Cuaderno
En la feria del Libro Antiguo y de Ocasi¨®n, que se celebra bajo las acacias de mayo en el paseo de Recoletos, en Madrid, he encontrado uno de aquellos cuadernos escolares en el que aprend¨ª a leer. Al abrirlo, una palomilla blanca, que s¨®lo era una polilla, sali¨® volando y una tijereta sorprendida fue a refugiarse en los entresijos del lomo algo podrido y mientras con los ojos cerrados aspiraba sus p¨¢ginas que ol¨ªan a melaza, el tiempo se cristaliz¨® en la oscuridad de los p¨¢rpados y en ella volvieron a bailar los primeros signos con que se arma el esp¨ªritu. Al salir de la infancia me encontr¨¦ con un bosque distinto de aquel en que yo sol¨ªa jugar. En el cuaderno de mis primeras lecturas los palotes eran los troncos y algunas vocales eran las copas de los ¨¢rboles. Las letras iban formando ramas a medida que crec¨ªa el pensamiento y a veces eran tan tupidas que bajo ellas se hac¨ªa la noche y entonces me perd¨ªa. Pese a que a mi alrededor hab¨ªa mucha vegetaci¨®n en aquellos d¨ªas claros nunca experiment¨¦ el p¨¢nico al encontrarme solo en medio de la naturaleza; en cambio, me causaba terror adentrarme en el bosque de las palabras cuya espesura se me antojaba llena de monstruos, aunque a veces aquellos signos tambi¨¦n me conduc¨ªan a un para¨ªso habitado por otros animales inocentes cuando la escritura ya era una cascada. Estos d¨ªas la conciencia de quienes nos hemos manifestado a favor de la paz en el antiguo para¨ªso terrenal tambi¨¦n ha sido bombardeada y como cualquier pacifista me considero un da?o colateral de la invasi¨®n de Irak, pero bajo las acacias de Recoletos entre los libros antiguos he tenido la suerte de encontrar aquel cuaderno escolar, que me ha servido para reconstruirse por dentro despu¨¦s de las obscenas matanzas. A lo largo de la vida siempre hay una forma de volver a empezar desde la memoria no contaminada, que a¨²n conserva los objetos m¨¢s puros: el sacapuntas, el perfume de los l¨¢pices de colores Alpino, el l¨¢piz de carb¨®n marca Faber y aquella primera goma de borrar con sabor a turr¨®n de coco, que ahora servir¨ªa para borrar la mala conciencia. En aquel cuaderno se hallaba el itinerario hacia el Este del Ed¨¦n. Atravesando el bosque de vocales y consonantes me sorprend¨ªa en un claro lleno de sol por donde ve¨ªa pasar bandadas de erres y haches, que no eran aviones cargados de bombas sino aves azules. A veces se posaban en la copa de los ¨¢rboles y desde all¨ª contaban f¨¢bulas de Esopo a los leones que a¨²n eran vegetarianos y luego reemprend¨ªan el vuelo.
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