Un whisky, por favor

La cita era en el vest¨ªbulo del Real, con sillas dispuestas en semic¨ªrculo sobre la alfombra verde y con las elevadas columnas de m¨¢rmol de fondo escenogr¨¢fico. Parec¨ªa el marco de una singular cafeter¨ªa futurista, tan estilizada que ni siquiera serv¨ªan caf¨¦. All¨ª se plantaron la mezzosoprano de tintes dram¨¢ticos Marina Pardo y la pianista de la sonrisa Rosa Torres-Pardo, las dos singing and swinging, como tratando de emular el ambiente de un club de jazz distinguido, o qui¨¦n sabe si el familiar de una mansi¨®n de nuevo rico. El grupo de canciones inglesas de Alb¨¦niz es no solamente hermoso, sino sorprendente por su modernidad e invita a una aproximaci¨®n no convencional.

El Real quiso cambiar por un d¨ªa su aire solemne por otro m¨¢s distendido, y lo logr¨® ¨²nicamente en el ambiente amigable de la sala, pues el espacio elegido no colaboraba con el tipo de expresi¨®n que necesitaban las artistas, y el sonido llegaba velado, distante, a r¨¢fagas, con una u otra calidad seg¨²n la colocaci¨®n. Reconozco que mi situaci¨®n en un lateral era probablemente la m¨¢s desfavorable (la elecci¨®n fue m¨ªa: el servicio de prensa trat¨® de ponerme en primera fila), sobre todo para apreciar la voz de Rosa, de espaldas. As¨ª que, entre unas y otras cosas, no logr¨¦ entrar de lleno en ning¨²n momento en el recital, con lo que poco les puedo contar salvo mi admiraci¨®n del disco de las mismas int¨¦rpretes con las mismas canciones y el esplendor en todo momento del acompa?amiento pian¨ªstico de Rosa: c¨¢lido, desenvuelto, sutil.

De propina, y ante el entusiasmo de los asistentes, nuestras dos chicas interpretaron una singular versi¨®n de Summertime, de Gershwin. Era como el vaso de whisky deseado durante toda la tarde.