El otro americano
Ayer, a eso de las ocho de la tarde, yo estaba exactamente en la esquina de la calle de Arag¨®n con Passeig de Gr¨¤cia, nada m¨¢s que una viandante atrapada en un embotellamiento infernal que no tengo que describir porque todos ustedes lo han sufrido, de una forma u otra. Bandadas de autom¨®viles, autobuses atravesados en la calzada, un zumbido de motoristas. En las aceras, gente con los cascos colgados del brazo o depositados en la falda, consumiendo cervezas al lado de interminables ristras de motos. Era un infierno. Acababa de entrevistar a Donna Leon y hab¨ªamos hablado de ecolog¨ªa. S¨ª, efectivamente, esto se ha convertido en un infierno.
Entonces son¨® el m¨®vil y alguien de la redacci¨®n lo dijo:
-Ha muerto Gregory Peck.
1953, Roma casi desierta, un coche topolino en el que un fot¨®grafo algo fresco, preludio de paparazzo, sigue a una pareja que va en vespa. Tengo la fotograf¨ªa, enmarcada, delante de mi mesa de trabajo, colgada en la pared: Gregory Peck, el hombre que respetaba a las mujeres incluso cuando se aprovechaba de ellas (en este momento quiere sacar un reportaje de Audrey Hepburn), maneja el veh¨ªculo mientras ella, que va de princesa, se agarra fuertemente a su (se me corta el aliento s¨®lo de pronunciar la palabra) cintura.
Compr¨¦ la foto en uno de esos tenderetes de Viale di Trastevere esquina Via della Lungaretta, un puesto que aparece fugazmente durante el paseo tur¨ªstico que Peck le da a Hepburn y que, en eterna memoria, vende im¨¢genes de Vacaciones en Roma, mientras el mundo se empeque?ece y el parque m¨®vil se infla, y todos tenemos muchas cosas, cada vez m¨¢s cosas, excepto la alegr¨ªa sencilla de ir en vespa con un hombre o una mujer de verdad: delante o detr¨¢s, qu¨¦ m¨¢s da.
Gregory Peck realiz¨®, hace pocos a?os, ya retirado del cine, una gira por universidades que dedic¨® a charlar sobre su vida, la gente que hab¨ªa conocido, las pel¨ªculas que hab¨ªa hecho, las amistades de que disfrutaba y la familia cuyo amor compart¨ªa. Canal Sat¨¦lite Digital emiti¨® un documental filmado durante dicha gira. Impresionaba, porque se pod¨ªa ver que Gregory Peck quer¨ªa despedirse dignamente de los suyos, de nosotros, mientras a¨²n conservaba la cabeza clara y el empaque de se?or verdadero que le distingui¨® de otros colegas.
Hay en el documental un momento extraordinario, aquel en que, en una ciudad cuyo nombre ahora no recuerdo, en el patio de butacas, se encuentra sentada la mujer que fue su hija en Matar a un ruise?or, quiz¨¢ su pel¨ªcula m¨¢s emblem¨¢tica. Lo m¨¢s emocionante era ver a aquella adulta madura recordar que Gregory Peck fue para ella un padre que le daba las buenas noches antes de dormir, y le hablaba de su madre muerta.
El se?or Peck formaba parte de un mundo -y de unos Estados Unidos, conviene recordarlo precisamente ahora- donde la libertad y los derechos humanos eran art¨ªculo de primera necesidad. En Horizontes de grandeza fue un civilizado hombre del Este que consigui¨® permanecer en Tejas sin ser abducido por la brutalidad machista del lugar (representada muy propiamente por Charlton Heston, por cierto). En la mencionada Matar a un ruise?or, fue un abogado que explicaba a sus hijos lo execrable del racismo.
Aquel a?o, a principios de los cincuenta, entre ir a rodar Vacaciones en Roma y volver, Peck pas¨® un par de veces por Par¨ªs e intim¨® con una periodista de France-Soir que le hab¨ªa entrevistado. Ver¨®nica se convirti¨® en su mujer y no hubo en aquellos d¨ªas reportera que no fantaseara con la idea de que bien habr¨ªa podido tocarle a ella. Pero Ver¨®nica era y sigue siendo incre¨ªblemente guapa: hasta Jacques Chirac y el doctor Schweizer la pretend¨ªan.
El embotellamiento contin¨²a, no hay taxis, y yo pr¨¢cticamente echo a correr para llegar a tiempo de escribir esta cr¨®nica. Un lector trata de detenerme amablemente, quiere comentar algo:
-?No puedo! -le grito, sin detenerme-. ?Gregory Peck ha muerto!
El otro mundo empieza a ponerse interesante.
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