Los valencianos buscan el 'centro'
El coraz¨®n de Valencia se llena de gente en un domingo con demasiado sol para quedarse y demasiado viento para irse
Demasiado sol como para quedarse en la ciudad, pero demasiado viento para ir a la playa. Con esta contradicci¨®n por desayuno amaneci¨® ayer Valencia, todav¨ªa con el eco de la deflagraci¨®n perpleja del paquete bomba en unas oficinas de Correos. La Generalitat hab¨ªa decretado la preemergencia extraordinaria ante el riesgo de que el viento, enfriado por la bajada de temperaturas, avivara incendios forestales. Sin embargo, en el interior de los colegios electorales la gente sudaba, y muchos aprovechaban los sobres con las papeletas para abanicarse en la cola.
-?Ves? Ning¨²n voto es in¨²til- se consolaba en el colegio Hermes de Patraix una mujer de 77 a?os, mientras a sus pies dos ni?os en chancletas hac¨ªan ejercicios psicomotrices con sobres y papeletas.
Pese a la bajada de temperaturas la gente sudaba en los colegios electorales
Algunos matrimonios de jubilados aprovechaban para votar antes de misa mayor, como si se tratase de un sacramento inexcusable, incluso indisociable de las comuniones que se celebraban en la iglesia del barrio. Ese sudor estanco se granizaba en la calle a la sombra y no presagiaba nada bueno, acaso insistiendo en una idiosincrasia meteorol¨®gica que, como las pastorales del arzobispo, siempre roza con la cat¨¢strofe. Hab¨ªa enjambres de moscas muy rabiosas en las aceras, excitadas por las tormentas que se perfilaban en el horizonte y el vapor de vinagreta que exhalaban los bares para consagrar la Laudable Sepia Dominical de la clase media. En las calles todav¨ªa quedaban cruces de mayo podridas y las pasteler¨ªas esforzaban su atractivo para recibir a su m¨¢s selecta clientela a la salida de misa.
El candidato del PP, Francisco Camps, que a esas horas acaparaba las apuestas en la carrera, tomaba un refresco con su familia en la terraza de la chocolater¨ªa Valor, en la plaza de la Reina. En ese momento, ya hab¨ªa votado y se mostraba muy ilusionado, aunque su expresi¨®n en el fondo estaba trepanada por los dos impactos que el gordinfla Ronaldo le meti¨® a Ca?izares.
El centro de la ciudad pertenec¨ªa a la gente. Los electores paseaban de forma masiva entre los tullidos y acordeonistas de la calle de la Barchilla, cuya m¨²sica ahogaban las dulzainas exacerbadas de la plaza de la Virgen, que celebraban un festival de bailes, que no parec¨ªa interesar a nadie, mientras en la calle Navellos, frente a las Cortes Valencianas, una helader¨ªa expend¨ªa con mucho ¨¦xito cortes de tres gustos como en una parodia de Vizca¨ªno Casas. En la calle del Micalet, el top manta desafiaba a la SGAE y estrechaba el paso como si se tratara del B¨®sforo, para que la gente desembocara en cascada en L'Escuradeta, y la corriente la llevara hacia la plaza Redonda, hasta su ¨²tero de p¨¢jaros y alpiste o los brazos de los finos economistas de la calle del Trench.
El esp¨ªritu de la ciudad se condensaba en ese olor de cuero africano, periquito, incienso, horchata, pachuli y p¨®lvora de traca, mientras los votos fluctuaban sobre los vahos de paella y los rebozados, que intensificaban su mostosidad en homenaje a la desaparecida Freidur¨ªa Duero, que fue considerada la catedral del colesterol. Valencia se aglutinaba en s¨ª misma y se atrincheraba en su propia urna.
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