Lars von Trier atraviesa en 'Dogville' las fronteras del teatro de Bertolt Brecht
Nicole Kidman redondea con exquisita inteligencia la haza?a del cineasta dan¨¦s
Las fronteras formales nunca atravesadas del teatro de Bertolt Brecht trazan uno de los l¨ªmites de la escena del siglo XX. La aventura del drama moderno se detuvo ante estas fronteras y fueron los hombres del cine quienes tomaron el relevo y bucearon y exploraron en el territorio del conocimiento y el lenguaje que hay m¨¢s all¨¢ de esas fronteras. El ¨²ltimo relevo lo toma ahora el dan¨¦s Lars von Trier en Dogville y reanuda la haza?a de la busca de identidad entre teatro y cine con total explicitud y avalado por la magn¨ªfica Nicole Kidman. Juntos arrancaron ayer la primera ovaci¨®n un¨¢nime que se ha o¨ªdo este a?o en La Croisette.
El trasvase de formas y lenguajes de la escena del siglo XX a la pantalla es un fen¨®meno complejo, porque junto a esa frontera trazada por el teatro de Brecht hay otras -como la l¨ªnea inagotable de Shakespeare; la que nace en la obra de Anton Ch¨¦jov y se alarga en las de August Strindberg, Luigi Pirandello y Samuel Beckett; y la trazada en el Nueva York de mediados de siglo por el realismo que enlaza a Eugene O'Neil con Thornton Wilder, Tennessee Williams y Arthur Miller- que tambi¨¦n alimentan la evoluci¨®n del cine moderno.Y que, sobre todo la ¨²ltima, confluye junto a Brecht en la arriesgad¨ªsima aventura formal emprendida por Lars von Trier en Dogville, que prolonga la acusada, pero todav¨ªa oculta, teatralidad de sus obras precedentes, Rompiendo las olas y Danzar en la oscuridad, cuyas exploraciones dentro de las misteriosas rutas de los escenarios hace posible este filme, que es una asunci¨®n ya totalmente expl¨ªcita de la teatralidad como fuente del lenguaje cinematogr¨¢fico.
Representa Lars von Trier en Dogville el calvario de una bella y enigm¨¢tica mujer que -en los a?os treinta, huyendo al mismo tiempo del FBI y de una mort¨ªfera banda de g¨¢nsteres que rastrea sus pasos pegada a sus talones- es atrapada por los habitantes de una remota y m¨ªsera aldea de las Monta?as Rocosas llamada Dogville; y all¨ª, sabiendo que necesita su protecci¨®n, las mujeres la convierten en su criada y los hombres en su puta, aceptando la hermosa, elegante y misteriosa dama, con total mansedumbre, la condici¨®n de esclava a la que la someten sus "protectores". Hasta que, a trav¨¦s de un sorprendente giro en el encadenamiento de la trama argumental y de un majestuoso crescendo de la tensi¨®n dram¨¢tica, surge algo que cambia por completo las reglas del juego y desencadena la tragedia.
Pero no hay en la pantalla aldea alguna, ni valle, ni casas, ni calles, ni monta?as. Hay tan s¨®lo un ¨¢mbito vac¨ªo, despojado de calidades escenogr¨¢ficas, una gran tarima abstracta en la que se mueven de manera casi fantasmal alrededor de 30 personajes perseguidos por la c¨¢mara, inquieta e inquietante, de Lars von Trier. Y ¨¦sta, como testigo agitado e intruso, busca y rebusca en las vueltas y revueltas de los actos y los gestos las reglas escondidas que gobiernan los caracteres y los comportamientos, desvel¨¢ndolos y descifr¨¢ndolos paso a paso, gradualmente, en un crecimiento dram¨¢tico, tenso pero pausado, y sostenido sin ning¨²n desfallecimiento nada menos que durante tres horas, que transcurren como el breve tiempo sin aliento que hay entre respiraci¨®n y respiraci¨®n. Es un tiempo dram¨¢tico que se desliza sin ¨¦nfasis, calmosamente, en voz baja casi murmurada, como una inexplicable palpitaci¨®n interior de la conciencia perturbada de una colectividad de oprimidos convertidos en opresores.
Lars von Trier proclama -y lo hace abiertamente, con sorna y burla contra el prurito del purismo cin¨¦filo que considera al teatro incompatible con el puro cine- la teatralidad del juego de tiempos que construye y maneja con desprecio del riesgo que entra?a. Dice: "?Qu¨¦ responder a quienes me dicen que esto es teatro, no cine? Quiz¨¢s tienen raz¨®n, pero con su raz¨®n tampoco se puede decir que esto es anticine. En mis comienzos hice filmes muy 'f¨ªlmicos', pero el problema est¨¢ en que hacerlos hoy se ha vuelto demasiado f¨¢cil. Basta con comprar un ordenador para poder hacer un filme 'f¨ªlmico', que supongo que es tambi¨¦n una forma de hacer arte, pero un arte que me trae sin cuidado, que no me interesa".
Porque el cine impuro, contaminado de teatro, que persigue y alcanza en Dogville Lars von Trier no necesita im¨¢genes de ordenador, ni alquimias del purismo cin¨¦filo. Necesita -y, a medida que crece su obra, cada vez m¨¢s- de almas y de pieles humanas que poner a vivir delante de una c¨¢mara hambrienta de ellas. Es decir, de genuinos int¨¦rpretes, de actrices y de actores de pura raza, como esta australiana llamada Nicole Kidman, que, con su trono dorado esperando su retorno en las c¨²pulas de Hollywood, sigue escapada del negocio del cine y refugiada en las cunetas del arte del cine; y en ellas busca una c¨¢mara que la trate como actriz, como mujer, no como mu?eca.
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