Hablando del poder
Sostiene el autor que el desaf¨ªo del plan del 'lehendakari' no est¨¢ en su contenido, sino en el m¨¦todo dise?ado para alcanzarlo.
Son frecuentes entre nosotros los comentarios al plan Ibarretxe desde el punto de vista de su legitimidad intr¨ªnseca. No es frecuente, en cambio, su contemplaci¨®n desde el puro realismo pol¨ªtico, que observa fundamentalmente din¨¢micas de poder. Quiz¨¢ porque no nos gusta mirar de cerca al poder desnudo, ese cimiento obscuro de nuestra convivencia.
M¨¢s a¨²n: las din¨¢micas que se est¨¢n materializando ¨²ltimamente en nuestra sociedad (la legislaci¨®n referente a los partidos, las decisiones judiciales en torno a su validez y a la exigencia de su cumplimiento, etc.), si bien est¨¢n siendo correctamente percibidas por los nacionalistas (que las denuncian en un plano normativo como un tensionamiento del orden democr¨¢tico con ribetes de inconstitucionalidad), est¨¢n siendo substancialmente mal diagnosticadas por ellos mismos, al atribuirlas exclusivamente a un exceso autoritario del partido en el gobierno. Aun si fuera cierto el exceso, no ser¨ªa una causa bastante. El presidente Aznar no tiene capacidad para influir en todos los magistrados del Tribunal Supremo o del Constitucional. Lo que la unanimidad de estos nos revela es otra cosa: que est¨¢ comenzando a moverse en Espa?a algo mucho m¨¢s poderoso que el Gobierno, y ese algo es el Estado mismo. No diagnosticarlo as¨ª nos acerca un poco m¨¢s al desastre.
La acumulaci¨®n de las fuerzas necesarias exige una amplia ocupaci¨®n de los resortes del poder
Se propone un 'momento constituyente' en que un poder distinto del estatal se establece como igual
Hay un canon interpretativo muy difundido que considera al Estado moderno como una especia de caja tonta dentro de la cual pasan cosas, cuyos agentes relevantes son los individuos, los partidos, las clases sociales o las naciones. Ciertas posturas liberales (las que conciben al Estado como un simple guardi¨¢n nocturno de la sociedad), la asombrosa incomprensi¨®n de Marx respecto al Estado (en el que ve¨ªa poco m¨¢s que un comit¨¦ de representantes de la clase burguesa) o la interesada visi¨®n de los nacionalistas (el Estado como "jaula de naciones") han contribuido a difundir esta idea del Estado como una mera superestructura formal, que, adem¨¢s, se estar¨ªa disolviendo, tanto por arriba como por abajo, en el mundo de la globalizaci¨®n y el particularismo.
Existe sin embargo otra forma de contar la historia y analizar el mundo moderno. Basta releer a Tocqueville o Weber entre los cl¨¢sicos, o a Tilly o Skocpol entre los contempor¨¢neos. En ella, el Estado es una din¨¢mica de acumulaci¨®n de poder pol¨ªtico, del poder m¨¢s intenso y extenso que ha conocido sociedad alguna, y precisamente por ello es el actor privilegiado de nuestra historia y nuestra realidad actual. Siempre ha estado constre?ido por condicionamientos externos, pero precisamente es del enfrentamiento con esos l¨ªmites de donde ha sacado su dinamismo. Si hemos llegado a no percibirlo es porque se ha hecho tan natural como el aire que respiramos.
No son amenaza para el Estado las luchas pol¨ªticas en su seno (la anta?o temida escisi¨®n), que hace tiempo que fueron normalizadas mediante la participaci¨®n reglada. Tampoco los procesos de descentralizaci¨®n, regionalizaci¨®n o federalizaci¨®n: el Estado se adapta hoy a los repartos verticales y horizontales de poder. Sin embargo, ante una amenaza directa al poder del Estado (no al poder en el Estado), su reacci¨®n es tan predecible como el biol¨®gico struggle for life. Y no existe mayor amenaza para su supervivencia que la impugnaci¨®n de su autoridad y del deber de obediencia por parte de sus ciudadanos. Cuando el Estado deviene incapaz de imponer su ordenamiento jur¨ªdico, sencillamente desaparece como tal, porque el poder y el ordenamiento no son sino las dos caras de una misma realidad, el Estado.
?Supone el plan Ibarretxe una amenaza para el Estado? La respuesta es s¨ª, por mucho que se pretenda disimular o hacer indolora la impugnaci¨®n del poder estatal mediante la utilizaci¨®n de un acentuado legalismo y de una promesa tranquilizadora de un futuro paccionado. Y el desaf¨ªo no est¨¢ tanto en el contenido del plan cuanto en el m¨¦todo dise?ado para conseguir sus objetivos. Lo que sucede es que ese m¨¦todo es en el fondo la conquista m¨¢s importante del plan mismo. Por eso es ineludible.
Hay en el m¨¦todo del plan un momento constituyente, un instante en que un nuevo poder distinto del estatal se pone ante ¨¦ste como un igual, por mucho que anuncie de antemano que pactar¨¢ de inmediato un reparto de facultades. Ese instante de afirmaci¨®n del nuevo poder es el punto cr¨ªtico del plan: antes de ¨¦l no existe sino una utilizaci¨®n, forzada pero legal, de las instituciones actuales. Despu¨¦s hay un futuro de reacomodo y co-soberan¨ªa. Pero entre ambos momentos es inevitable la ruptura del orden actual. En el camino desde la legalidad a la legalidad hay un instante de necesaria ilegalidad. Y ese instante es tan esencial que el plan no puede prescindir de ¨¦l, so pena de diluirse en un mero reacomodo de competencias. Es esencial al plan hacer nacer en su desarrollo al nuevo sujeto pol¨ªtico autoconstitu¨ªdo e independiente; cualquier resultado que omitiese este momento ser¨ªa inaceptable para sus mantenedores, ser¨ªa un cambio cualitativo de lo prometido.
Por eso resulta sustancialmente desenfocado el an¨¢lisis de los que examinan s¨®lo el resultado competencial del plan una vez se haya realizado, como hacen autores tan diversos como Herrero de Mi?¨®n o Ferr¨¢n Requejo. Desde la perspectiva del poder, lo importante no es tanto el reparto pactado de facultades que al final se alcanza, cuanto el hecho de que se ha llegado a ¨¦l mediante la generaci¨®n de un poder independiente del Estado. Lo pol¨ªticamente trascendente no es el final del proceso, sino el acto mismo a trav¨¦s del cual se logra. Ese acto es revolucionario.
Una nota adicional del plan de singular importancia: el desaf¨ªo al Estado se lanza desde una parte de la propia organizaci¨®n estatal, desde una base de poder pol¨ªtico y burocr¨¢tico constituida precisamente dentro y al amparo de la legalidad de ese Estado. Y esta caracter¨ªstica es esencial al proyecto, pues la acumulaci¨®n de las fuerzas necesarias (la formaci¨®n de la masa cr¨ªtica) exige una amplia ocupaci¨®n e intensa utilizaci¨®n de las burocracias estatales. El plan es inimaginable si no se gestiona desde el poder auton¨®mico. Va desde este poder a otro poder independiente, pero exige que su agente se mantenga en todo momento en el poder.
Ibarretxe precisa disponer de las instituciones vigentes hasta el momento mismo de la cesura autoconstituyente. Lo requiere la propia funcionalidad del plan e incluso el mantenimiento de su apoyo en amplios sectores de nacionalistas moderados y pragm¨¢ticos (las mariposas, como gr¨¢ficamente se les llamaba en Quebec), que apoyan un cambio tranquilo, pero se asustar¨ªan en el caso de verse fuera de las instituciones y apoyando una revuelta, una jacquerie.
Aqu¨ª est¨¢ el aspecto endeble del plan: por un lado precisa la continuidad en la ocupaci¨®n del poder, pero por otro de una cesura revolucionaria en la naturaleza de ese poder. Algo as¨ª como cambiar de caballo mientras se galopa encima. Es posible hacerlo, claro est¨¢, pero precisa de una m¨ªnima colaboraci¨®n del caballo. Y en nuestro caso, el poder en que se cabalga no va a dejarse sustituir sin luchar.
La reacci¨®n defensiva del Estado comenzar¨¢ probablemente por el expediente de privar del poder institucional a quienes anuncian el desaf¨ªo. Naturalmente que tal actuaci¨®n constituir¨ªa un trauma pol¨ªtico y un coste de imagen importante, pero no es razonable presumir a priori que el Estado no va a realizar este movimiento en alg¨²n momento. M¨¢s bien parece que existen signos de que el poder estatal est¨¢ acumulando argumentos y acopiando aliados en ese sentido. La ventana de oportunidad que se abri¨® en 1989 en Europa para la secesi¨®n de naciones puede estar cerr¨¢ndose en la actualidad.
Es especialmente dif¨ªcil hacer una estimaci¨®n del momento e intensidad de la reacci¨®n, porque est¨¢n en juego dos estrategias dis¨ªmiles. La del nacionalismo estriba en publicitar su plan como forma de progresi¨®n ordenada y sujeta a fechas casi fijas, haciendo gala de normalidad institucional y usando la tensi¨®n sin ruptura, lo que es condici¨®n para su m¨¢s amplio apoyo social. El Estado, a¨²n aumentando progresivamente su movilizaci¨®n, no anunciar¨¢ ni dejar¨¢ entrever el momento de su reacci¨®n, porque ser¨ªa tanto como reconocer al adversario como igual, al tiempo que realimentar el proceso. Pero cuando se est¨¢ hablando del poder, quiz¨¢ convenga acordarse de las palabras de Carl Schmitt: "Soberano es quien decide sobre el estado de excepci¨®n". Es privilegio del Estado decidir en qu¨¦ momento se rompe la baraja.
Jos¨¦ Mar¨ªa Ruiz Soroa es abogado.
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