Isla
EN LA infinita llanura arenosa del t¨®rrido desierto, la felicidad se asemeja a un espejismo, que continuamente se ha de buscar en un m¨¢s all¨¢. Por eso, el joven Abdallah abandona su Mali natal para instalarse provisionalmente en la villa portuaria de Nouadhlbou, situada al noroeste de Mauritania, donde este pa¨ªs linda con Marruecos y el Atl¨¢ntico. Mientras Abdallah espera la oportunidad para dar ese peligroso salto mortal que le ha de llevar a realizar su sue?o, vive la soledad m¨¢s profunda en la destartalada poblaci¨®n costera, cuyo dialecto desconoce, apenas consolado por las vistosas t¨²nicas de sus amables habitantes. Entre sus escasas amistades en este conf¨ªn, cuenta con Makan, aventurero como ¨¦l, con Maata, un viejo pescador reconvertido en electricista, y con el ni?o Khatra, su ayudante. Por m¨¢s que Maata, que arrastra la sabidur¨ªa de los n¨®madas, trata de convencer a estos j¨®venes inquietos de que no se arriba a ning¨²n para¨ªso mediante un viaje, muere, con una bombilla en la mano, antes de conseguirlo, con lo que los ¨²ltimos planos de la pel¨ªcula que cuenta esta historia, titulada Heremakono (Esperando la felicidad) (2002), del cineasta mauritano Abderrahmane Sissako, no son sino un conjunto de despedidas, en todas las direcciones, de estos transe¨²ntes de cualquier edad.
?Quiz¨¢ resida entonces la felicidad en un peque?o cono rodeado de agua, en una min¨²scula isla casi con la misma forma de la bombilla que agarraba Maata al morir? Eso al menos es lo que inicialmente nos induce a creer lo que nos muestra, sin palabras, el filme La isla desnuda (1961), de Kaneto Shindo, donde asistimos a la cotidiana aventura de un matrimonio de campesinos, con dos hijos varones de pocos a?os, los cuales se pasan la vida acarreando agua dulce hasta su diminuta isla, situada al Este de Jap¨®n. Pr¨¢cticamente toda la pel¨ªcula es una sucesi¨®n de im¨¢genes que repiten el mismo y fascinante ritual: las constantes idas y venidas en barca del matrimonio, cubriendo la distancia que separa su isla del puerto m¨¢s cercano, donde rellenan sus cubos de agua y los transportan a su para¨ªso vertical, cuya ascensi¨®n acometen con sumo cuidado, portando sobre sus hombros, cada uno de ellos, una yunta, en cuyos extremos penden, con m¨¢gico equilibrio, sendos baldes a rebosar del preciado elemento, cual si se tratase de la pareja m¨¢s refinada y hermosa de bailarines de ballet.
Horas y horas se podr¨ªa admirar la silenciosa belleza de estos danzantes, cuyas repetidas evoluciones nos mantienen en vilo, porque su vacilante movimiento r¨ªtmico irradia esa forma perfecta que s¨®lo se consigue con la felicidad. Sin embargo, la muerte de uno de los ni?os nos saca inesperadamente de nuestra embriagada contemplaci¨®n, demostrando que tampoco es completa la beatitud sobre una peque?a isla c¨®nica, aunque, tras el doloroso entierro, en el ¨²ltimo fotograma de la pel¨ªcula vemos c¨®mo los padres siguen pacientemente su danza para verter un cazo de agua en cada una de las hortalizas, sin que dudemos que dar¨¢n fruto.
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