Salvajemente masculino
Querelle de Brest tiene una compleja historia editorial que depende directamente de su maravilloso contenido. Esta categor¨ªa est¨¦tica puede extra?arnos, cuando lo maravilloso forma parte por derecho propio y en sentido estricto de las grandes obras de arte. Lo maravilloso, emanaci¨®n del eros, tiende a ser reprimido por los no maravillosos, que son quienes administran las cosas del mundo. Dicho en t¨¦rminos menos literarios: la edici¨®n definitiva de Querelle sufri¨® importantes censuras en Francia. Aqu¨ª se traduce el texto ¨ªntegro por primera vez al espa?ol. Ahora que el siglo XX empieza a decantar sus cl¨¢sicos, Genet y su Querelle muestran la consistencia perdurable de aquellos textos que han tocado fondo de humanidad. Hubo muchos mitos nuevos en el pasado siglo, pero ya muy pocos fueron literarios. Querelle es uno. Encarna para la eternidad un arquetipo de belleza y violencia, el de aquellos hombres tan absolutamente masculinos que s¨®lo cumplen su erotismo en el amor con sus iguales. Se trata de una necesidad l¨®gica y biol¨®gica. Si, como dijo Lorca, "hay cuerpos que no deben repetirse en la aurora", Querelle habr¨ªa perdido su maravilla si se hubiese dedicado a engendrar. El tiempo sobre la tierra de este tipo de h¨¦roe (id¨¦ntico en esto a cualquier otro h¨¦roe) coincide exactamente con la totalidad del tiempo del mundo. La novela es el lugar para formular esa fabulaci¨®n que desborda los l¨ªmites de una vida. Por eso el relato se hace tan denso. Las descripciones extensas dan v¨¦rtigo. Los niveles estil¨ªsticos se mezclan en el retrato del marinero: "Magn¨ªfico en su caradura y destreza". Hay definiciones inauditas, por ejemplo, el cuerpo masculino como "soporte audaz de los cojones". El aprendizaje del protagonista proyecta otra luz sobre nuestra vida, modific¨¢ndola, pues Querelle "comprendi¨® oscuramente que el amor es voluntario". Esa rar¨ªsima sabidur¨ªa general afecta tambi¨¦n a la maestr¨ªa del narrador: "La palabra an¨¢lisis nos impide ver claro... Llamaremos a Querelle un gozoso suicida moral". La obscenidad no est¨¢ en lo que Genet dice, con ser esto mucho. Est¨¢ en la lentitud embriagadora con que lo cuenta todo. Est¨¢ en la promiscuidad incestuosa que mantiene con el lector (anulando anticipandamente todas las categor¨ªas narratol¨®gicas). Est¨¢ en la belleza avasalladora del lenguaje: "?nica se?al de su pobre riqueza".
QUERELLE DE BREST
Jean Genet
Traducci¨®n de Fel¨ªcitas S¨¢nchez Mediero
Odisea Editorial
Madrid, 2003
377 p¨¢ginas. 10,52 euros
El crimen alimenta cada
movimiento del h¨¦roe. S¨®lo la muerte concreta su pasi¨®n metaf¨ªsica, animada intermitentemente por la mitolog¨ªa cristiana, en un correlato del marinero con Cristo que Genet encontr¨® en Billy Budd, Sailor, de Melville. Abundando en las contradicciones aparentes, la heterodoxia hipermasculina va vinculada al patriotismo. Como ondas conc¨¦ntricas de Querelle funcionan la ciudad de Brest, su puerto, el mar y Francia. ?sta asoma hasta en la particular escatolog¨ªa genetiana.
El argot, por ser diferente en cada idioma, y porque no deja de cambiar, pone a prueba la actualidad de una traducci¨®n. ?sta sale airosa en general, aunque alguna vez el vocativo "viejo" podr¨ªa ser traducido por "t¨ªo". Sobran algunos galicismos ("persuadi¨® a Querelle de acompa?arlo a casa"; "que era gracias a Querelle que..."; "se hab¨ªa hecho follar"). Aqu¨ª topamos con un problema irresoluble: el t¨¦rmino pederasta, sin¨®nimo en franc¨¦s de "homosexual", puede crear confusi¨®n, pero tambi¨¦n es cierto que Genet lo define con mucha precisi¨®n (una nota ser¨ªa suficiente para el lector menos avisado).
La fotograf¨ªa de la cubier-
ta muestra al c¨¦lebre "Marinero" de Pierre et Gilles, lo cual es una excelente manera de hacer actual el libro. Sin embargo, para visualizar el mundo de los marineros de Querelle (o hasta el propio Querelle), la est¨¦tica de Pierre et Gilles no es la m¨¢s adecuada, porque pertenece -dig¨¢moslo as¨ª- a la zona blanda de la cultura. Genet no. Ya que esa inserci¨®n est¨¦tica es definitiva, mejor ser¨¢ que queden en nuestra retina los dibujos salvajes de Cocteau (tan cercano a este libro) o el hermoso Brad Davis del Querelle que rod¨® Fassbinder. Masculinidad poderosa y no amaneramiento, lo sabe bien el editor, puesto que lo explica en la solapa. Parece cuesti¨®n sexual, pero es moral. La soledad terrible de Querelle (indistinguible el libro del personaje) lo hac¨ªa heterodoxo frente al mundo heterosexual y lo hace heterodoxo frente a la ortodoxia gay, como se?ala Eduardo Mendicutti en su espl¨¦ndido pr¨®logo.
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