La alternancia problem¨¢tica
En un reciente art¨ªculo, Luis Daniel Izpizua se preguntaba por una aparente paradoja del comportamiento electoral de la sociedad vasca. En concreto, la de que los partidos nacionalistas parecen estar inmunizados contra los efectos esperables de su propia deriva radical, de modo que mantienen la fidelidad de todo su electorado a pesar de su posici¨®n cada vez m¨¢s extremista; mientras que los partidos constitucionalistas, por el contrario, no ven premiada su propia moderaci¨®n con un aumento correlativo de la confianza electoral. En definitiva, que el desplazamiento del PNV a lo largo del eje moderaci¨®n/radicalidad (y ciertamente ese desplazamiento ha sido ostensible en el ¨²ltimo quinquenio) no le priva del apoyo de su electorado m¨¢s moderado. Lo cual probablemente realimenta el impulso radical de la c¨²pula del partido, que constata con alivio que su pol¨ªtica carece de coste electoral.
Lo importante es que la sociedad se mueva junta, no que se mueva r¨¢pido o lejos
Habr¨ªa que matizar mucho esta percepci¨®n si miramos el medio plazo, pues ah¨ª no se ajusta a lo que ense?an los fr¨ªos n¨²meros. En efecto, si tomamos las elecciones auton¨®micas como las m¨¢s fiables en la expresi¨®n electoral del sentimiento sobre el binomio autonomismo/nacionalismo, observamos que las opciones nacionalistas muestran una pauta constante de estancamiento e incluso regresi¨®n desde 1986 en adelante. Nunca han vuelto a conseguir su m¨¢ximo de 776.000 votos y un 46,8% sobre el censo que lograron en aquellas elecciones. En las del 2001, a pesar de que se registr¨® un incremento agregado de 275.000 votantes por respecto a 1986 (un 20% m¨¢s), las opciones nacionalistas se quedaron en 747.000 votos, un 41,2% del censo. Los partidos no nacionalistas exhiben, por el contrario, una pauta sostenida de crecimiento: en 1986 recib¨ªan 367.000 votos (el 22% del censo). En 2001, eran 669.000 los votos (un 36,3% del censo).
Estas pautas divergentes sugieren otra explicaci¨®n de la reciente radicalizaci¨®n del nacionalismo, muy distinta de la anterior, que era la ausencia de coste electoral del aventurerismo. Se tratar¨ªa m¨¢s bien de que el PNV ser¨ªa consciente de que el tiempo trabaja en su contra, de que peligra en un futuro no muy lejano la hegemon¨ªa electoral nacionalista, e intentar¨ªa forzar la situaci¨®n ahora que todav¨ªa es mayoritario. A pesar de estas matizaciones, la pregunta de Luis Daniel Izpizua sigue siendo pertinente respecto a los ¨²ltimos registros electorales. ?Por qu¨¦ las opciones constitucionalistas no son capaces de recoger los votos de los nacionalistas moderados y los vasquistas difusos para construir con ellos una mayor¨ªa distinta?
En cierto sentido, esta cuesti¨®n equivale a la de preguntarse por la raz¨®n del fracaso de la estrategia del sorpasso que pretendi¨® Mayor Oreja en el 2001. A mi juicio, todos los datos indican que la raz¨®n se encuentra m¨¢s en las propias caracter¨ªsticas de la oferta electoral no nacionalista (lo que se podr¨ªa votar) que en la propia cohesi¨®n del voto nacionalista (lo que se vota). Cierto que existen factores de peso para la estabilidad del voto nacionalista, conectados con su largu¨ªsima permanencia en el gobierno (la creaci¨®n de amplias redes clientelares y el efecto de deferencia que provoca su condici¨®n de partido en el poder), pero esencialmente se trata de la carencia de una alternativa viable: si el voto nacionalista o vasquista moderado no abandona al PNV es, sobre todo, porque no encuentra adonde ir.
El PP se ha convertido en el peor enemigo de su propia estrategia, al abusar de un discurso antinacionalista inflamado, alicorto y torpe, que s¨®lo genera rechazo visceral fuera de su electorado. El PP re¨²ne seg¨²n los estudios emp¨ªricos el m¨¢ximo de preferencias negativas en el electorado (el partido al que ¨¦ste nunca votar¨ªa). Y as¨ª no cabe atraer a un solo nacionalista.
?Y el PSE-PSOE? ?Por qu¨¦ su posici¨®n autonomista no es capaz de convocar al electorado vasquista refractario a la radicalidad? En parte, por la inconsistencia y falta de credibilidad de su discurso. Pero, sobre todo, por una caracter¨ªstica que comparte con el PP, y que resulta determinante en la cultura pol¨ªtica de la sociedad vasca: su car¨¢cter de fuerza pol¨ªtica nacional (estatal). Es el hecho de que se trate de un partido de fuera que, adem¨¢s, se turna en el Gobierno de Madrid con el PP, el que le sit¨²a bajo una luz a priori desfavorable para el elector de sentimiento nacionalista. Es indiferente la verdad o falsedad de la percepci¨®n, lo trascendente es su capacidad movilizadora en el imaginario social. Adem¨¢s, lo que es inicialmente un dato puramente psicol¨®gico se correlaciona con uno objetivo, el de que un partido que ocupa el Gobierno central no puede ser al tiempo reivindicativo en lo auton¨®mico. Y por moderado que sea, el nacionalista reclama autonom¨ªa.
No debe olvidarse que un rasgo esencial del nacionalismo vasco (que lo aleja del catal¨¢n) es su acusado antiespa?olismo y una arraigada desconfianza incluso aldeana hacia los de fuera. De ah¨ª que el votante nacionalista dif¨ªcilmente dejar¨¢ de votar al PNV mientras la alternativa que se le ofrezca sea una estatalista. En su decisi¨®n cuenta m¨¢s la naturaleza del partido que su mensaje.
Si los partidos constitucionalistas est¨¢n condenados por su propio c¨®digo gen¨¦tico a no poder recoger los votos moderados de nacionalistas preocupados, la ¨²nica conclusi¨®n l¨®gica es la de que ser¨ªa necesaria la existencia de un partido nacionalista o vasquista moderado para hacerlo. La clave para hacer sentir al PNV el coste de su deriva radical, y por tanto para frenarla, no estar¨ªa entonces en construir discursos transversales entre fuerzas existentes, sino en la aparici¨®n de una fuerza pol¨ªtica radicalmente aut¨®noma, que poseyera un ¨¢mbito exclusivo de obediencia vasca. S¨®lo un nacionalismo moderado podr¨ªa frenar al radical en el campo electoral.
La paradoja es que, si tal partido naciera y resultara viable, su propia existencia dejar¨ªa superada la estrategia del sorpasso, pues nos introducir¨ªa probablemente en una din¨¢mica centr¨ªpeta propiciadora de un pacto consociativo, alej¨¢ndonos de la polarizaci¨®n centr¨ªfuga actual. La obtenci¨®n de la mayor¨ªa para uno u otro bloque, algo que nunca debi¨® llegar a considerarse como un objetivo pol¨ªtico con sentido, resultar¨ªa entonces irrelevante. Pues lo importante, como dec¨ªa Oakeshott, es que la sociedad se mueva junta, no que se mueva r¨¢pido o lejos.
Jos¨¦ Mar¨ªa Ruiz Soroa es abogado.
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