Todas putas
Durante la reciente campa?a electoral, en Espa?a, para renovar las municipalidades y las comunidades aut¨®nomas, algunos pol¨ªticos de la oposici¨®n descubrieron que Miriam Tey, directora del Instituto de la Mujer, organismo oficial, hab¨ªa publicado en su peque?a editorial El Cobre un libro de cuentos de Hern¨¢n Migoya, Todas putas, en dos de cuyos relatos los personajes, violadores y ped¨®filos, hacen una apolog¨ªa de la violaci¨®n. De inmediato se inici¨® una campa?a exigiendo la renuncia de Miriam Tey y del Ministro de Trabajo, Eduardo Zaplana, quien la hab¨ªa nombrado para dirigir aquel Instituto, acus¨¢ndolos de amparar la publicaci¨®n de un libro ofensivo, degradante y que atiza la violencia contra las mujeres, tema que est¨¢ en el centro de la actualidad espa?ola por el alarmante n¨²mero de asesinatos y maltratos a personas del sexo femenino que se registran casi a diario en el pa¨ªs.
En Bruselas, las eurodiputadas socialistas Elena Valenciano y Soraya Rodr¨ªguez denunciaron ante la Comisi¨®n Europea al Estado Espa?ol por no destituir de su cargo a Miriam Tey y por no iniciar acciones legales contra ella "como responsable de un delito de apolog¨ªa de la violaci¨®n y la pederastia". Adem¨¢s de las abundantes declaraciones y protestas de pol¨ªticos opositores contra el libro incriminado, su editora y el Gobierno "c¨®mplice", hubo muchas cartas a los diarios de lectores sinceramente escandalizados de que se hubiera permitido publicar un libro donde se le¨ªan frases as¨ª: "Ahora que todos los negros son buenos y todos los maricones unos seres muy simp¨¢ticos, a ver si la sociedad ¨¦sta se re¨²ne y decide de una vez que no todos los violadores somos mala gente... Siempre ser¨¢ mejor violar a una mujer y dejarla viva, que no violarla y matarla. Yo no ser¨ªa capaz de matar a una mujer, no tendr¨ªa est¨®mago para ello. Pero violarlas, les aseguro que no me produce ning¨²n remordimiento". La presi¨®n tuvo efecto, pues la editorial El Cobre decidi¨® retirar el libro de la circulaci¨®n. Nadie prest¨® la menor atenci¨®n a las declaraciones del autor, Hern¨¢n Migoya, recordando que no se debe confundir a los personajes de una ficci¨®n con el autor que los inventa atribuyendo a ¨¦ste las opiniones de aqu¨¦llos. (Si no fuera as¨ª, los tres astros del cine espa?ol, Bu?uel, Berlanga y Almod¨®var, hubieran tenido que ser condenados a cadena perpetua por propagar "la violencia dom¨¦stica" y no s¨¦ cu¨¢ntos horrores m¨¢s).
Lo primero que cabe concluir de este episodio es que quienes, por oportunismo, hipocres¨ªa o simple ignorancia se precipitaron a blandir el libro de cuentos Todas putas como un garrote contra Miriam Tey y el Gobierno que la nombr¨® tienen una idea de la literatura que coincide milim¨¦tricamente con la de los reg¨ªmenes autoritarios -clericales, comunistas y fascistas-, para los que el quehacer literario debe ser sometido a una rigurosa censura previa a fin de impedir que ciertos textos disolventes, inmorales o violentos causen estragos en los incautos lectores, convirti¨¦ndolos en subversivos, terroristas, asesinos y pervertidos. Detr¨¢s de esta concepci¨®n ingenua y confusa de la manera como las ficciones de la literatura influyen en la vida hay, en verdad, un miedo p¨¢nico a la libertad.
Si los horrores que contienen las novelas, los poemas, los dramas y los cuentos se contagiaran a los lectores como la escarlatina, la vida habr¨ªa desaparecido hace tiempo del planeta, o, por lo menos, de las sociedades no ¨¢grafas y cultas, y s¨®lo sobrevivir¨ªan las analfabetas y b¨¢rbaras. Porque hay que haber le¨ªdo muy poca o ninguna literatura para no haberse enterado de que ella est¨¢ plagada de brutalidades y de sangre, de monstruos y de seres viles, de estupradores y degenerados que cometen las m¨¢s abyectas fechor¨ªas. Y, por supuesto, de innumerables violaciones. Sin ir muy lejos, el Tirant lo Blanc, la m¨¢s extraordinaria novela escrita en Valencia -donde el BLOC-EV, de Pere Mayor, partido de oposici¨®n, estuvo a la cabeza de la grita contra Todas putas y Miriam Tey-, tiene como cr¨¢ter el feroz desfloramiento de la princesa Carmesina por el h¨¦roe, maravilloso episodio que es imposible no leer con infinita admiraci¨®n y placer por la maestr¨ªa formal y el ingenio con que Joanot Martorell lo concibi¨®. He rele¨ªdo no menos de media docena de veces este soberbio cap¨ªtulo y juro por mi santa madre que todav¨ªa no he violado ni a una mosca. Entre los cl¨¢sicos de la lengua espa?ola no hay, despu¨¦s del Quijote, libro por el que yo tenga m¨¢s cari?o y fascinaci¨®n que por La Celestina, una novela en forma de drama atiborrada de prostitutas, brujas, alcahuetas y cabrones y de la que transpira una idea del sexo y del amor que, a m¨ª al menos, me produce n¨¢useas. Pero la genialidad con que est¨¢ dicha esta historia de tremenda violencia moral y de semen sucio dota al libro de un irresistible poder de persuasi¨®n, que arrebata al lector y, venciendo todas sus resistencias, a la vez que lo sume en la mugre lo hace feliz. Se puede decir lo mismo de innumerables libros terribles, desde las tragedias con can¨ªbales e incestos de Shakespeare hasta las truculentas manducaciones humanas del Hannibal Lecter de las novelas de Richard Harris, o, por ejemplo, de las fantas¨ªas de Jonathan Swift, que, como es sabido, recomend¨® imitar la receta de Herodes para acabar con el problema de la superpoblaci¨®n en Irlanda: el asesinato masivo de los p¨¢rvulos.
No es la literatura la que emponzo?a la vida, sino al rev¨¦s: los libros que fabulan los escritores est¨¢n llenos de los fantasmas que nos habitan y que necesitamos sacarnos de encima y mostrar a plena luz, para no asfixiarnos con ellos adentro y para que nuestra vida nos parezca m¨¢s vivible. Somos nosotros, no los libros, los que, en el secreto de nuestra intimidad, prohijamos aquellos deseos locos y sue?os excesivos, a veces ignominiosos, que llenan de fiebre y espanto ciertas historias literarias. Yo lo explico mal, pero hay pensadores l¨²cidos, como George Bataille, que en La literatura y el mal, por ejemplo, lo razonaron con luminosa claridad. Los seres humanos estamos dotados de una imaginaci¨®n y unos deseos que nos exigen vivir m¨¢s, y mejor o peor de lo que vivimos, pero, en todo caso, de una manera distinta -m¨¢s intensa, m¨¢s temeraria, m¨¢s insana- a aquella que la suerte nos depar¨®. La literatura naci¨® para que esa imposibilidad fuera posible, para que, gracias a la ficci¨®n, vivi¨¦ramos todo aquello que las limitaciones y prohibiciones de la vida real nos impiden vivir. Y, por eso, la literatura est¨¢ plagada de aventuras -incluso, de atroces aventuras- que podemos vivir vicariamente, gracias al hechizo del arte, en la pura ilusi¨®n. Esta vida ficticia nos completa, nos devuelve todo aquello que debi¨® ser cercenado de nuestra vida -la dimensi¨®n instintiva, hambrienta y destructiva de nuestra personalidad- para que la coexistencia social fuera posible, y nos rehace en nuestra perdida integridad. Esto no hace da?o a la sociedad, d¨¢ndole ma-las ideas; por el contrario, la libera de ellas, y de los miedos y frustraciones enquistadas en los s¨®tanos de la personalidad, donde se cuecen muchas conductas violentas. La fantas¨ªa en libertad "produce monstruos", s¨ª, pero ello es profil¨¢ctico, una liberaci¨®n cat¨¢rtica para la colectividad. Es, m¨¢s bien, cuando se reprime a estos fantasmas que ellos irrumpen en la vida corriente en acciones destructivas. Uno de los mejores ensayos de George Orwell versa sobre este tema -"La decadencia del crimen ingl¨¦s"- y convendr¨ªa que lo leyeran los ingenuos demagogos que ven una relaci¨®n de causa a efecto entre la fantas¨ªas mis¨®ginas de Hern¨¢n Migoya y los asesinatos y golpizas contra las mujeres que se cometen en Espa?a, una sociedad donde la veloz modernizaci¨®n de las costumbres y el r¨¢pido proceso de emancipaci¨®n de la mujer de las anacr¨®nicas estructuras tradicionales que la ten¨ªan discriminada y sometida provoca en buena medida, sobre todo en medios marginales, de escasa informaci¨®n y cultura, esas reacciones machistas de violencia ciega e irracional. Una sociedad en la que la ficci¨®n puede desenvolverse libremente, sin inhibiciones ni censuras, es una sociedad m¨¢s sana, menos neur¨®tica y frustrada, que otra en la que esta fuente de la creatividad humana est¨¢ cegada y controlada por carceleros intelectuales, en nombre de la moral. No es casual que los peores cr¨ªmenes -manes de Jack el Destripador- se cometieran en la Inglaterra victoriana, una sociedad donde un espeso velo p¨²dico coactaba la libre fluencia de la fantas¨ªa literaria. No toda la literatura es "maldita", desde luego, como en las novelas de Sade, o en los cuentos del vapuleado Hern¨¢n Migoya; la hay tambi¨¦n, y de alt¨ªsima calidad, fantaseada a partir de los aspectos m¨¢s nobles, altruistas y generosos de la vida humana. Pero el quehacer literario, la construcci¨®n de ficciones verbales, mana de la totalidad de la existencia y ella no se puede trocear como si fuera una manzana. En la literatura tradicionalmente han encontrado una v¨ªa de escape privilegiada aquellos fantasmas con los que a hombres y mujeres nos resulta m¨¢s dif¨ªcil convivir por su naturaleza beligerante, retorcida y a veces perversa, esos demonios que nos averg¨¹enzan, asustan y no sabemos c¨®mo sacarnos de encima. La literatura lo permite, porque, proyectados en ficciones -sobre todo si ¨¦stas son logradas-, aquellos monstruos de los abismos de la personalidad dejan de ser malignos, la palabra los domestica y as¨ª, amansados, sublimados, tambi¨¦n ellos ganan derecho de ciudad.
En otras circunstancias, probablemente, lo ocurrido con el libro de cuentos de Hern¨¢n Migoya hubiera provocado una gran movilizaci¨®n de protesta de intelectuales y escritores en Espa?a, dada la justificada hipersensibilidad que existe sobre el asunto de la censura en un pa¨ªs que padeci¨® durante cuarenta a?os el sever¨ªsimo rigor de los censores de Franco. Pero no ha sido as¨ª. Las protestas han sido escasas y, por lo menos yo, no he visto m¨¢s condenas en¨¦rgicas de los energ¨²menos que ped¨ªan la cabeza de Migoya y Miriam Tey que de un pu?adito de escritores (Antonio Mu?oz Molina, Pere Gimferrer, Elvira Lindo, Juan Manuel de Prada y alguno que otro m¨¢s) en tanto que los otros guardaban silencio o, peor todav¨ªa, se sumaban al cargamont¨®n inquisitorial. ?C¨®mo se explica? Por la raz¨®n pol¨ªtica, desde luego. Aquellos energ¨²menos eran de "izquierda" y Miriam Tey y el Gobierno que la nombr¨® directora del Instituto de la Mujer, de derecha. Ergo, la correcci¨®n pol¨ªtica exig¨ªa que se justificara la campa?a "progresista" contra la reacci¨®n, aunque esta campa?a presupusiera la defensa de la censura y el acoso y descalificaci¨®n de un escritor por escribir ejercitando su soberana libertad. ?Hace falta m¨¢s pruebas de la grotesca inanidad que han alcanzado los conceptos de "derecha" e "izquierda" en nuestros d¨ªas.
? Mario Vargas Llosa, 2003. ? Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Diario El Pa¨ªs, SL, 2003.
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