Una duda muy razonable
A los barcelonistas que esperaban grandes cosas, la campa?a electoral les habr¨¢ parecido peque?a, por no decir larga. No se ha planteado la refundaci¨®n del club y cuando se han utilizado palabras mayores ha sido para referirse a asuntos mercantiles. M¨¢s que en el ideario o en la delimitaci¨®n de objetivos, en conceptos que abunden en una f¨®rmula que ayude al Bar?a a ser competitivo en un marco global sin perder su carga simb¨®lica, la mayor¨ªa de las propuestas se han centrado en asuntos de f¨¢cil manejo.
La consigna ha sido distanciarse del pasado, m¨¢s o menos en funci¨®n de la naturaleza de cada candidato, y abrazarse al futuro, dando por descontado que el gas sentimental se recupera tan f¨¢cilmente como se gana dinero en cuanto la pelota da en el palo y entra en lugar de salir. Salga el presidente que salga, se tiene la sensaci¨®n de que mejorar¨¢ a Gaspart, el club estar¨¢ mejor representado y el equipo no har¨¢ el rid¨ªculo. Visto, pues, de una manera comprensiva, el proceso no ha estado mal, sobre todo con relaci¨®n a los anteriores, mayormente presididos por los referentes y las consignas, simplificados en votar a favor o en contra de N¨²?ez.
La indecisi¨®n que abruma a una mayor¨ªa de los socios no necesariamente es culpa de la oferta, por excesiva que parezca, sino que puede ser consecuencia de la duda propia de quien debe tomar partido. M¨¢s que a votar, hay miedo a equivocarse, escarmentado como est¨¢ el socio, consciente de que el tiempo perdido le exige una respuesta sin mayor dilaci¨®n.
A buen seguro que si el presidente dependiera de la campa?a, Laporta ser¨ªa el ganador, por razones tan asumidas que se cacarean, y no s¨®lo por su palique. Habla y no para, en catal¨¢n, en ingl¨¦s y en castellano, de un c¨ªrculo virtuoso, de la necesidad de situar al club en una primera l¨ªnea deportiva y medi¨¢tica mundial, de un equipo potente y de un pa¨ªs libre. El suyo es un discurso novedoso y rupturista, juvenil y vitalista, atrevido incluso para un club fatigado y envejecido, por no decir caduco y puede que hasta podrido. A grandes males, grandes remedios. El apoyo a Laporta se exterioriza con un fervor que a su gente le recuerda a veces los d¨ªas en que la ciudad sal¨ªa a la calle para pedir no a la guerra. A veces incluso parece que el cul¨¦ tiene ganas de abrazarle y pedirle que no pare de dar ca?a. El candidato transmite tanta confianza que invita a cumplimentarle, de palabra o por escrito, aun cuando su seguridad puede confundirse con la pedanter¨ªa y no se repara en que quiz¨¢ lo que ocurre es que no tiene complejo de inferioridad.
Llegue o no Beckham, el acuerdo con el Manchester viene a decir que Laporta est¨¢ dispuesto a cambiar el mundo. La suya es una declaraci¨®n de intenciones inequ¨ªvoca que precisa de una militancia activa, y de ah¨ª la simpat¨ªa que despierta. A la diversi¨®n que genera Laporta, del que no se dicen sus defectos sino que se cantan sus virtudes, se contrapone la seriedad de Bassat, cuyo rigor se pretende confundir con la tristeza y la melancol¨ªa, aunque sea por oposici¨®n a la efervescencia del rival. Al abogado le avala la campa?a en la misma proporci¨®n que al publicista le a¨²pa una candidatura s¨®lida, solvente y sensata. Al fin y al cabo, es un duelo de contrastes: el seny contra la rauxa. A la estridencia de uno se contrapone el silencio del otro. A Alemany y Roca les cuesta hablar o bien no tienen necesidad de la labia de Laporta, y el discurso de Guardiola escapa de los t¨®picos futbol¨ªsticos.
A Bassat le sobran los debates y hasta puede que nunca haya discutido ni por un fuera de juego, pero Laporta le ha obligado a hablar incluso de ¨¦l. Le cuesta asumir y explicar las ideas y las reglas del f¨²tbol, a tal punto que su propuesta de fundaci¨®n aparece como si fuera el demonio, y el suyo es un c¨®digo tan transparente que, como bien retrata el implacable Sergi P¨¤mies, es capaz de marcarse los goles en propia puerta. No miente y, sin embargo, confunde, porque no sabe atacar ni defender, solo como parece. De la misma manera que Laporta despierta comprensi¨®n y tiene un electorado fiel, a Bassat le descuentan votos por los cuatro costados (Llaurad¨®, Mart¨ªnez-Rovira, Minguella y Maj¨®).
Los riesgos de Bassat son los propios de la clase media, del candidato que por una parte se sit¨²a entre el bien y el mal, y por la otra hereda la carga del rival al que batir. A diferencia de Laporta, no tiene mucha gente que le escriba tras haber tocado muchas teclas. Ya sabedor de que a falta de continuistas se ha convertido en el candidato que responde por el poder, Bassat aspira a fin de cuentas a convocar a la mayor¨ªa silenciosa, al socio que no quiere que se sepa sobre su voto, al que le da apuro revelar su candidato. El publicista es consciente de que hay mucha gente a la que le gustar¨ªa que las cosas le fueran mejor de lo que le van ni que sea por haber merecido ser presidente hace tres a?os y ahora temen que le haya pasado el turno.
Pese a perder ascendiente, Bassat se mantiene como aspirante al triunfo junto a Laporta. Uno y otro est¨¢n convencidos de que les separa un dedo me?ique, como dir¨ªa Di St¨¦fano. La decisi¨®n corresponde a los socios. Y no es f¨¢cil. La calle est¨¢ llena de gente turbada por la responsabilidad. Y ah¨ª est¨¢ la gracia. Pocas veces un dilema hab¨ªa sido tan saludable y razonable como el que afrontan los socios de un Bar?a con graves problemas estructurales, pero m¨¢s apetitoso que nunca.
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