Campo minado
Si alguien le dice que el mundo del arte est¨¢ lleno de faroles y trampas, piense enseguida en un agitado muchacho intentando atrapar un topo dentro de una caja de madera prefabricada. La ansiedad del cazador que se mueve entre la caverna de la oscuridad de las ideas y un frenes¨ª decorativo tiene en Andreas Slominski (Meppen, 1959) la calidad de la farsa presentada bajo el disfraz del readymade. Fornido, armado y bien calzado cazador, el artista alem¨¢n se estremece de miedo ante un horizonte vac¨ªo y decide llenar el paisaje de trampas visuales para poner en peligro al espectador. Cuidado, no toque ese cepo si no es para sacar de su agon¨ªa al rat¨®n atra¨ªdo por el queso. O ap¨¢rtese de esa mazmorra para gatos si no quiere o¨ªr la angustia del minino sediento y desorientado. La trampa para leopardos o para castores nos lleva a imaginar los cuerpos retorcidos y las miradas perseguidas de imaginados pobladores del Libro de la Selva. Pajarillos, conejillos de indias, insectos, ratas, marmotas... cualquier criatura de Dios acabar¨¢ sucumbiendo a las sanguinolentas artima?as de la ¨²ltima modernidad.
ANDREAS SLOMINSKI
Fondazione Prada
Via Fogazzaro, 36. Mil¨¢n
Hasta el 13 de junio
Debemos reconocer en la obra de Slominski la cruel fantas¨ªa de la infancia mezclada con la perversi¨®n de lo indiferenciado y banal. En el espacio que la Fundaci¨®n Prada le ha prestado para exhibir por primera vez en Europa el resumen de diez a?os de trabajo -por esta galer¨ªa han pasado desde Louise Bourgeois a Walter de Maria, pasando por Carsten H?ller, Sam Taylor-Wood, Marc Quinn y Mariko Mori- ¨¦l y Germano Celant han ideado un recorrido plagado de trampas, como si fuera un campo minado, que tienen la apariencia de objetos comunes o de juegos en forma de autom¨®viles, caballos de madera o instrumentos musicales, de manera que el artilugio construido en un principio para dar placer se convierte en peligroso. El visitante recorre el espacio, sortea los riesgos y se muestra cauteloso, consciente de las torturas a las que el artista virtualmente le somete bajo el aura de una defensividad absurda.
Del techo cuelgan unos motivos navide?os -Merry Christmas from Belfast (2003)-, una serie de luminarias que, de la misma manera que las trampas, tienden al visitante un enga?o mental ya que mezclan festividad y tragedia.
Otras obras exigen la participaci¨®n del p¨²blico: en Please, call me (2003) el espectador puede llamar a un n¨²mero de tel¨¦fono escrito en la pared de la galer¨ªa y dejar un mensaje que posteriormente aparecer¨¢ en la pantalla de un tel¨¦fono m¨®vil encerrado en una m¨¢quina del mill¨®n. En Brot (Pan, 2003), Slominski encarg¨® a un panadero de Mil¨¢n que cociera un pan sobre el que se hiciera visible la pisada de una bota de f¨²tbol y que se pudiera vender cada d¨ªa en el mostrador de la entrada al recinto expositivo.
Para esta retrospectiva, Slominski ha realizado diversas acciones por Mil¨¢n, como pintar el enrejado del edificio con la misma pintura que se emplea en las labores de mantenimiento de la Torre Eiffel, utilizando los mismos instrumentos de trabajo, ganchos, cuerdas de seguridad, martillos... o invitar a la gente que pasea el puente del Naviglio Grande a tirar al r¨ªo las llaves de su casa, mientras un buceador profesional se ofrece para buscarlas.
Las obras de Slominski reciclan su propio absurdo, una reflexi¨®n sobre la entrop¨ªa duchampiana y de c¨®mo ¨¦sta, de tan gastada, se desinfla hasta acabar siendo pura ret¨®rica.
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