La autoridad, por los suelos
Lo de la autoridad en la plaza de Las Ventas pasa de casta?o oscuro. Seg¨²n la legislaci¨®n vigente, su papel es garantizar el normal desarrollo de espect¨¢culo. Pues que se sepa que la autoridad no cumple con su obligaci¨®n. ?Es normal que permanezcan en el ruedo toros absolutamente inv¨¢lidos, supuestamente enfermos o manipulados? Parece evidente que no. ?Por qu¨¦ se mantienen, entonces? Ah, ¨¦se es un misterio indescifrable de la fiesta. ?Estar¨¢ la autoridad vendida a la empresa que as¨ª se ahorra unos buenos dineros? No, por Dios, eso es impensable. ?Acaso es que es inepta y desconoce las m¨¢s elementales normas del espect¨¢culo? Tampoco. A quien preside en el palco se le supone, adem¨¢s de un profundo conocimiento de la norma, que es un aficionado de probado prestigio. ?Le falta, entonces, arrojo para adoptar las decisiones que correspondan? Es posible.
Ara¨²z / Luguillano, Puerto, Barrera
Toros de Ara¨²z de Robles (uno, rechazado en el reconocimiento), desiguales de presentaci¨®n, inv¨¢lidos, mansos y descastados. David Luguillano: dos pinchazos y un descabello (silencio); estocada (ovaci¨®n). V¨ªctor Puerto: estocada baja (silencio); estocada trasera y un descabello (silencio). Antonio Barrera: estocada ca¨ªda (palmas); dos pinchazos y estocada trasera perdiendo la muleta (silencio). Plaza de Las Ventas, 23 de mayo. 12? corrida de feria. Lleno.
?Qu¨¦ pasa, pues, en el palco, que permiten que toros que impiden el normal desarrollo del espect¨¢culo permanezcan en el ruedo? Porque, claro, con esta actitud se beneficia a la empresa, se defrauda a los espectadores y se le inflige un da?o irreparable a la fiesta. Mientras el toro enfermo se mantenga en Madrid se concede carta de naturaleza al actual sistema que ha impuesto la podredumbre como cimiento del espect¨¢culo. ?Existe alg¨²n presidente capaz de devolver los seis toros de una corrida? ?Existe el pol¨ªtico que respalde tal acto de valent¨ªa? Por lo general, el pol¨ªtico huye de los problemas y prefiere la actual decadencia a un desorden p¨²blico. En consecuencia, se puede concluir que la fiesta est¨¢ como est¨¢ por una cuesti¨®n de orden p¨²blico. Garantizada est¨¢ la seguridad de los espectadores, pero no su cartera ni su coraz¨®n ni sus sentimientos. Todo el mundo sale y entra ordenadamente, cada cual ocupa su localidad, se pueden pedir bocadillos y refrescos, y la plaza se despeja en un periquete. Pero, ?y la fiesta? No hay m¨¢s cera que la que arde, dicen los pol¨ªticos, con lo que se quitan de encima toda responsabilidad. Por eso, el aficionado huye descorazonado de las plazas, y ¨¦stas se llenan de gente de paso a las que pronto se les olvida el mal rato. Ayer, otro pasaje de la insufrible decadencia torista. Cada torero se justific¨® como pudo ante el aburrimiento general.
Luguillano nada pudo hacer ante su primero y se estir¨® en alg¨²n natural ante el noble cuarto. Puerto se ci?¨® por chicuelinas y lo tuvo muy crudo en su lote: inservible el segundo y descastado hasta la extenuaci¨®n el quinto; y Barrera, valiente, aguant¨® mil tarascadas de los suyos, que no es que fueran malos, sino que se defend¨ªan los pobrecitos como pod¨ªan. Ning¨²n toro volvi¨® a los corrales. Ante la cabezoner¨ªa del presidente por no devolver el tercero se form¨® un esc¨¢ndalo de padre y muy se?or m¨ªo. Pero la autoridad estar¨¢ contenta: el p¨²blico sali¨® de la plaza ordenadamente y no hubo incidentes que rese?ar. As¨ª, hasta ma?ana, otra vez felices, para presenciar otro fraude.
Babelia
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