Lo que queda del consenso
Justo cuando toca organizar los festejos para celebrar el veinticinco aniversario de la Constituci¨®n crece la preocupaci¨®n, pues las virtudes que convirtieron en mod¨¦lica la transici¨®n se van convirtiendo en bienes escasos. La vida p¨²blica espa?ola se desarrolla con demasiada frecuencia en un clima bronco y el di¨¢logo entre las fuerzas pol¨ªticas se ha hecho m¨¢s dif¨ªcil. Es verdad que la manera en que se logr¨® consolidar nuestra democracia sigue siendo un referente en el exterior: el consenso constitucional, los Pactos de la Moncloa, el Estado de las autonom¨ªas o la concertaci¨®n social entre sindicatos y empresarios son objeto de estudio minucioso en Am¨¦rica Latina y en muchos de los pa¨ªses que van a incorporarse a la Uni¨®n Europea, que tratan de deducir de ellos ense?anzas aplicables a sus propios procesos de transici¨®n. Pero cada vez somos m¨¢s los espa?oles que estamos insatisfechos al ver c¨®mo funciona nuestra democracia consolidada.
Visto en perspectiva, el consenso forjado en los comienzos de la transici¨®n ha sido un gran activo para Espa?a desde todos los puntos de vista imaginables. Lo que al comienzo pudo sentirse como un cors¨¦ construido sobre la base de renuncias mutuas que hab¨ªa que soportar a la vista de la fragilidad de las nuevas instituciones y de la necesidad de conjurar los riesgos de involuci¨®n, se revel¨® pronto un magn¨ªfico cauce para definir y poner en valor los principios y valores comunes, por encima de diferencias ideol¨®gicas y batallas partidarias. Basados en ese sustrato de creencias y objetivos compartidos, hemos disfrutado de una estabilidad pol¨ªtica sin precedentes, la sociedad se ha movilizado en pos de objetivos ambiciosos a medida que avanzaba el desarrollo constitucional y la imagen de Espa?a en el exterior ha llegado a cotas inalcanzadas durante siglos. Sin embargo, algo se est¨¢ resquebrajando.
Los primeros anuncios de deterioro se percibieron en la primera mitad de la d¨¦cada de los noventa. De una parte, el PNV, que aun no votando la Constituci¨®n ven¨ªa actuando con lealtad hacia ella, emprendi¨® un giro de gran calado, que desemboc¨® en su convergencia con el entorno de Batasuna acerca de una estrategia soberanista, en detrimento de su entendimiento con los socialistas vascos y del consenso en la lucha contra el terrorismo de ETA plasmado en el acuerdo de Ajuria Enea, que ya hab¨ªa sido menospreciado por el PP en sus ¨²ltimos a?os de oposici¨®n. De otra, los esc¨¢ndalos en torno a algunos sonados casos de corrupci¨®n, adem¨¢s de golpear en la l¨ªnea de flotaci¨®n del PSOE, dieron pie a que una derecha incapaz hasta entonces de organizarse con eficacia reaccionase procurando la obtenci¨®n de r¨¦ditos pol¨ªticos inmediatos, sin pararse a reflexionar sobre las causas de los fallos que denunciaba ni sobre la naturaleza de los medios empleados y de los apoyos recibidos.
La primera legislatura del Gobierno del PP supuso una cierta tregua en ese proceso. Sus pactos con los nacionalistas y el inter¨¦s por ampliar sus apoyos electorales le llevaron a asumir, no sin contradicciones, actitudes m¨¢s moderadas y un perfil centrista. Pero a partir de marzo de 2000, una vez obtenida la mayor¨ªa absoluta, el Gobierno presidido por Aznar ha empezado a socavar de forma preocupante algunos de los cimientos en los que descansa el edificio que hemos venido construyendo desde la llegada de la democracia.
Son ya demasiadas ocasiones las que Aznar ha cedido a la tentaci¨®n de acusar al PSOE de ser un peligro para la unidad y la estabilidad de Espa?a como para pasarlo por alto, atribuyendo sus excesos verbales al calor de un mitin. Tampoco es de recibo su permanente acusaci¨®n a los socialistas -a los que ¨²ltimamente cita en compa?¨ªa de "los comunistas" de Llamazares, olvidados ya sus devaneos con Julio Anguita- de no tener propuestas ni ideas alternativas, cuando si algo caracteriza al presidente es su af¨¢n por rehuir cualquier debate y la conversi¨®n de sus actuaciones parlamentarias en una muestra de desprecio al resto de los miembros de la C¨¢mara. Su concepci¨®n de la democracia y del pluralismo queda en evidencia cada vez que pretende descalificar a la oposici¨®n, ignorando la obligaci¨®n que tiene de someterse a su control y aceptar con naturalidad la posibilidad de la alternancia.
Junto al PSOE, el "eje del mal" de Aznar ha incluido en esta legislatura a los nacionalismos. Las cr¨ªticas del PP hacia la estrategia del PNV, por muy fundadas que sean las razones para disentir de ella, pierden credibilidad y no pueden ser avaladas cada vez que degeneran en una descalificaci¨®n total de las ideas nacionalistas, como si ¨¦stas no cupiesen en el marco constitucional ni se pudiese defender una reforma de ¨¦ste que respete los procedimientos previstos para ello. Con esta actitud, la derecha est¨¢ volviendo al discurso de sus antecesores en Alianza Popular, y el l¨ªder del PP recuerda a aquel joven inspector de Hacienda que nos advert¨ªa desde las p¨¢ginas de un peri¨®dico riojano de los males que acarreaba el T¨ªtulo VIII de la Constituci¨®n.
En fin, Aznar ha propinado un dur¨ªsimo golpe al consenso con el giro copernicano que ha propinado a la pol¨ªtica exterior. Un giro impuesto a golpe de mayor¨ªa parlamentaria, pero que no ha sido argumentado en absoluto pese a las muchas horas que el Congreso de los Diputados ha debatido sobre la guerra en Irak. El PP se ha alejado de la idea de Europa defendida por los dem¨®cratas espa?oles desde hace d¨¦cadas, haciendo una interpretaci¨®n err¨®nea de nuestros intereses nacionales y sembrando de incomprensi¨®n y de recelos nuestras relaciones con Am¨¦rica Latina, con el Mediterr¨¢neo y con pa¨ªses tan importantes para nosotros como Francia y Alemania. El Gobierno nos habla de las supuestas ventajas que obtendremos en el futuro derivadas del alineamiento con Bush, pero por el momento s¨®lo se percibe una vergonzosa imagen de sumisi¨®n y sometimiento, que cre¨ªamos haber dejado atr¨¢s desde 1977.
Los recortes al pluralismo y la quiebra del consenso en pol¨ªtica exterior est¨¢n teniendo lugar en un contexto que se caracteriza tambi¨¦n por los frecuentes abusos de poder en que haincurrido el Gobierno en su relaci¨®n con los medios de comunicaci¨®n y determinados sectores empresariales; por la regulaci¨®n restrictiva de los derechos y libertades que ha introducido en las reformas emprendidas en materia penal, penitenciaria y migratoria, y por algunas graves manifestaciones de intolerancia y de falta de respeto en la relaci¨®n del poder ejecutivo con los dem¨¢s poderes del Estado, con el ministerio fiscal y, en ocasiones, con la propia Corona.
Mariano Rajoy ven¨ªa a decir hace poco en este mismo peri¨®dico que muchos de estos aspectos negativos, que ensombrecen la actual situaci¨®n pol¨ªtica, ten¨ªan que ver sobre todo con el peculiar car¨¢cter de Aznar. Pero, por desgracia, tengo la impresi¨®n de que las actitudes del actual presidente tienden a reflejar con bastante exactitud los principales rasgos de la personalidad de la derecha que nos gobierna. Durante un cierto tiempo, hemos venido saludando con satisfacci¨®n el proceso mediante el cual la derecha m¨¢s conservadora -de donde viene Aznar- abrazaba los principios democr¨¢ticos y se pasaba con armas y bagajes a defender la Constituci¨®n. Pero al comprobar cu¨¢les son las consecuencias de su paso por el Gobierno, esa satisfacci¨®n se torna en preocupaci¨®n, al ver c¨®mo a esa derecha le incomoda cada vez m¨¢s la compa?¨ªa de quienes estamos desde siempre en el lugar al que ellos acaban de llegar. Y al crecer la sensaci¨®n de que su idea de Espa?a se parece todav¨ªa bastante a la que ten¨ªan antes de compartir con nosotros los valores de la democracia.
Joaqu¨ªn Almunia es diputado del PSOE.
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