Por el ego del hombre blanco
Mutis: rayos y truenos, miedo y pavor. Polvo, cenizas, niebla, fuego, humo, arena, sangre y una buena cantidad de desperdicios desaparecen ahora de la escena. El escenario, no obstante, sigue ocupado. La pregunta planteada cuando se levant¨® el tel¨®n no ha encontrado respuesta. ?Por qu¨¦ fuimos a la guerra? Si no se encuentran verdaderas armas de destrucci¨®n masiva, esta pregunta empezar¨¢ a hacerse en un tono m¨¢s estridente.
O si, por el contrario, lo que es m¨¢s probable, s¨ª se descubren armas en Irak -ni una d¨¦cima, ni una cent¨¦sima parte de las que poseemos nosotros-, pero s¨ª, esas armas est¨¢n all¨ª, tambi¨¦n es m¨¢s probable que existan a¨²n m¨¢s, trasladadas a nuevos escondites fuera de Irak. Si esto es as¨ª, a continuaci¨®n podr¨ªan ocurrir hechos espantosos. En caso de que tuvieran lugar, podemos contar con una respuesta predecible: "Americanos buenos, honrados e inocentes murieron hoy a manos de malvados terroristas de Al Qaeda". S¨ª, escucharemos la voz del presidente hablar antes incluso de que pronuncie esas palabras. (Aquellos de nosotros a quienes no nos gusta George Bush no tenemos m¨¢s remedio que reconocer que soportarle en el Despacho Oval es como estar casado con una pareja que siempre dice exactamente lo que ya sab¨ªamos que dir¨ªa, cosa que tambi¨¦n contribuye a explicar por qu¨¦ la otra mitad de Am¨¦rica lo ama).
La pregunta sigue en pie: ?por qu¨¦ fuimos a la guerra? Todav¨ªa no hay respuesta. Al final, es probable que un conjunto de respuestas cree un potaje cognitivo que al menos abra el camino a que cada uno se haga su propia idea. Fuimos a la guerra, podr¨ªa decir yo, porque necesit¨¢bamos mucho una guerra. La econom¨ªa de EE UU se estaba hundiendo, el mercado estaba triste y deprimido, y algunos bastiones cl¨¢sicos de la antigua fe norteamericana (la honradez de las grandes corporaciones, el FBI y la Iglesia cat¨®lica, por mencionar s¨®lo tres) hab¨ªan sufrido cada uno un severo bochorno. Ya que nuestra Administraci¨®n no estaba preparada para resolver ninguno de los serios problemas a los que se enfrentaba, resultaba natural que sinti¨¦ramos el impulso de dirigirnos a empresas mayores. ?Al ataque, hacia la guerra emp¨ªrea!
Hay que decir que la Administraci¨®n sab¨ªa algo que muchos de nosotros no sab¨ªamos;sab¨ªa que ten¨ªamos un conjunto de fuerzas armadas muy buenas, quiz¨¢ incluso extraordinariamente buenas, aunque todav¨ªa no hab¨ªan sido puestas a prueba, unas tropas cualificadas, disciplinadas, centradas en su carrera y dirigidas por unos mandos y un personal oficial inteligente, con facilidad de palabra y considerablemente menos corrupto que cualquier otro grupo de poder de EE UU.
En semejante situaci¨®n, ?c¨®mo pod¨ªa la Casa Blanca no utilizarlas? Pod¨ªan resultar esenciales para levantar la moral de un determinado grupo social de la vida americana, quiz¨¢ el grupo clave: el hombre blanco americano. Si antes este conjunto constitu¨ªa casi el 50% de la poblaci¨®n, ahora hab¨ªa bajado a ?cu¨¢nto?... ?Al 30%? Aun as¨ª, segu¨ªa siendo clave para consolidar el suelo electoral del presidente. Y estaba en horas muy bajas. Desde el punto de vista del ego colectivo, el buen hombre blanco americano ten¨ªa muy poco que elevar su moral desde que el mercado laboral se puso feo, a no ser que formara parte de las Fuerzas Armadas. Ah¨ª, ciertamente, la cosa era distinta. Las Fuerzas Armadas se hab¨ªan convertido en el equivalente paradigm¨¢tico de un gran atleta joven que busca la manera de medir su verdadera capacidad. ?Podr¨ªa ser que hubiera un tipejo por ah¨ª lejos hecho a su medida, cuyo nombre fuera Irak? Irak ten¨ªa reputaci¨®n de ser duro, pero estaba viejo y era un bocazas. Un oponente ideal. Una guerra en el desierto, sin cuevas a la vista, dise?ada para una fuerza a¨¦rea cuya vanguardia s¨®lo es comparable en perfecci¨®n a una top-model en una pista de despegue.
As¨ª que se eligi¨® Irak. Nuestra buena gente de las altas esferas se apresurar¨ªa a asegurar que nuestro enemigo putativo representaba una amenaza nuclear. De camino, presentaron al presidente Sadam Husein como el arquitecto en la sombra del 11-S. Luego declararon que dirig¨ªa un nido de terroristas. Ninguna de estas afirmaciones soportaba un examen a fondo, pero tampoco hac¨ªa falta. Est¨¢bamos preparados para ir a la guerra de todas formas. Despu¨¦s del 11-S, y tras la ausencia del cuerpo de Osama Bin Laden en Afganist¨¢n o en cualquier otro sitio, ?por qu¨¦ no elegir a Sadam como la fuerza maligna detr¨¢s de la ca¨ªda de las Torres Gemelas? Liberar¨ªamos a los iraqu¨ªes. De forma lasciva, desvergonzada, orgullosa, exuberante, una mitad de nuestra Am¨¦rica prodigiosamente dividida esperaba con impaciencia la nueva guerra. Sab¨ªamos que nuestra televisi¨®n iba a estar impresionante. Y lo estuvo. Con im¨¢genes as¨¦pticas, pero impresionante -cosa que, despu¨¦s de todo, es exactamente como se supone que deben ser los buenos canales de televisi¨®n-.
Hab¨ªa, sin embargo, razones incluso mejores para utilizar nuestras capacidades militares, pero estas razones nos devuelven al malestar cr¨®nico del hombre blanco americano. Lleva 30 a?os soportando palizas diarias. Para bien o para mal, el movimiento de la mujer ha logrado sus avances y el viejo ego f¨¢cil del macho se ha arrugado ante ese resplandor. Incluso el poderoso consuelo de animar a tu equipo en televisi¨®n se ha torcido. Ahora es menos reconfortante que antes ver los deportes, se aprecia una p¨¦rdida clara y notable. Las grandes estrellas blancas de a?os atr¨¢s en su mayor¨ªa han desaparecido del f¨²tbol americano, del baloncesto, del boxeo, y casi del b¨¦isbol. El genio negro domina ahora en todos estos deportes (y los hispanos est¨¢n escalando posiciones deprisa; incluso los asi¨¢ticos empiezan a dejar su impronta). A nosotros los hombres blancos s¨®lo nos queda la mitad del tenis (al menos su mitad masculina), y podr¨ªamos se?alar tambi¨¦n el hockey sobre hielo, el esqu¨ª, el f¨²tbol, el golf (con la notable excepci¨®n del Tigre), adem¨¢s del lacrosse, la nataci¨®n y la Federaci¨®n Mundial de Lucha -residuos de lo que una vez fue nuestro glorioso protagonismo-.
Por otra parte, al buen hombre americano a¨²n le quedan las Fuerzas Armadas. Si los negros y los hispanos son ah¨ª numerosos, siguen sin ser mayor¨ªa, y los cuerpos oficiales (si la televisi¨®n es testigo de fiar) sugieren que el porcentaje de hombres blancos sube a medida que ascendemos en el escalaf¨®n hacia los oficiales superiores. Adem¨¢s, tenemos insuperables unidades terrestres, supermarines, y un as en la manga m¨¢gico -las mejores fuerzas a¨¦reas que hayan existido jam¨¢s-. Si no somos capaces de encontrar nuestro orgullo de machos en ning¨²n otro sitio, sin duda podemos situarlo en el punto dondese unen combate y tecnolog¨ªa. D¨¦jenme entonces que plantee la ofensiva sugerencia de que ¨¦sta pueda haber sido una de las razones cardinales por las que fuimos a la guerra. Sab¨ªamos que era probable que se nos diera bien. Sin embargo, a medida que se fueron desarrollando los r¨¢pidos acontecimientos de las ¨²ltimas semanas, nuestro Ej¨¦rcito sufri¨® una transformaci¨®n. Es m¨¢s, ha sido una metamorfosis tremebunda. Pasamos de ser un gran atleta en potencia a cirujano jefe capaz de operar a gran velocidad sobre un paciente con enfermedades terribles. Ahora, mientras cosen al paciente, aparece una nueva y preocupante pregunta: ?se han desarrollado medicinas nuevas para curar lo que parece ser una infecci¨®n generalizada? ?Sabemos de verdad c¨®mo tratar supuraciones l¨ªvidas para las que no est¨¢bamos del todo preparados? ?O ser¨ªa mejor olvidar las consecuencias? ?No ser¨ªa mejor seguir confiando en nuestra gran suerte americana, la fe en esta suerte divinamente protegida, basada en nuestro propio entusiasmo? Somos, por costumbre, optimistas. Si estas supuraciones resultan ser intratables, o simplemente nos llevan demasiado tiempo, ?no podemos dejarlas atr¨¢s? Podr¨ªamos irnos a nuestro siguiente emplazamiento. Podr¨ªamos declarar con nuestra mejor voz de John Wayne: "Siria, puedes correr, pero no puedes esconderte", "Arabia Saud¨ª, dep¨®sito de grasa sobrevalorado, ?te falta combustible?", e "Ir¨¢n, ¨¢ndate con ojo, nos hemos quedado con tu cara. Podr¨ªas ser nuestro pr¨®ximo almuerzo". Porque cuando nos sentimos as¨ª de bien, estamos preparados para lo que sea, cuantas veces haga falta. Tenemos que hacerlo. Ahora que lo hemos saboreado de verdad. C¨®mo iba a ser de otra manera, habiendo una cesta llena de cientos de millones que ganar en Oriente Medio, siempre que llevemos la delantera a los miles de millones de deuda que nos persiguen.
Dig¨¢moslo ya: las razones que llevan a las grandes acciones hist¨®ricas de una naci¨®n probablemente no sean m¨¢s elevadas que la capacidad espiritual de sus l¨ªderes. Aunque es posible que George W. no sepa tanto como ¨¦l cree acerca de los designios de la bendici¨®n divina, nos conduce a gran velocidad de todas formas. En cierta escala de magnitudes, es el blanco m¨¢s macho de todos los t¨ªos de Am¨¦rica; s¨ª, tenemos al volante a este hombre, cuyo motivo de jactancia m¨¢s leg¨ªtimo podr¨ªa ser que supo c¨®mo transformar la copropiedad de un importante equipo de b¨¦isbol en una victoria como gobernador de Tejas. Y -?podremos olvidarlo alg¨²n d¨ªa?- fue catapultado, desde entonces, a un poderoso c¨¢ntico: ?Gloria al Jefe!
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.