El Papa
El interior de la bas¨ªlica de San Pedro estaba a rebosar. Miles de personas hac¨ªan el recorrido con la indumentaria y las caras de asombro caracter¨ªsticas del turismo de masas. Liderados por sus respectivos gu¨ªas y conformando una Torre de Babel los grupos saltaban de un lugar a otro admirando las distintas capillas, conjuntos escult¨®ricos, mosaicos y dem¨¢s elementos integradores del inconmensurable aderezo art¨ªstico y religioso que ornamenta el templo. Era el mediod¨ªa de Viernes Santo y los visitantes japoneses estiraban el cuello como extraterrestres en el intento de compensar su recortada estatura y mejorar el ¨¢ngulo de visi¨®n.
El gent¨ªo se compactaba intensamente sobre un cord¨®n rojo que limitaba el espacio en torno a los confesionarios. Todo en el Vaticano es valioso, hasta los confesionarios, pero no era su elegante acabado el motivo de tal expectaci¨®n. All¨ª, en uno de esos habit¨¢culos de nobles maderas estaba confesando el Papa. Juan Pablo II siguiendo la tradici¨®n tomaba confesi¨®n a un pu?ado de fieles que hab¨ªan logrado el privilegio de contar sus faltas y recibir la absoluci¨®n del Santo Padre. Quienes aguantaron sufridamente los apretones hasta concluir el desfile de pecadores tuvieron la oportunidad de ver a pocos metros la figura del sucesor de Pedro. Sali¨® despacito, con pasos muy cortos y la cabeza baja y ladeada. El aspecto que presentaba era el de un anciano consumido.
Ese hombre al que cualquier desplazamiento por m¨ªnimo que sea le supone un esfuerzo ¨ªmprobo y que, aquel mismo viernes por la tarde, apenas si pudo cubrir unos cuantos pasos en el tradicional V¨ªa Crucis hasta el Coliseo es el mismo que hoy a mediod¨ªa llegar¨¢ a Madrid. Y lo har¨¢ para cumplir un programa de actos, encuentros y celebraciones religiosas que agotar¨ªan a un tipo en plena forma. Su estado f¨ªsico dista mucho del exhibido en aquel primer viaje que realiz¨® a Madrid hace m¨¢s de veinte a?os. Hasta entonces y a pesar de ser capital de la "reserva espiritual" de Europa nunca un Papa nos hab¨ªa visitado. El recibimiento fue apote¨®sico. Los fieles se echaron a la calle cubriendo cada metro recorrido por el llamado papam¨®vil. Los curas y monjas vaciaron los conventos para participar entusiasta y activamente en el gigantesco festival urbano montado en torno a la presencia de su Santidad. Un acontecimiento religioso del que no s¨®lo tomaron parte los aficionados a la Cristiandad, la ciudad entera agasaj¨® al Papa polaco. Hasta el entonces alcalde Enrique Tierno, ateo confeso, quiso dar la nota en aquella circunstancia d¨¢ndole la bienvenida en lat¨ªn. A¨²n recuerdo el master acelerado en liturgia eclesi¨¢stica que los periodistas tuvimos que cursar para cubrir su estancia. Incluso para quienes no frecuent¨¢bamos los templos ver a aquel hombre de blanco en acci¨®n ante las masas resultaba sobrecogedor. All¨ª hab¨ªa un aut¨¦ntico l¨ªder que inspiraba confianza y levantaba el esp¨ªritu. Juan Pablo II en vivo y en directo arrasaba.
Rememorando su ¨¦xito de cr¨ªtica y p¨²blico cuesta entender el escaso rendimiento que los ministros de la Iglesia le han sacado en las ¨²ltimas d¨¦cadas al tir¨®n papal. Es evidente que esa magn¨ªfica imagen p¨²blica no compensa el retraimiento progresivo que provoca en la feligres¨ªa espa?ola el conservadurismo imperante en su doctrina. Los templos cat¨®licos no est¨¢n precisamente abarrotados y la edad media de quienes acuden a ellos se acerca vertiginosamente a la de los usuarios del Inserso. A la Iglesia cat¨®lica le cuesta cada d¨ªa m¨¢s conectar con las generaciones emergentes y de ah¨ª su inter¨¦s en organizarle al Papa ba?os de masas juveniles como el encuentro de esta tarde en Cuatro Vientos. En las parroquias y colegios religiosos hay, seg¨²n me cuentan, algunos intentos voluntaristas por potenciar la imagen del cura guay con buen rollito, pero, cuando llegan a los asuntos de sexo, o sacan los pies del tiesto o les toman a co?a. En cambio los chicos han sabido apreciar la firmeza de Juan Pablo II contra la guerra. Esa misma que fue edulcorada a conciencia en los p¨²lpitos e ignorada por tantos pol¨ªticos de Comuni¨®n diaria que ahora querr¨¢n sacarle r¨¦ditos electorales a la visita papal. La hipocres¨ªa ni llena los templos ni arrastra votos. No pueden ir al Papa rogando y con el mazo dando.
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