Las urnas, por dentro
Como en otras citas electorales, el avance del escrutinio del domingo fue matizando los datos iniciales de la noche. Sobre todo, fue recortando el alcance de la victoria socialista en n¨²mero total de votos, que qued¨® limitado a poco m¨¢s de 100.000, si se agregan al PP los de UPN en Navarra. De acuerdo con ese equilibrio, el poder institucional en ayuntamientos y comunidades se mantiene m¨¢s o menos estable: aun perdiendo Baleares, la izquierda mejora posiciones en el ¨¢mbito auton¨®mico con la victoria en la Comunidad de Madrid, y aunque pierda Zaragoza, el PP se afianza en las ciudades con su victoria en 33 de las 50 capitales de provincia. Lo uno por lo otro.
Las expectativas del PSOE eran mayores. En 1999 hab¨ªa conseguido un cuasi empate en votos totales pese a celebrarse en el mejor momento del PP (con tregua de ETA, entrada en el euro y buenas expectativas econ¨®micas) y en uno de los peores suyos (poco despu¨¦s de la dimisi¨®n del candidato Borrell). Era l¨®gico que confiase en mejorar aquel registro tras un a?o muy malo para el PP, y para Aznar en particular. Esa esperanza no se ha cumplido. Seguramente no era un espejismo la animadversi¨®n contra el Gobierno revelada por la movilizaci¨®n contra la guerra; pero la posibilidad de una derrota moviliz¨® a su vez el voto defensivo de una parte considerable de los 10,3 millones de electores que hab¨ªan respaldado a Aznar en las anteriores legislativas.
En ese sentido, la situaci¨®n recuerda algo a la de la ¨²ltima victoria de Felipe Gonz¨¢lez, en 1993. La prueba de que el temor de los electores del PP no era infundado es que el PSOE ha tenido m¨¢s votos; pero ese temor ha despertado a quienes no quer¨ªan ver perder a Aznar, ahora que se est¨¢ despidiendo. Lo han conseguido a medias. El PP no ha perdido poder, pero ha tenido menos votos que sus rivales, y eso es un mal presagio cuando se carece de aliados posibles. Porque aunque sobran motivos para evitar extrapolaciones del 25-M con vistas a las legislativas de marzo pr¨®ximo, s¨ª parece probable que el vencedor lo sea sin mayor¨ªa absoluta. Ello coloca en el centro del debate la cuesti¨®n de las alianzas.
La idea de que los socialistas eran poco seguros porque estaban dispuestos a pactar con comunistas y nacionalistas ha tenido un fuerte protagonismo en la campa?a del PP. Es un argumento sectario, pero ha resultado eficaz porque incide en un punto d¨¦bil de Zapatero: la existencia de estrategias demasiado dispersas en algunas comunidades. Ello ha alimentado la desconfianza hacia la actual direcci¨®n del PSOE de ese sector del electorado urbano que suele oscilar entre los dos grandes partidos (y que fue decisivo en los triunfos del PSOE en los a?os ochenta). El problema es que poner el acento en ese punto limita el campo de maniobra de quien haya de ser el sucesor de Aznar como candidato del PP si no obtiene mayor¨ªa absoluta.
El mapa electoral que arroja Catalu?a es especialmente significativo al respecto. CiU, que ha sido fuerza aliada del PP hasta hace bien poco y que aspira a que alguien le necesite para seguir prestando votos y obteniendo r¨¦ditos pol¨ªticos de ello, ha seguido el camino de un lento declive y de trasvase de votos hacia Esquerra Republicana, fuerza nacionalista cada vez m¨¢s emergente. Pero el socialismo no ha sacado provecho del retroceso de su rival pujolista y ha sufrido en Barcelona un duro castigo en concejales (pierde cinco) y en votos (desciende 12,5 puntos). Puede ser un rev¨¦s personal del alcalde Joan Clos, dedicado con exceso a la gesti¨®n y poco a la pol¨ªtica, o un castigo a todo lo que suene a institucional en favor de lo alternativo, lo cual debiera preocupar a Maragall.
En cuanto a Madrid, la conquista de su alcald¨ªa era tal vez la apuesta m¨¢s personal de Zapatero para estas elecciones. Aznar respondi¨® ofreciendo la candidatura al menos aznarista de los notables de su partido, Ruiz- Gallard¨®n. La victoria de ¨¦ste, con un fuerte tir¨®n personal (140.000 votos m¨¢s que en las municipales anteriores y 40.000 m¨¢s en la capital que la candidata de su partido a la Comunidad), confirma el acierto de la opci¨®n de Aznar. Lo cual obliga a matizar la naturaleza de la estrategia del PP para estas elecciones, menos lineal y m¨¢s pragm¨¢tica de lo que parece.
A Zapatero todo le hab¨ªa ido bien hasta ahora. Lo del domingo puede tener algo de decepci¨®n. Pero tambi¨¦n puede servir como un aviso a tiempo. No basta la ilusi¨®n para transformar en votos una identificaci¨®n gen¨¦rica. Ni hay que dar por descontado que el viento del cambio suplir¨¢ la debilidad de los equipos y de las estrategias.
A los 25 a?os de la aprobaci¨®n de la Constituci¨®n, los valores democr¨¢ticos esenciales son compartidos, y s¨®lo en el Pa¨ªs Vasco existe un cuestionamiento serio de los mismos. Seguir planteando los debates pol¨ªticos en t¨¦rminos de dem¨®cratas y antidem¨®cratas carece de sentido. Es la credibilidad de los programas y la eficacia de los equipos para gestionarlos lo que determina el voto, sin que la identificaci¨®n ideol¨®gica sea ya un factor condicionante. La excepci¨®n vasca consiste en que all¨ª s¨ª existe una cuesti¨®n previa a los programas, que es la defensa de la democracia. Los resultados del domingo en Euskadi mantienen en t¨¦rminos generales la relaci¨®n de fuerzas anterior, y el pluralismo que reflejan sigue siendo el m¨¢s eficaz freno al unilateralismo del plan soberanista de Ibarretxe.
Pero lo m¨¢s importante es que de los 272.000 votos que tuvo Batasuna hace cuatro a?os, unos 150.000, cifra similar a la obtenida por esa formaci¨®n en las auton¨®micas de 2001, mantienen su fidelidad (ahora mediante el voto nulo) al partido judicialmente disuelto. El resto, unos 120.000 votos, se ha distribuido entre otras formaciones (Aralar, PNV-EA, IU), m¨¢s o menos soberanistas o colaboradoras del soberanismo, pero pac¨ªficas. En pol¨ªtica, los problemas no se esfuman y tampoco suelen resolverse de manera definitiva. M¨¢s bien se transforman en otro problema diferente. El reforzamiento del nacionalismo soberanista con votos provenientes de Batasuna es un problema; pero el debilitamiento de ETA en el frente electoral permite abordar ese problema en mejores condiciones.
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