Cuando EE UU resiste
Nada ser¨ªa hoy peor que confundir la pol¨ªtica del presidente Bush con la concepci¨®n que la mayor¨ªa de los estadounidenses tienen de las relaciones internacionales. En efecto, la acci¨®n de la coalici¨®n en el poder en Estados Unidos desde 2001 -mezcla explosiva de evangelismo ultraconservador y de mesianismo imperialista- est¨¢ lejos de ser aceptada por todos los ciudadanos. Los proyectos de dominaci¨®n mundial por la fuerza que hoy prevalecen dentro de la Administraci¨®n, aprovechando los atentados del 11 de septiembre, suscitan una resistencia multiforme. Antes del 11 de septiembre de 2001, la Administraci¨®n de Bush hijo mostraba su poca afici¨®n a las aventuras en el extranjero y a la promoci¨®n activa del "desarrollo de las naciones" (nation building) en los pa¨ªses del Sur o en otras zonas. Por otro lado, la reivindicaci¨®n reiterada de un repliegue aislacionista perfectamente en sinton¨ªa con el unilateralismo ya puesto en pr¨¢ctica (rechazo de los acuerdos de Kioto, proyecto del escudo antimisiles, etc¨¦tera) fue uno de los lemas de la campa?a del candidato Bush hijo. Pero los atentados del 11-S cambiaron totalmente esta visi¨®n: inauguraron una estrategia radicalmente diferente, aunque preparada desde tiempo atr¨¢s por el grupo de los "neoconservadores". En un a?o y medio, el equipo de Bush ha librado dos guerras e instalado las tropas estadounidenses como fuerza de ocupaci¨®n en dos pa¨ªses (Afganist¨¢n e Irak). Ahora todo parece como si EE UU utilizase los atentados terroristas del 11-S para asegurarse su dominio planetario, muy lejos de las preocupaciones de defensa nacional.
George W. Bush, elegido de mala manera y que al principio contaba con un apoyo fr¨¢gil entre la opini¨®n p¨²blica, ha jugado con un ¨¦xito aparentemente clamoroso la carta del chovinismo imperial. Una de las razones m¨¢s frecuentemente invocadas para explicar su relativo ¨¦xito es la complicidad de algunas redes medi¨¢ticas (en especial las grandes cadenas de televisi¨®n), las cuales, desde el 11-S, transmiten una versi¨®n heroica y chovinista de los acontecimientos. Algunos "periodistas" de televisi¨®n han llegado incluso a denunciar con rabia a quienes se opon¨ªan a la guerra contra Irak, hasta el punto de que los partidarios del Not in Our Name (No en nuestro nombre), artistas, intelectuales y actores pol¨ªticos y sociales, han correspondido hablando de un nuevo "macartismo televisivo". Entre los nuevos predicadores, algunos han llegado a reivindicar abiertamente la noci¨®n de imperio, como un gran y noble desaf¨ªo al que la superpotencia estadounidense debe hacer frente. Por ejemplo, Sebastian Mallaby, de The Washington Post, afirm¨®: "Las soluciones no imperialistas no son completamente fiables. La l¨®gica del neoimperialismo es ahora demasiado irresistible para que la Administraci¨®n de Bush renuncia a ella" (Foreign Affairs, abril de 2002). Max Boot, de The Wall Street Journal, escribi¨®: "Afganist¨¢n y otros pa¨ªses extranjeros con conflictos, reclaman el mismo tipo de administraci¨®n extranjera ilustrada que anta?o proporcionaban los brit¨¢nicos" (15-10-2001). Estos autores dicen en voz alta lo que los miembros de la Administraci¨®n prefieren no expresar abiertamente, aunque un ex asesor del Departamento de Estado, Robert Kagan, ya antes de las elecciones de 2000 hablaba de un "imperio ben¨¦volo", con la vocaci¨®n de ejercer una "hegemon¨ªa ben¨¦vola, beneficiosa para gran parte de la poblaci¨®n mundial" (Foreign Policy, verano de 1998).
Pero no toda la esfera p¨²blica estadounidense se reduce al universo comercial y espectacular de las cadenas de los grandes grupos de comunicaci¨®n, ni al ¨¢mbito de los think tanks
de la derecha neoimperialista. Aquellos estadounidenses que no se informan exclusivamente a trav¨¦s de la televisi¨®n ni de los ¨®rganos de esta derecha neoimperialista tienen alguna posibilidad de encontrar, sobre todo en la prensa escrita, perspectivas cr¨ªticas sobre el comportamiento de su Gobierno en el mundo. Una buena parte de los peri¨®dicos regionales y de las emisoras de radio independientes (es decir, no controladas por las grandes empresas medi¨¢ticas) difunden una informaci¨®n que no excluye cuestionar la pol¨ªtica oficial. El balance de la "gran prensa" a este respecto es muy moderado. En v¨ªsperas de la guerra contra Irak, The New York Times tom¨® posici¨®n contra una intervenci¨®n decidida de un modo tan unilateral, mientras que los an¨¢lisis difundidos por The Washington Post desde 2001 fueron diversos, pero en su mayor¨ªa favorables al intervencionismo. El p¨²blico de los peri¨®dicos y de las p¨¢ginas de Internet "alternativas" ha aumentado considerablemente desde el inicio de la crisis iraqu¨ª. Algunos medios de comunicaci¨®n de la oposici¨®n -Commondreams y AlterNet, p¨¢ginas web de informaci¨®n; The Nation, CounterPunch, The American Prospect, las p¨¢ginas de debates de The New York Times, de Los Angeles Times, etc¨¦tera- tienden a convertirse en verdaderas fuentes de informaci¨®n y de an¨¢lisis, se?al de un fortalecimiento intelectual de la corriente cr¨ªtica en la sociedad estadounidense.
El inicio de la guerra en Irak en marzo de 2003 permiti¨® a la Administraci¨®n de Bush disfrutar de una cota de popularidad similar a la que sigui¨® a los atentados del 11-S: alrededor del 70% de los estadounidenses manifestaron su aprobaci¨®n a la intervenci¨®n. Sin embargo, una s¨®lida minor¨ªa manifiesta su reticencia y, en ocasiones, su clara resistencia a las ambiciones imperialistas de la Administraci¨®n. Este sector de la opini¨®n p¨²blica se ha resistido a las mentiras oficiales sobre la vinculaci¨®n de Sadam Husein con Al Qaeda y sobre la guerra contra Irak como medio para debilitar el terrorismo islamista; as¨ª como en el tema de las armas de destrucci¨®n masiva que supuestamente convert¨ªan a Irak en un peligro inmediato para EE UU y el mundo. Las restricciones impuestas a las libertades c¨ªvicas por las nuevas leyes contra el terrorismo tambi¨¦n provocan reacciones negativas en esta opini¨®n p¨²blica.
La acci¨®n totalmente unilateral de la Administraci¨®n de Bush sigue siendo rechazada no por una minor¨ªa significativa, sino por una importante mayor¨ªa de estadounidenses que, seg¨²n Jim Lobe en Foreign Policy in Focus, "sigue viendo a la ONU como el mejor mecanismo para tratar las crisis internacionales" (1-5-2003). En plena guerra de Irak, m¨¢s de dos terceras partes de las personas encuestadas manifestaron estar de acuerdo con la siguiente afirmaci¨®n: "Estados Unidos desempe?a en exceso el papel de gendarme del mundo"; s¨®lo el 12% admit¨ªa que "Estados Unidos deb¨ªa seguir siendo el l¨ªder mundial preeminente para resolver conflictos internacionales".
Los ciudadanos estadounidenses que sostienen firmemente posiciones cr¨ªticas en relaci¨®n con la acci¨®n planetaria del equipo de Bush tal vez no sean una mayor¨ªa. ?Son el 20%? ?El 25%? La cifra puede variar seg¨²n la encuesta, pero no se trata ¨²nicamente de una opini¨®n atomizada o "molecular": la oposici¨®n a los proyectos de la Administraci¨®n de Bush est¨¢ estructurada por un incipiente movimiento organizado, multiforme y no desprovisto de contradicciones. Varios grupos o coaliciones han visto la luz desde que se produjeron los primeros arrebatos unilateralistas y autoritarios de la Administraci¨®n de Bush en la "guerra contra el terrorismo". Han adquirido importancia con las amenazas lanzadas contra Irak, contra la ONU y contra algunos aliados europeos entre febrero de 2002 y el comienzo de la guerra (marzo de 2003). Las organizaciones MoveOn, United for Peace and Justice, True Majority, Win Without War, ANSWER, etc¨¦tera, figuran entre las principales agrupaciones existentes.
Estos grupos no se contentan con tener una actitud de reacci¨®n y rechazo al comportamiento del equipo de Bush, aunque la cr¨ªtica a los discursos de los medios dominantes forma parte de sus actividades. Se alimentan de las ideas de intelectuales cr¨ªticos que se esfuerzan por elaborar una visi¨®n distinta y concreta de c¨®mo podr¨ªan ser las relaciones entre EE UU y el resto del mundo. Entre los cientos de think tanks, los hay que contemplan para EE UU un papel diferente en el mundo y una concepci¨®n distinta del poder en las relaciones internacionales. Se podr¨ªa citar al Institute for Policy Studies (Washington), al World Policy Institute (Nueva York), al Interhemispheric Resource Center (Washington) y otros. La inspiraci¨®n del movimiento a favor de "una globalizaci¨®n diferente" no est¨¢ muy lejos, el movimiento que desde el otro lado del Atl¨¢ntico prefiere llamarse "por la justicia mundial" (global justice).
Por tanto, la cuesti¨®n no es saber si los estadounidenses consiguen escapar al chovinismo imperial (muchos lo logran), ni saber si existen perspectivas cr¨ªticas a favor de una pol¨ªtica diferente (como es efectivamente el caso), sino m¨¢s bien saber por qu¨¦ a estos puntos de vista les cuesta tanto encontrar una expresi¨®n pol¨ªtica adecuada. Los especialistas en el sistema pol¨ªtico estadounidense culpan al modo de elecci¨®n, menos centrado en la oposici¨®n de programas que en la promoci¨®n de candidatos. En realidad, los partidos s¨®lo existen en los periodos electorales. De ah¨ª la despolitizaci¨®n generalizada. Por otro lado, existe muy poco espacio para expresar ideas alternativas. Frente a esto, por el momento la resistencia de las fuerzas democr¨¢ticas tiene poco peso, pero no hay que excluir, debido precisamente a los excesos de la Administraci¨®n actual, un cambio de situaci¨®n en los pr¨®ximos a?os.
En The American Prospect (1-4-2003), Harold Meyerson expresa bastante bien el pensamiento de todos aquellos que, en Estados Unidos, quieren que su pa¨ªs sea diferente: "Los estadounidenses deber¨ªan esperar que en esta ¨¦poca de integraci¨®n mundial no estemos al comienzo de un siglo americano. Los europeos deber¨ªan realizar una pausa en su b¨²squeda de una Europa m¨¢s perfecta para proyectar mejor sus valores hacia el mundo. Necesitamos a Europa para salvarnos a nosotros mismos". Y nosotros, se puede a?adir, debemos hacer todo lo posible para reforzar al otro EE UU, el de la democracia y la solidaridad entre los pueblos.
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