Banderas tricolores, 'bella ciao' y pantalones acampanados
Desde que el 1? de Mayo cay¨® en manos de los turoperadores, que fue apenas se proclam¨® oficialmente el final de la Transici¨®n, la coreograf¨ªa de la Fiesta del Trabajo se hab¨ªa convertido en un muermo muy plasta. La fecha se hab¨ªa secularizado, y sin que hubiese perdido sentido la reivindicaci¨®n colectiva, al sindicalismo se le fue oxidando el gesto, se le dispararon los triglic¨¦ridos en el discurso y el argumentario se le volvi¨® osteopor¨®tico.
?ste era ya s¨®lo un acto para liberados, delegados sindicales y tipos muy convencidos con barba y olor a Ducados. Una cita eludible que estaba sometida adem¨¢s a un goteo de deserciones sin torniquete posible y por el que se perd¨ªa la intensidad de los colores. La causa se hab¨ªa ido diluyendo en la hipoteca de la segunda residencia, en el primer polo Ralph Lauren comprado en un arrebato en El Corte Ingl¨¦s y en el resplandor de la primera ocasi¨®n en la que se hab¨ªa visto de cerca una ensalada de bogavante.
La guerra de Irak supone un pasaje de regreso a finales de los a?os setenta
Desde el 14 de abril de 1931 no hab¨ªa habido en Valencia tantas banderas republicanas
Sin embargo, no todos los procesos son irreversibles. S¨®lo hay que quedarse quieto y esperar a que todo vuelva a pasar por delante como si la historia se tratase de un tiovivo. Las movilizaciones contra la guerra de Irak, y sobre todo la indignaci¨®n causada por Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar en la poblaci¨®n por su implicaci¨®n en el conflicto, han supuesto para la izquierda un pasaje de regreso a finales de los a?os setenta. La democracia ha recuperado de nuevo el m¨²sculo de la calle de la que sali¨®, y ayer se not¨® en algunas ciudades como Valencia, donde el acontecimiento devolvi¨® a la fiesta, si no la asistencia, s¨ª toda la plasticidad, el entusiasmo y el colorido propio de su esplendor. El hecho de que los pantalones acampanados vuelvan a estar en boga y abundaran en la manifestaci¨®n, contribu¨ªa de un modo determinante al rescate de una est¨¦tica que sacudi¨® a varias generaciones y que conforma una misma pasta con la ideolog¨ªa, la ¨¦tica y la melancol¨ªa.
Quiz¨¢ nunca hab¨ªa habido en Valencia, desde el 14 de abril de 1931, una aglomeraci¨®n tan significativa de banderas republicanas como la que se dio ayer, cuando para asombro de la furgoneta de la Plataforma por la III Rep¨²blica que las repart¨ªa se agotaban las existencias en apenas unos instantes. Y m¨¢s en un d¨ªa en el que el Rey Juan Carlos I estaba de visita en Valencia. Con cuatro banderas tricolores por metro cuadrado y ese valor a?adido, a los mayores se les pon¨ªa la carne de gallina:
-Todav¨ªa me acuerdo cuando los fascistas bombardeaban en Barcelona los barrios obreros.
-Ahora s¨ª que no pasar¨¢n.
Uno de los asistentes hab¨ªa recuperado toda la chatarra ideol¨®gica que hab¨ªa acumulado en los d¨ªas ¨¦picos: un kilo en chapas de Lenin, estrellas rojas de cinco puntas, banderas de Cuba... Con estas credenciales cualquier consigna oral resultaba ociosa, por eso s¨®lo sonre¨ªa bajo su sombrero mientras segu¨ªa su Hoja de Ruta interna al ritmo de trombones de varas y clarinetes rebeldes. Entonces pas¨® otra bandera republicana gigante llevada a mano por varios compa?eros del metal (con no menos solemnidad que el difunto desfilaba bajo palio rodeado de cardenales) al grito pelado de ?Espa?a ma?ana ser¨¢ republicana! Incluso estall¨® no lejos una traca, acaso como met¨¢fora seca de los disparos de botes de humo que tan s¨®lo unas d¨¦cadas antes hab¨ªan creado una niebla t¨®xica que desataba el instinto de solidaridad en las v¨ªctimas.
Despu¨¦s llegaron las banderas rojas con la negra Santa Faz del Che, y pasaron algunos rostros esculpidos en las madrigueras etil¨ªcas del Barrio del Carmen, insistentes redobles de bombo, alg¨²n ciclista despistado y activistas juveniles con el esqueleto gobernado por la imparable percusi¨®n africana que se generaba a sus espaldas, mientras un coro irreductible vociferaba mirando la fachada de Bancaixa: ?Vosotros fascistas sois los terroristas! Sigui¨® un andamio ambulante como si se tratara de una performance de La Fura dels Baus, y a ras de suelo pasaron sandalias, botas de monta?a, bambas, chirucas y algunos zapatos negros de rejilla con calcetines de deporte blancos, precediendo a una charanga que interpretaba en tono jovial Bella ciao, el canto de los partisanos italianos, como si la dirigiera un Nino Rota disoluto.
En ese momento lleg¨® la bandera de Palestina, muy hinchada por el vapor incandescente de los aullidos contra Sharon y los yanquis. Y enseguida, las Mujeres de Negro, que como en un homenaje a Osibisa creaban un ritmo envolvente y canalla percutiendo cencerros, botellas de an¨ªs El Mono, calabazas y maracas. Luego, una pancarta contra la Coca-cola abri¨® el paso a las dulzainas rabiosas y a los gritos por la indepencia, que llegaban amortiguados a los dos furgones de grises vestidos de azul que cerraban este Corpus laico aunque no menos lit¨²rgico. S¨®lo falt¨® una cazadora Graham Hill para rematarlo.
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