La ¨²ltima sonrisa
Cerca del centro de Una mujer infortunada, Richard Brautigan se pregunta: "?Qu¨¦ ha ocurrido?". Y, en la l¨ªnea siguiente, Richard Brautigan se responde: "Bueno, lo que ha ocurrido es que a veces no tenemos ning¨²n control sobre nuestras vidas". Y de eso trata este libro p¨®stumo y f¨²nebre de Richard Brautigan; escrito unos meses antes de su muerte y reci¨¦n publicado en el 2000 por su hija y bi¨®grafa Ianthe Brautigan (autora de la sensible memoir titulada You Can't Catch Death) 16 a?os despu¨¦s que su padre se suicidara en su caba?a de Montana con la sola ayuda y compa?¨ªa de un rev¨®lver y sin que nadie extra?ara su ausencia hasta demasiado tarde y los gusanos hubieran hecho buena parte de su trabajo.
UNA MUJER INFORTUNADA
Richard Brautigan
Traducci¨®n de Jos¨¦ Hamad Zahonero
Debate. Barcelona, 2003
121 p¨¢ginas. 14,50 euros
En los tiempos previos a su final, Richard Brautigan (1935-1984) ya no ten¨ªa ning¨²n control sobre su vida. Estaba obsesionado por una enfermedad sexual (se hab¨ªa contagiado de herpes); muy atr¨¢s hab¨ªan quedado sus tiempos de best seller y pop star de los campus universitarios de su pa¨ªs gracias a los dos millones de ejemplares vendidos de su inclasificable novela/poema en prosa La pesca de la trucha en Am¨¦rica; y ahora padec¨ªa la incomprensi¨®n yuppy que lo consideraba una reliquia hippy y el desprecio de buena parte de la intelligentzia que siempre lo tuvo por un Vonnegut silvestre: un idiota savant -m¨¢s idiota que savant- que gustaba de aparecer en las portadas de sus libros vestido como uno de esos cowboys pioneros del m¨¢s Lejano Oeste.
De todo esto -apenas disfrazado de "libro de viajes" y con tel¨®n de fondo de una mujer ahorcada y de una mujer muri¨¦ndose de c¨¢ncer- se ocupa esta despedida de Richard Brautigan. P¨¢ginas digresivas, eficaces y melanc¨®licas que lo acercan m¨¢s al lirismo entre zen y beatnik de los relatos-haikus de Revenge of the Lawn y de las novelas autobiogr¨¢ficas The Tokyo-Montana Express y So the Wind Won't Blow It All Away que a esos ingeniosos pastiches -western g¨®tico, serie negra psicotr¨®nica, road novel obsesionada por los trofeos de bolos- que public¨® Anagrama en la era dorada de la colecci¨®n Contrase?as.
Una mujer infortunada es uno de esos libros de pocas p¨¢ginas que parecen aumentar y expandirse provocando la tentaci¨®n de subrayar casi todo y que, de alg¨²n modo, recuerda la primera persona de las dom¨¦sticas R¨ºveries du promeneur solitaire de Rousseau -lanzadas ahora desde Montana, San Francisco, Nueva York, Alaska, Honolulu y vuelta a San Francisco- para alcanzar latitudes de firmas como Roberto Bola?o, Dave Eggers, Spencer Holst, Denis Johnson, Quim Monz¨®, Haruki Murakami y William T. Vollmann.
Aqu¨ª, Brautigan -cuya novela El aborto inspir¨® una biblioteca de novelas rechazadas en Estados Unidos donde cualquiera puede depositar su manuscrito por siempre in¨¦dito- se escribe y se describe con sabor agridulce, resignado, vencido. Es un hombre que ha llegado al final de su camino y lo sabe. Lo que no quiere decir que Una mujer infortunada no sea un libro luminoso en su oscuridad. Pero las sonrisas que despierta este enorme breve adi¨®s de Brautigan son sonrisas tristes. Y sabias. Y la m¨¢s sabia y triste de todas ellas es la ¨²ltima sonrisa, la del donde se sonr¨ªe ¨²ltimo y mejor, y -sabiendo c¨®mo termin¨® la novela de la vida de Brautigan- el lector no puede evitar emocionarse cuando se le explica, con ese estilo tan brautiganiano, que "ahora no puedo evitar sonre¨ªr. Convendr¨¢n conmigo en que es gracioso. Quedan diez l¨ªneas por escribir en esta p¨¢gina y he decidido no usar la ¨²ltima. Se la dejar¨¦ a la vida de alguna otra persona. Espero que haga mejor uso de ella del que hubiera hecho yo. Pero de verdad lo he intentado".
Dicho y hecho, y la edici¨®n de Una mujer infortunada no es s¨®lo una buena noticia: es un gran acontecimiento que marca el retorno fantasmal pero s¨®lido de Richard Brautigan; hace que un hasta nunca se convierta en un hola; y que una derrota terrena mute a la sobrenatural victoria de quien alguna vez declar¨®: "Todos tenemos nuestro rol en la Historia. El m¨ªo es las nubes".
Pocas veces un libro tan peque?o, tan triste y tan nublado produjo una felicidad tan inmensa y radiante.
El iluminador
EN EL PR?LOGO a The Edna Webster Collection of Undiscovered Writings (1999) -un poemario tambi¨¦n p¨®stumo- se narra una an¨¦cdota encantadora, un inequ¨ªvoco cuento de Richard Brautigan: "Una anciana, Edna Webster, llama a una editorial para ofrecer manuscritos in¨¦ditos de un joven que, tantos a?os antes, hab¨ªa pasado por su casa camino de San Francisco. El joven le dijo que acababa de salir del mismo psiqui¨¢trico donde tiempo despu¨¦s se film¨® Alguien vol¨® sobre el nido del cuco. El joven le cont¨® que hab¨ªa sido recluido all¨ª por arrojar una piedra contra una comisar¨ªa y -adem¨¢s del diagn¨®stico de paranoico esquizofr¨¦nico- hab¨ªa recibido 'suficientes electro-shocks como para iluminar a un peque?o pueblo'. El joven le jur¨® que necesitaba 'ser poeta'. El joven -explic¨® la mujer- hab¨ªa sido Richard Brautigan y, a cambio de cama y comida, le hab¨ªa 'regalado una caja llena de papeles', advirti¨¦ndole: 'Cuando yo sea rico y famoso, Edna, todo esto ser¨¢ para ti la mejor de las jubilaciones'. Y adi¨®s".
Brautigan fue rico y famoso y dej¨® de serlo. Fue el t¨ªpico escritor "generacional". Desilusionado, huy¨® a Montana, vaci¨® demasiadas botellas y -cuando sinti¨® que no hab¨ªa m¨¢s que decir- se dedic¨® a s¨ª mismo un final al estilo de su admirado Hemingway. Antes de eso, en 1970, en su relato m¨¢s c¨¦lebre -The World War I Los Angeles Airplane-, predijo: "Cuando ya no quedan m¨¢s palabras siempre muere alguien". Pensar en ¨¦l como en un primo acuariano de Saroyan o de Salinger. Alguien bendecido -como Bob Dylan- con el don para la frase precisa y la met¨¢fora inesperada. Una de sus fotos lo muestra en el camino, sosteniendo una vieja m¨¢quina de escribir y haciendo autoestop; esperando que alguien se detenga, lo recoja y lo lleve de regreso a casa. Y vuelva a leerlo.
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