La historia (re)velada de 'Marg'
Resulta inolvidable el principio del primero de los tres tomos (Recordatorios) de la autobiograf¨ªa de Marguerite Yourcenar, El laberinto del mundo, quiz¨¢ la ¨²ltima de sus grandes obras, al final inacabada. ?Lo recuerdan?: "El ser que llamo yo, vino al mundo...". ?Cabe mayor despegue, mayor distanciamiento no tanto del objeto de su obra, sino del sujeto de la misma? Pienso que en este af¨¢n de objetividad, se encuentra el secreto de su escritura, la de esta escritora francesa, nacida belga y ciudadana norteamericana, la primera de su sexo en formar parte de esa instituci¨®n tan tradicionalmente mis¨®gina que es la Academia Francesa.
Esta objetivaci¨®n del sujeto, esa exteriorizaci¨®n que gobern¨® siempre su obra entera, naci¨® sin embargo con ella, desde que se convirti¨® en escritora -cabe decir en escritura- al publicar su primer libro a los 18 a?os, un poema dram¨¢tico dialogado, El jard¨ªn de las quimeras (1921), en una peque?a edici¨®n que le pag¨® su padre y que firm¨® con el seud¨®nimo de "Marg Yourcenar", que, completando el nombre propio, ser¨ªa el suyo para siempre y que legaliz¨® cuando se convirti¨® en ciudadana norteamericana tras instalarse definitivamente al estallar la Segunda Guerra Mundial en la isla de los Montes Desiertos en la costa de Maine, en compa?¨ªa de su amiga, traductora y colaboradora, Grace Frick. Pues aquel seud¨®nimo ocult¨® para siempre su verdadero nombre que era el de Marguerite Antoinette Jeanne Marie Ghislaine Cleenewerck de Crayencour y Cartier de Marchienne, hija de una doble familia de la aristocracia francobelga, de un padre viudo y con un hijo de su primer matrimonio y de una madre que falleci¨® ocho d¨ªas despu¨¦s del nacimiento de la peque?a, una ni?a que pas¨® sus ocho primeros a?os de vida en el castillo de Mont-Noir, cerca de Lille, bajo el dominio de una abuela paterna r¨ªgida y conservadora, en ausencia de un hermanastro casi veinte a?os mayor y en la oscilante compa?¨ªa de un padre que hab¨ªa sido dos veces desertor en su juventud, viajero, culto y aficionado a las mujeres y que volvi¨® a casarse por tercera vez.
Aport¨® a la novela hist¨®rica su tradici¨®n cl¨¢sica, su sentido trascendente de la naturaleza y su pudor
Fue la primera escritora en formar parte de una instituci¨®n tan mis¨®gina como la Academia Francesa
La raz¨®n del seud¨®nimo fue clara: romper con la familia y con todas sus relaciones anteriores, defendiendo as¨ª su futura independencia; ocultar su propio nombre y hasta su sexo (lo de "Marg" le pareci¨® suficiente) y el nuevo apellido s¨®lo era una semiocultaci¨®n del familiar de "Crayencour" detr¨¢s del anagrama imperfecto de "Yourcenar". Pero en esta triple acci¨®n, de cambio de nombre, ocultaci¨®n del sexo y b¨²squeda de la libertad, estaba toda la rejilla a trav¨¦s de la cual se iba a filtrar, descubrir y revelar su gran obra posterior, basada siempre en su experiencia personal y su amor a la naturaleza y a la historia y cultura cl¨¢sica.
A estas alturas, el g¨¦nero de la novela hist¨®rica invade los mercados y resulta dif¨ªcil descubrir bajo ese chapapote las perlas aut¨¦nticas que hasta aqu¨ª nos han conducido. El escoc¨¦s Walter Scott refund¨® en el romanticismo un g¨¦nero eterno (de Homero a Proust), pero que nunca hasta ¨¦l se hab¨ªa convertido en un g¨¦nero moderno. Uno de sus imitadores, Alexandre Dumas, folletinista, fue su primer corruptor, aunque los modelos siempre sean mejores que sus imitadores. Pero, en el mismo siglo XX ha habido casos excelsos de novelas hist¨®ricas, desde Thomas Mann y su tetralog¨ªa de Jos¨¦ y sus hermanos o La muerte de Virgilio (Hermann Broch) hasta las dos grandes obras maestras de Yourcenar que son Memorias de Adriano y Opus Nigrum.
Yourcenar no lleg¨® a la historia desde fuera, sino que naci¨® en su interior, en ella y desde ella aport¨® al g¨¦nero su tradici¨®n cl¨¢sica, su sentido de la trascendencia de la naturaleza (ecologismo radical hasta su pante¨ªsmo final, el orientalismo y el budismo), sus experiencias personales (familiares, y amorosas hasta su homosexualidad) y su sentimiento pudoroso, elegante, discreto y congelado de las pasiones humanas. Su estilo fue magistral desde sus principios m¨¢s gidianos (Alexis o el tratado del in¨²til combate) o experienciales (El tiro de gracia), lleg¨® luego a trav¨¦s del Mediterr¨¢neo (pol¨ªtico y antifascista en El denario del sue?o) hasta su Grecia preferida, personal en sus des¨®rdenes amorosos descritos parcialmente en Fuegos (entre figuras reales enmascaradas, como los escritores Fraigneau -un conservador franc¨¦s despu¨¦s colaboracionista- y Embiricos, un griego psicoanalista, comunista y surrealista) hasta que la presencia de Grace Frick y la Segunda Guerra Mundial le puso todo en orden, alej¨¢ndole de las batallas y conflictos para acrisolarse en sus obras maestras, donde la Historia, podr¨¢ explicar el mundo, y al menos el suyo tambi¨¦n. Su elegancia tallada en m¨¢rmol, su pureza absoluta de un estilo flexible e implacable y la conciencia del mal y de la libertad hicieron un resto que hoy seguimos manteniendo entre el respeto y la curiosidad.
Pero el manejo de la Historia por Yourcenar ha venido siempre enmascarado por toda suerte de veladuras, y no se sabe bien qu¨¦ admirar m¨¢s, si la exactitud de sus datos o el pudor de sus velos, como si sus temas nunca pudieran llegarnos a secas y de manera mostrenca, pues se re-vela a trav¨¦s de sus velas, y siempre su sentido los carga de veladuras repletas de toda suerte de significados universales. Adriano -con el suicidio de su amado Ant¨ªnoo al fondo- nos hace conocer mejor la situaci¨®n de un mundo preparado para el monote¨ªsmo, y el alquimista Zenon, en Opus Nigrum, nos lleva a la liberaci¨®n a trav¨¦s del fracaso del sexo y el conocimiento y la necesidad de la libertad para llegar hasta ellos, esto es, que hay que morir para saber vivir. Un modelo.
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