La habitaci¨®n del alma
El caso de Mar¨ªa Victoria Atencia (M¨¢laga, 1931) se asemeja al de otros poetas como Garc¨ªa Baena y Vicente N¨²?ez, que desaparecieron del escaparate literario hacia 1960 y resurgieron en la saz¨®n de su edad muchos a?os despu¨¦s, ya en el posfranquismo. Ese silencio se prolong¨® hasta que el esteticismo de algunos sesentayochistas ahorm¨® una sensibilidad lectora alejada del realismo cr¨ªtico, y a ¨¦l contribuir¨ªa la sensaci¨®n de aislamiento de unos autores que, faltos de lectores implicados, desistieron de hablar para el cuello de su camisa. Los libros con que regres¨® Atencia en 1976, Marta & Mar¨ªa y Los sue?os, mostraban una plenitud que, no obstante la mayor riqueza de su mapa de s¨ªmbolos y arquetipos, remit¨ªa al lejano Ca?ada de los ingleses (1961), p¨®rtico de su silencio: muestra evidente de que la autora no se sub¨ªa interesadamente a un tren que pasaba por all¨ª, sino que recog¨ªa el testigo abandonado por ella misma durante tres lustros. Desde entonces y hasta este ¨²ltimo libro, la enigm¨¢tica aunque cristalina Mar¨ªa Victoria se fue convirtiendo, pian pianito, en poeta de culto, con una obra nutrida en la que destacan t¨ªtulos como Paulina o el libro de las aguas (1984), Trances de Nuestra Se?ora (1986, 1997), El puente (1992) y Las contemplaciones (1997).
EL HUECO
Mar¨ªa Victoria Atencia
Tusquets. Barcelona, 2003
144 p¨¢ginas. 11 euros
En El hueco se disuelve esa dicci¨®n acompasada de otros libros donde Mar¨ªa Victoria Atencia hab¨ªa conseguido una perfecci¨®n "sin historia, sin angustia, sin sombra de duda", seg¨²n dijo Mar¨ªa Zambrano, para quien dicha ahistoricidad provendr¨ªa del para¨ªso intemporal de la infancia reconstruida en ellos. No alcanzo yo a desatar la correa de la sandalia a Zambrano, pero entre los dos extremos de El hueco, de un lado los recintos claustrales y de otro la apertura espont¨¢nea a la naturaleza, hay sofocos vitales y pesadillas recurrentes. Cadenciosos sin solemnidad y parsimoniosos sin hieratismo, los versos de su poes¨ªa anterior a Las contemplaciones dejan aqu¨ª el sitio a otros menos gobernados r¨ªtmicamente por la p¨¦ndola binaria del alejandrino (Comp¨¢s binario se titula una de sus obras). En aqu¨¦llos, la realidad se manifestaba con un rigor guilleniano, aunque m¨¢s irracionalista y muelle que el del vallisoletano y sin sus esquinas conceptuales. En ¨¦stos se estrecha mucho el espacio de la interpretaci¨®n, pocas veces porque la evidencia de la an¨¦cdota hace innecesaria la ex¨¦gesis, muchas m¨¢s porque la poeta ha borrado meticulosamente las huellas del arranque argumental. En el ¨²ltimo caso se abre un vac¨ªo expansivo: "La levedad de un ¨¦litro / vuela hacia su nada". Queda entonces el lector enredado en una malla muy tenue de obsesiones, recuerdos personales y figuraciones on¨ªricas sin apenas anclaje en lo conocido.
El avance en una po¨¦tica que parece perder el pie de la armon¨ªa previa no implica ruptura con el resto de su producci¨®n. La serenidad turbadora de estas composiciones se adensa en El hueco, todo un fanal que alumbra una realidad sin fondo especulativo: "No estoy para prodigios ni para quienes quieran / tapiar mi boca con un pu?ado de algas: / amanece, eso es todo". La delicadeza enso?adora y el tino de la escritura sit¨²an las referencias m¨¢s cercanas, muchas del ¨¢mbito de la domesticidad, en un enigm¨¢tico tabern¨¢culo donde se apilan signos y emblemas ¨ªntimos de dif¨ªcil transcripci¨®n. El lenguaje que desgrana esa intimidad es un sello -sigillum- que la autentifica, pero tambi¨¦n un lacre que ocluye el pasadizo por donde se accede a su centro.
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