Mentiras
Cuando su cuerpo de usted necesita unas lentejas, unos zapatos o un pisito, es el mercado el que decide si se cubre o no esa necesidad. No es raro que el precio de alguna de estas cosas, o de todas ellas juntas, resulte excesivo para sus posibilidades. Entonces usted se joroba o se muere y santas pascuas. Sin embargo, cuando un autor y una cadena de televisi¨®n no se ponen de acuerdo en el precio de una teleserie, en lugar de decidirlo el mercado, lo decide una comisi¨®n gubernamental. Eso pretende al menos la nueva Ley de Propiedad Intelectual. Uno piensa que al Gobierno deber¨ªa preocuparle el precio de los productos esenciales, porque la Constituci¨®n no dice que tengamos derecho a una teleserie, aunque s¨ª a una vivienda digna. Pues no hay forma de que lo entienda.
El disparate metaforiza a la perfecci¨®n el mundo en el que vivimos. Todo est¨¢ montado para que la parte d¨¦bil siga siendo la parte d¨¦bil. As¨ª las cosas, habr¨ªa que pensar en prohibir a los ni?os la lectura de la Constituci¨®n para que no se hagan falsas esperanzas acerca de sus derechos. En cuanto a la tele, si alg¨²n autor imaginaba que podr¨ªa vender sus guiones a un precio de mercado acorde con el de la vivienda o la merluza, est¨¢ muy equivocado. En el momento en el que se ponga rebelde, aparece la comisi¨®n gubernamental e impone el precio que no se atreve a imponer para los productos de primer¨ªsima necesidad. Somos liberales en lo esencial e intervencionistas en lo accesorio. Muy pronto, el mercado decidir¨¢ si usted puede o no curarse la faringitis, pero la Seguridad Social le garantizar¨¢ el acceso a la teleserie de moda.
No respiro por la herida, pues ni trabajo para la televisi¨®n ni defiendo con especial ardor la propiedad privada de los productos que salen de la cabeza. Es m¨¢s, creo que en un mundo como Dios manda la escritura ser¨ªa un servicio p¨²blico, y los escritores, funcionarios al servicio de la comunidad. Ni siquiera firmar¨ªamos nuestros libros. De hecho, la Constituci¨®n no tiene firma ni sabemos de nadie que cobre derechos de autor por los ejemplares vendidos. Es cierto que cada vez se lee menos, pero ello se debe a que, al contrario de Madame Bovary o el Quijote, promete cosas que no da.
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