Maite en Buenos Aires
No pocos lectores de estas cr¨®nicas est¨¢n familiarizados con la figura emblem¨¢tica y se?era de Maite, la obrera fil¨®sofa. En su doble condici¨®n de trabajadora y pensadora, se ha convertido en gu¨ªa y ejemplo para miles de ciudadanos de Catalu?a y Baleares. Y nos consta que sus andanzas son seguidas a trav¨¦s de Internet por una abultada legi¨®n de habitantes de otras tierras.
Esta vez las vueltas de la vida han llevado a nuestra protagonista a las lejanas costas de la convulsionada Argentina, m¨¢s concretamente a Buenos Aires, la otrora reina del Plata, una ciudad de 15 millones de habitantes e incontables -y furiosos- contrastes. Resultar¨¢ aleccionador asomarse a las reflexiones y emociones que esta gran ciudad ha provocado en Maite.
La primera sorpresa lleg¨® del reino vegetal. "?Los ¨¢rboles son gigantescos!", exclam¨®, boquiabierta y maravillada. "?Mira, ¨¦ste es un ficus, como el que tenemos en casa, solo que el tronco tiene seis metros de di¨¢metro!". La obrera fil¨®sofa es tremendamente sensible a la presencia de todo tipo de plantas (seg¨²n ella, una brizna de hierba encierra toda la belleza y todo el misterio del universo). Las calles de Buenos Aires est¨¢n pobladas de ¨¢rboles descomunales que nadie poda. De vez en cuando cae una rama sobre los porte?os y sus pertenencias, pero con la de palos que les han ido cayendo en los ¨²ltimos a?os, se dir¨ªa que pasan inadvertidas como gotas en un oc¨¦ano de dolor.
Maite y su cronista consorte no salieron de ciertos barrios que forman una enorme isla de bienestar en la que viven la menguante clase media, la clase alta y la muy alta. Motivos de seguridad -y otros que no vienen al caso- as¨ª lo aconsejaron. Llegaron una ma?ana muy temprano y se movieron de un lado a otro con celeridad. "Esto me recuerda aquel ¨¢lbum de Supertramp, ?Crisis, ?qu¨¦ crisis?", coment¨® al pasearse entre el europeizado gent¨ªo y contemplar las voluptuosas pasteler¨ªas y suculentas fruter¨ªas. "Los edificios son alt¨ªsimos y tienen unas entradas llenas de m¨¢rmoles, bronces y sillones de cuero verde ingl¨¦s, superelegantes. Casi todas cuentan con porteros muy sol¨ªcitos que mantienen las aceras impecables. ?D¨®nde est¨¢ la crisis?".
Al atardecer, cuando las hordas de cartoneros llegados del extrarradio comenzaron a remover la basura, Maite encontr¨®, conmovida, la respuesta. Si la obrera fil¨®sofa es sensible a las briznas de hierba, lo es mucho m¨¢s a¨²n al sufrimiento de los despose¨ªdos.
El barrio de la Boca es una t¨ªpica atracci¨®n tur¨ªstica. Tanguero, arrabalero y ribere?o, sus viejas casas de chapa ondulada est¨¢n pintadas de rabiosos colores primarios. All¨¢ fueron Maite y el cronista consorte, a cumplir con el consabido ritual de transitar por la calle del Caminito entre cantantes milongueras y otros reclamos for export. Todo fue muy mono y colorista hasta que decidieron asomar la nariz un poco m¨¢s all¨¢, donde se acaban los colorines y empieza el gris parduzco de la Boca real, la de la frustraci¨®n y la guita cero. Cincuenta metros fuera del ¨¢rea tur¨ªstica fueron suficientes para encender la alarma roja de la supervivencia: el aire se cortaba con cuchillo, las miradas eran torvas y los movimientos de los lugare?os no presagiaban el nacimiento de una gran amistad.
Recular es de sabios y Maite lo es; por algo la llaman la obrera fil¨®sofa. El siguiente paso en la exploraci¨®n de Buenos Aires ser¨ªa la ins¨®lita Reserva Ecol¨®gica de la Costanera Sur. Hace unos 30 a?os se iniciaron unas obras destinadas a ganarle terreno al R¨ªo de la Plata (el m¨¢s ancho del mundo, ?viste?). Por esas cosas que tiene el subdesarrollo, aquellos cimientos tipo p¨®lder quedaron abandonados. Y entonces la majestuosa naturaleza sudaca dijo su verdad. Plantas y animales llegados por agua, tierra y aire crearon un ecosistema exuberante. Hay m¨¢s especies de aves all¨ª que en toda Gran Breta?a. Son 350 hect¨¢reas salvajes en pleno centro de la ciudad, convertidas en una reserva que se puede visitar y disfrutar de modo gratuito. Y seguro. Con el escalofr¨ªo de la Boca bien presente, Maite y consorte se detuvieron a charlar con un par de polic¨ªas bomberos ecoguardianes apostados en la entrada. "Si tienen tres trabajos deber¨ªan cobrar tres sueldos", supuso ella, tan ingenua como voluntariosa. "?Ja!", replic¨® el pluriempleado p¨²blico, "de eso mejor ni hablemos". Con el orgullo de los que se saben pobres pero honrados, el buen hombre pas¨® a describir las medidas de seguridad que garantizar¨ªan un paseo sin sobresaltos.
Y as¨ª fue. Los animales saltaban a la vista: tortugas de agua, garzas y garcetas, nutrias, cuises. Y un sinf¨ªn de ricinos, la planta talism¨¢n del cronista, por encima de los cuales sobresal¨ªa el skyline porte?o, erizado de rascacielos. Imposible imaginar un contraste m¨¢s pronunciado.
A s¨®lo 30 kil¨®metros de la capital se encuentra la localidad de Tigre. All¨ª desemboca el r¨ªo Paran¨¢, formando un delta de infinitas islas e islotes. En otros tiempos fue el refugio predilecto de los fugitivos de la justicia, por lo inextricable de sus miles de riachuelos y canales. Hoy es una especie de Venecia agreste y fluvial en la que algunos viven y otros tienen su segunda residencia. Es un mundo acu¨¢tico en el que los autobuses son lanchas y para cruzar la calle hace falta un bote. Maite estaba embelesada, sumida en uno de sus silencios m¨ªsticos, que s¨®lo rompi¨® para decir: "T¨² debes de sentir una nostalgia terrible de todo esto...".
Por algo la llaman la obrera fil¨®sofa...
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