Temerarios
Joan Laporta no s¨®lo ha ganado las elecciones del Barcelona sino que la mayor¨ªa absoluta obtenida le otorga una autoridad moral para gobernar que no se recuerda en ning¨²n otro presidente reciente, una circunstancia sorprendente si se atiende a las encuestas que hablaban de una diferencia muy escasa con la candidatura de Llu¨ªs Bassat, sobrepasado por los acontecimientos y cuya grandeza en la derrota ha aumentado a¨²n m¨¢s el valor de la victoria.
Al ¨¦xito de Laporta ha contribuido el propio Bassat, tratado por los dem¨¢s candidatos como un aspirante que se hab¨ªa equivocado de camino y de ¨¦poca y no como un rival. Tambi¨¦n le ayud¨® la cara de ganador que se le puso nada m¨¢s anunciar sus intenciones. Laporta ofreci¨® una imagen saludable y su ideario result¨® inequ¨ªvoco, convincente y contagioso.
El despilfarro de Gaspart le falicit¨® especialmente la tarea y valid¨® su mensaje rupturista. Nadie mejor para poner el punto y final a una manera de mandar obsoleta que la persona que lo hab¨ªa denunciado con una moci¨®n de censura. Al fin y al cabo cuantas razones apunt¨® entonces tienen todav¨ªa plena vigencia. ?Quien mejor que Laporta, libre de cualquier sospecha, sin compromisos adquiridos, con las manos limpias, para hacer la limpieza del club que el socio exige sin dilaci¨®n?
El anuncio del acuerdo con el Manchester por el traspaso de Beckham tambi¨¦n le vino que ni pintado. La hinchada es consciente de que si el futbolista acaba en el Madrid no ser¨¢ por culpa de Laporta sino del futbolista y de Florentino P¨¦rez, motivos de sobra para aumentar la estima hacia el nuevo presidente, capaz de mover la bola del mundo por el Bar?a y de obviar al Madrid en su primera comparecencia despu¨¦s de conocerse los resultados electorales. No ha tomado todav¨ªa posesi¨®n del cargo y el Barcelona ya est¨¢ en la primera l¨ªnea deportiva y medi¨¢tica mundial.
Han sido muchas las razones que han concurrido en el estrundoso triunfo de Laporta. Por encima de todas, sin embargo, se presenta su amor por el f¨²tbol. Laporta representa a una generaci¨®n de barcelonistas que tiene al Bar?a metido en la cabeza. El suyo no es un discurso de erosi¨®n, como defendi¨® N¨²?ez en su d¨ªa para blindarse, sino que llevan un plan desde que nacieron. Esclavos futbol¨ªsticamente de Cruyff, toda su vida han so?ado con un equipo que sobre todo tenga buen gusto por el juego de la misma manera que abogan por una instituci¨®n c¨ªvica, democr¨¢tica, progresista y catalana, valores que siempre defendi¨® su ide¨®logo, Armand Carab¨¦n, el gerente que llev¨® a Cruyff al Barcelona.
"Nuestro club es deporte y cultura, y con deporte y cultura vamos haciendo pa¨ªs". No es un eslogan sino la declaraci¨®n de intenciones de la entidad cuando celebr¨® su 75 aniversario en 1974. Laporta es heredero del espiritu barcelonista de entonces, de una forma de entender el f¨²tbol, el Barcelona y Catalu?a, de competir sin ning¨²n complejo de inferioridad, una apreciaci¨®n que no siempre fue bien explicada y menos comprendida fuera del pa¨ªs.
Habr¨¢ quien advierta del peligro que regrese el viejo Bar?a, el club victimista, pasado de moda. Ocurre, sin embargo, que la energ¨ªa, la imaginaci¨®n y el car¨¢cter desinfectante que simboliza Laporta son tales que ha hecho creer que son los socios los que hoy corren el riesgo de envejecer, y de ah¨ª su voto vehemente, propio de un club extremista. Tal y como se ha puesto el asunto, los temerarios en el Camp Nou no parecen ser los nuevos directivos cuarentones sino los aficionados que advierten del riesgo de poner el club en manos de un grupo de aventureros. A ver quien tendr¨¢ raz¨®n al final.
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