaci¨®n moral para no tener que hacer pol¨ªtica. Y este error, previsiblemente, da?ar¨ªa al sistema democr¨¢tico. Reclamar valores morales absolutos (en este caso "paz en la Tierra") en una democracia lleva indefectiblemente a la frustraci¨®n social y a la deslegitimaci¨®n del sistema. Sobre todo si se hace a gritos apasionados. Porque no es una demanda que el sistema democr¨¢tico espa?ol pueda atender, procesar y satisfacer.
La responsabilidad de la oposici¨®n, en este trance, es la de encauzar la indignaci¨®n moral y transformarla en propuestas pol¨ªticas operativas. Y es muy dudoso que tenga esa consideraci¨®n la exigencia de que "se pare la guerra". M¨¢s bien resuena en ella una exigencia moral ayuna del m¨¢s m¨ªnimo an¨¢lisis pol¨ªtico. Recuerda al sugestivo lema de "paren el mundo, que yo me bajo", perfecto en la ¨¦tica de los principios, inadmisible en la de las consecuencias, si recordamos a Weber. No permitido para el pol¨ªtico, en definitiva.
La guerra esta ah¨ª, por muy inmoral que la consideremos, y con esa realidad hay que lidiar pol¨ªticamente. Pidiendo que la supriman cosecharemos un enorme aplauso de los moralmente indignados, nada m¨¢s. La guerra no va a parar porque no nos guste, y Aznar carece del poder o la influencia para conseguirlo, as¨ª que m¨¢s vale pensar en sus consecuencias y en si de verdad es conveniente que se detenga para la convivencia internacional. Si es positiva una derrota moral de Estados Unidos y un triunfo de Sadam Husein, pues eso entra?ar¨ªa un alto el fuego. Y si la respuesta es que lo conveniente es que se acabe cuanto antes, pero con la victoria de los anglonorteamericanos, expl¨ªquenlo as¨ª los l¨ªderes de la oposici¨®n, por mucho que no sea lo que la calle quiere escuchar.
Convendr¨¢, igualmente, reflexionar m¨¢s seriamente de lo que se est¨¢ haciendo acerca de la demanda al Gobierno de un cambio radical de alineamiento en el campo internacional, abandonando a los que eran nuestros aliados hasta hoy. ?Ser¨ªa pol¨ªticamente posible para Espa?a arg¨¹ir una inversi¨®n total de su pol¨ªtica en base a las dificultades y crueldad de la guerra, o nos desacreditar¨ªa m¨¢s a¨²n como pa¨ªs cre¨ªble?
La responsabilidad de la oposici¨®n es pedir cuentas a Aznar por la deplorable gesti¨®n de la crisis que ha llevado a cabo. Su irresponsabilidad ser¨ªa la de convertir al Gobierno y al Partido Popular en unos estigmatizados, no distinguir entre equivocaciones y pecados. Confundir, en definitiva, la pol¨ªtica con la moral.
Jos¨¦ Mar¨ªa Ruiz Soroa es abogado.
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