Irak o el triunfo del modelo John Wayne
"Unos gobiernan el mundo, otros son el mundo", escribe Fernando Pessoa en el Libro del desasosiego. El mundo en Irak ha salido a las calles a celebrar la ca¨ªda de Sadam mientras se lleva a sus casas, pistola en mano, todo lo que puede. Al Sheriff Rumsfeld esto le provoca una sonrisa de hiena satisfecha. Niega que haya saqueos, o que estos sean numerosos. Aunque Bagdad fue la ciudad de las Mil y una noches, no queda nada importante que llevarse. Es, de cualquier modo, algo a celebrar, el primer signo de que se va por el buen camino, una explosi¨®n de libertad como la que condujo en su pa¨ªs a la carrera por la conquista del Oeste. Adem¨¢s, lo que vemos, nos dice el pistolero, son repeticiones compulsivas de la misma imagen del desgraciado iraqu¨ª con el jarr¨®n. Cre¨ªamos que los periodistas ya se hab¨ªan ido, debe pensar Rumsfeld, incluso alguno cay¨® v¨ªctima de fuego amigo para que sepan tambi¨¦n qui¨¦n manda. Mientras tanto, en las ant¨ªpodas no sucede lo que sue?a Bardem en Los lunes al sol: Castro, espabilado como el primero en este concurso de listos que ha supuesto tambi¨¦n esta guerra, asesina a disidentes acusados de terrorismo en un acto de vandalismo m¨¢s, aprovechando el ruido de Bagdad. Unos gobiernan el mundo, s¨ª, otros son el mundo. Tambi¨¦n los hay que escriben y suscriben manifiestos, no contra la guerra, ¨¦sta debe ser una cuesti¨®n balad¨ª, sino por una democracia sin ira. Son funcionarios del PP, como recuerda Haro-Tecglen, y seguramente alg¨²n despistado que se ha dejado utilizar. Son la retaguardia de una guerra, de los que la han hecho y de los que la han impulsado (Aznar orgulloso); de los que gobiernan el mundo contra el mundo. Se distancian de la guerra porque a aquellos que les queda alma, les duele seguro. Prefieren pensar en las sedes del PP da?adas, en el chorizo del jam¨®n o en la legitimidad de Aznar para decidir sin tener que atender a la opini¨®n p¨²blica. ?Descubridores de la democracia representativa! Y otros, ?por qu¨¦ no leer¨¢n antes lo que firman?; los hay, claro, que firman encantados, aunque tengan que ponerle una vela a Dios y otra al Diablo, desobedecer al Papa al que siguen en cuestiones improcedentes sobre la vida privada, pero no en esto de la guerra y de las relaciones internacionales que son asunto de la Gran Pol¨ªtica, en las que, sin duda, el Presi tiene mejor criterio y nos va a sacar por fin del rinc¨®n de la historia. O se ha perdido el juicio, o Maquiavelo fue un aprendiz del arte de la pol¨ªtica al lado de estos intelectuales de la democracia sin ira: democracia en paz, s¨ª, la de los cementerios, y lo peor de la dial¨¦ctica amigo-enemigo, la del verdugo que pretende pasar por v¨ªctima, la del invasor liberador, la del que, en contra de la bella canci¨®n, la guerra s¨ª le resulta indiferente (mejor el orden y la tranquilidad -?democr¨¢tica?- que nuestras conciencias removidas); no evitar¨¢n sin embargo llevar sobre sus espaldas (no digo en su conciencia por si acaso) el rostro digno de los ni?os amputados de Irak. Vuelve a demostrarse qu¨¦ poco vale el viejo y repugnante consuelo de la (sin)raz¨®n de Estado, ahora en el plano internacional.
Dicen los de la Faes que "no toda guerra es siempre inmoral o ileg¨ªtima"; aceptan la doctrina de que ¨¦sta ha podido ser una guerra ilegal pero no injusta o ileg¨ªtima, olvidando que estas cuestiones no est¨¢n tan separadas, en esa democracia que dicen defender, como quisieran. Ya sabemos, al menos desde la barbarie nazi, que la legalidad no es garant¨ªa de justicia, pero tambi¨¦n sabemos que la Justicia ilegal, en ¨¢mbitos democr¨¢ticos como al que decimos pertenecer (incluida la ONU), suele ser una vil coartada para imponer nuestra santa voluntad bajo los ropajes de lo moralmente correcto. Y adem¨¢s ?por qu¨¦ presumir que algo ilegal puede ser justo? Quien lo afirma, debe probarlo, debe dar razones y aqu¨ª no se han dado (o se han dado malas razones). Ser¨¦ m¨¢s preciso:
Lo que subyace a todo lo que ha sucedido a prop¨®sito de esta guerra, durante y ahora tambi¨¦n con los pillajes y ajustes de cuentas, pero sobre todo desde su origen mismo en las Azores, es un retroceso en la concepci¨®n de lo pol¨ªtico y en particular de lo jur¨ªdico como instrumentos para ordenar pac¨ªficamente la convivencia, que nos lleva a los tiempos m¨¢s oscuros de la historia de la humanidad. Es un retroceso que por supuesto es antes te¨®rico, convirtiendo en papel estraza avances de siglos en el ¨¢mbito de la ciencias pol¨ªtica y jur¨ªdica. Es la vuelta al estado de naturaleza hobbesiano, a la ley de la selva, al Chicago a?os veinte o, pensando en la procedencia de los actores principales, al viejo Oeste del juez de la horca. Veamos:
1.- Frente a los argumentos de legalidad y de legitimidad propios de la cultura democr¨¢tica (Weber), se han impuesto los sustantivos de la Justicia, naturalmente de la Justicia desde el particular punto de vista, como casi siempre, que incluye al tiempo muchas cosas: desde la (ret¨®rica) de los derechos humanos y la democracia, aqu¨ª coartada indecente para imponer decisiones unilaterales, hasta el control sobre el petr¨®leo o el reparto del bot¨ªn de la reconstrucci¨®n y por supuesto el mantenimiento (?y la renovaci¨®n!) del negocio armament¨ªstico. Cuando Hobbes escribi¨® en los albores del tr¨¢nsito a la modernidad el Leviat¨¢n hizo una aportaci¨®n a la cultura jur¨ªdica y pol¨ªtica insuficiente pero imprescindible: la convivencia, tambi¨¦n la internacional, debe estar sometida a reglas conocidas por todos, de manera que nada pueda hacerse leg¨ªtimamente al margen de ellas. Son reglas complejas, no s¨®lo sobre las autoridades sino tambi¨¦n acerca de los procedimientos a seguir y de los fines a alcanzar. Todo esto se ha ido al garete por unos fan¨¢ticos armados, y nunca mejor dicho, de un Derecho Natural que han entendido sin duda a su manera. No s¨®lo se han olvidado de Hobbes, sino tambi¨¦n de Bentham: si la ley no nos sirve para nuestros fines, si va contra nuestra concepci¨®n particular del bien o de la justicia aunque queramos elevarla a Justicia universal, aquella ley ya no es ley, como dir¨ªa el m¨¢s rancio tomismo, sino corrupci¨®n de la ley.
2.- Frente al Derecho como argumentaci¨®n en el que hemos insistido tanto en las ¨²ltimas d¨¦cadas, tambi¨¦n en EEUU (pobre Dworkin), que exige siempre la justificaci¨®n razonada de las decisiones, y contra la pol¨ªtica como deliberaci¨®n democr¨¢tica e igualitaria (pobres Habermas y Nino), ha triunfado una concepci¨®n de uno y otra centrada en la fuerza, en el poder desnudo, en la voluntad del m¨¢s fuerte, que puede visualizarse perfectamente en la organizaci¨®n de la vida de los animales. El Rey le¨®n se ha impuesto, acompa?ado de alg¨²n chimpanc¨¦ pelota que lanza la piedra y huye corriendo a esconderse.
3.- Frente a la Justicia del constitucionalismo, que es la Justicia de la Democracia, el Estado de Derecho y los derechos humanos entendida en primer lugar como medio, se nos quiere convencer del valor de esa misma cultura antes como fin y, naturalmente, valen atajos. Pero claro, les guste o no, el orden de los t¨¦rminos s¨ª altera el producto como supo ver con lucidez Kant, otro de los olvidados a favor de John Wayne.
Acabemos como empezamos, escuchando a Pessoa: "Arranco del cuello una mano que me ahoga. Veo que en la mano con que arranqu¨¦ la otra, me vino atado un lazo que me cay¨® en el cuello con el gesto de liberaci¨®n. Aparto con cuidado el lazo, y casi me estrangulo con mis propias manos".
Jos¨¦ Manuel Rodr¨ªguez Uribes es profesor titular de Filosof¨ªa del Derecho de la Universitat de Val¨¨ncia.
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