'Segurosos'
Son llamados as¨ª en Cuba los polic¨ªas de la Seguridad del Estado. Los hay por todas partes y de los m¨¢s diversos tipos. Al lado de una pl¨¦yade de polic¨ªas y secretas cl¨¢sicos est¨¢n los chivatos de todo rango y condici¨®n, las personas normales forzadas a ejercer la delaci¨®n sistem¨¢tica como ¨²nico medio para salvar las propias, los funcionarios que incluyen entre sus deberes el control y el se?alamiento de eventuales contrarrevolucionarios. M¨¢s a¨²n que la tristemente c¨¦lebre RDA con su Stasi, la Cuba castrista puede ser definida como un Estado policial, de vigilancia generalizada, y que ha llevado esa faceta de infiltraci¨®n en todos los niveles de la sociedad a un alto grado de refinamiento y de eficacia, o lo que es lo mismo, de perversidad. Las razones para ello nada tienen de misteriosas. Al pronto establecimiento de un sistema de seguridad de tipo sovi¨¦tico se sum¨® la dimensi¨®n capilar del totalitarismo cubano, con una din¨¢mica de movilizaci¨®n revolucionaria de masas que hace posible la omnipresencia, visible u oculta, de la represi¨®n.
El envilecimiento consiguiente de las relaciones humanas resulta inevitable, porque la desconfianza en todas las direcciones constituye para el disconforme la ¨²nica garant¨ªa de supervivencia. En un plano menos costoso, pude comprobarlo hace cuatro a?os cuando elabor¨¦ como historiador el gui¨®n de un documental sobre la Revoluci¨®n cubana realizado para la primera cadena de la televisi¨®n francesa. En Par¨ªs no sab¨ªan espa?ol y contrataron como enlace a una exiliada de plena garant¨ªa, la cual, despu¨¦s de sacar toda la informaci¨®n que pudo, obviamente actu¨® para impedir que se rodara nada significativo en la Isla y para proporcionar all¨ª, eso s¨ª, una estupenda mulatita al director, de modo que ¨¦ste, finalmente dimitido, prefer¨ªa dar del castrismo una visi¨®n m¨¢s rosa que la de los turiferarios del r¨¦gimen con tal de volver a su amor, fruto de la atenci¨®n policial. T¨¢ctica ¨¦sta que tienen perfectamente probada con ¨¦xito para diplom¨¢ticos y periodistas. En otra direcci¨®n, es sabido que en los famosos "actos de repudio", asaltos a los domicilios de opositores, interven¨ªan vecinos en apariencia solidarios, de hecho segurosos, como me cont¨® Gustavo Arcos por experiencia propia, para ayudar con firmeza al agredido y ganarse su confianza. Los ejemplos de esta t¨¢ctica miserable pueden multiplicarse, a partir del famoso acto de domesticaci¨®n de los escritores durante el caso Padilla, donde s¨®lo dos mantuvieron abiertamente su dignidad: ambos, uno de ellos Norberto Fuentes, segurosos. ?ltima muestra de acentos casi tr¨¢gicos: la intervenci¨®n decisiva de infiltrados como testigos de cargo en el reciente proceso contra escritores dem¨®cratas. Fue una directa colaboradora de la economista Marta Beatriz Roque quien recopil¨® los datos para su acusaci¨®n y condena, y al parecer fue un l¨ªder de los periodistas independientes el que vendi¨® a sus compa?eros. De n¨¢usea, compa?eros.
Hoy por hoy, el golpe dado a la opini¨®n democr¨¢tica en gestaci¨®n es decisivo. No vale cerrar los ojos pensando que se trata de un signo de agon¨ªa: ah¨ª est¨¢ Tiananmen. Por eso no basta con irritarse por un d¨ªa y mostrar una solidaridad, te?ida muchas veces de acentos agresivos contra el vecino. A los dem¨®cratas cubanos, del interior y del exilio, les toca superar la sensaci¨®n de impotencia y tambi¨¦n la de inseguridad ante la efectividad de las delaciones, sin por eso olvidar que los infiltrados existen, con una ¨²nica se?a de identidad apreciable y no muy segura: intentar¨¢n dividir y minimizar las cr¨ªticas contra el r¨¦gimen de la Isla. Les toca tambi¨¦n cortar, por una parte, con ese componente ultraderechista que dio pie a la imagen generalizada y bien trabajada por una minor¨ªa de los anticastristas como gusanos vociferantes. Son quienes provocaron los tristes incidentes en la reuni¨®n de la Puerta del Sol. Y en la vertiente opuesta, urge acabar tambi¨¦n con los residuos de un estilo estaliniano -cuarenta a?os es mucho para que el cambio en la mentalidad siga sin m¨¢s al ideol¨®gico-, que puede hacer a este o a aquel grup¨²sculo sentirse ¨²nico poseedor de la verdad, al modo del viejo partido-vanguardia. Por parte espa?ola, el cometido es claro, como debe serlo la conciencia de que el tema es entre nosotros un arma arrojadiza muy tentadora para los pol¨ªticos y de que existen intereses econ¨®micos muy fuertes, y a veces tan disimulados como los segurosos de la Isla y el exilio.
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