El Prado
"La gente de aqu¨ª no sabe lo que tiene". El comentario se lo escuch¨¦ a un tipo con acento extranjero que admiraba boquiabierto El Jard¨ªn de las Delicias de El Bosco. Siempre que voy al Museo del Prado me paro a contemplar esa prodigiosa obra cargada de simbolog¨ªas que parece anticipar en cuatrocientos a?os las corrientes surrealistas del siglo XX. S¨®lo por ver El Jard¨ªn de las Delicias se formar¨ªan largas colas de ser expuesto en cualquier capital occidental, y la expectaci¨®n alcanzar¨ªa niveles superlativos de viajar la obra acompa?ada de El carro de Heno, La mesa de los pecados capitales o La Epifan¨ªa, que tambi¨¦n cuelgan de las paredes del Prado. En realidad quien desee conocer bien el trabajo de aquel genio flamenco no tendr¨¢ m¨¢s remedio que venir a Madrid porque aqu¨ª se exhibe la casi totalidad de la obra del Bosco en Espa?a y ning¨²n museo en el mundo atesora una colecci¨®n de aquel autor siquiera comparable.. Pero lo m¨¢s impresionante del Prado es que la colecci¨®n del Bosco es tan s¨®lo una m¨¢s entre las de otros grandes maestros de la pintura. All¨ª est¨¢ tambi¨¦n lo mejor de Vel¨¢zquez, de Goya, del Greco, de Rubens y de tantos y tantos pintores que para el mundo entero conforman el Olimpo de esa disciplina art¨ªstica. As¨ª que tenemos en Madrid el mejor y m¨¢s completo museo de pintura antigua que existe, un lugar de visita obligada para cualquier persona que aprecie el arte. Curiosamente el hecho de tener tan a la mano ese inconmensurable patrimonio cultural, lejos de estimular el inter¨¦s de los madrile?os por las obras que exhibe, parece retraerles. Una gran parte de los ciudadanos de nuestra regi¨®n jam¨¢s ha visitado el Museo del Prado y la mayor¨ªa de quienes lo conocen fueron en su ¨¦poca de estudiantes y no han vuelto a pisar aquellas salas. S¨®lo una minor¨ªa ha ido dos o m¨¢s veces a contemplar sus cuadros a pesar de que la entrada es barata y los domingos gratuita. Se da la paradoja de que muchos de los madrile?os que nunca vieron el Prado o tienen de ¨¦l un vago recuerdo por haber estado all¨ª en los tiempos del colegio no han dudado en visitar el Louvre cuando fueron a Par¨ªs o la National Gallery si viajaron a Londres. Otro curioso fen¨®meno que contrasta con ese aparente desinter¨¦s por lo que tenemos en casa es el ¨¦xito clamoroso que suelen alcanzar las exposiciones monogr¨¢ficas o las que se presentan como acontecimiento puntual. Ocurri¨® hace a?os con el centenario de Vel¨¢zquez. Durante semanas hubo colas kilom¨¦tricas para contemplar una muestra en la que la gran mayor¨ªa de las obras expuestas pertenec¨ªan a la colecci¨®n permanente del propio Museo del Prado. Otro ejemplo notable y reciente es el de la exposici¨®n sobre Vermeer, el pintor que lider¨® la escuela holandesa del siglo XVII. La gran difusi¨®n medi¨¢tica del evento y el hecho de que se tratara de un autor de obra reducida y completamente ausente en nuestro pa¨ªs ha suscitado el inter¨¦s de miles de madrile?os que no dudan en pagar el alto precio de la entrada y esperar pacientemente su turno. Es decir que, cuando media alg¨²n tipo de est¨ªmulo o se eleva lo que puede contemplarse habitualmente a la categor¨ªa de acontecimiento excepcional, la respuesta del p¨²blico est¨¢ garantizada.
El domingo pasado, los candidatos socialistas a la Comunidad y el Ayuntamiento de Madrid, Rafael Simancas y Trinidad Jim¨¦nez, tuvieron la ocurrencia de incluir en su agenda de campa?a una visita al Prado. Independiente de sus obligadas consideraciones sobre la ampliaci¨®n que est¨¢ en marcha, los candidatos coincidieron en la necesidad de tomar medidas para que los madrile?os visitaran m¨¢s el museo. Ellos proponen, y est¨¢ bien, que la pinacoteca ampl¨ªe su horario hasta las nueve de la noche. De esa forma pueden ir a visitarla un d¨ªa cualquiera los que trabajan hasta tarde. Pero, adem¨¢s, es importante el que la gente aprenda a disfrutar de ese museo de otra forma distinta.
El cl¨¢sico atrac¨®n de cuadros que te deja exhausto resulta lo menos recomendable para enamorarse del arte. En cambio, visitar de cuando en cuando tres o cuatro salas concretas, document¨¢ndose previamente y degustando la calidad y grandeza de cada obra, puede ser una aut¨¦ntica gozada. Es un buen m¨¦todo para que los madrile?os sepamos de verdad lo que tenemos en casa, lo que tenemos en el Prado.
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