Refundar la relaci¨®n transatl¨¢ntica
Desde el principio de la crisis iraqu¨ª, los mejores expertos a uno y otro lado del oc¨¦ano se plantean -a menudo juntos- la naturaleza de la actual crisis transatl¨¢ntica y sus consecuencias. Como siempre, hay que distinguir las causas estructurales de las circunstanciales, que son complementarias. Las primeras se reducen a una sola: la ca¨ªda de la Uni¨®n Sovi¨¦tica, que debilit¨®, si no disolvi¨®, el lazo principal entre Estados Unidos y sus grandes socios del continente europeo. Las segundas est¨¢n relacionadas con la conmoci¨®n del 11-S, el poder de los neoconservadores en Washington, las peripecias electorales en Alemania o tambi¨¦n con el estilo diplom¨¢tico de unos y otros. Entre un Estados Unidos tentado de ejercer su poder sin trabas y una Europa dividida pero, a pesar de todo, de acuerdo en empujar al primero a aceptar las reglas del juego, ?es deseable y posible el mantenimiento de una entidad geopol¨ªtica occidental? Los hechos decidir¨¢n. Frente a las m¨²ltiples dificultades actuales o futuras -y para empezar en Irak-, los l¨ªderes de Washington deber¨ªan reconsiderar "su necesidad de Europa". Y los responsables pol¨ªticos europeos deben calcular que la Uni¨®n dif¨ªcilmente resistir¨ªa ante un Estados Unidos que erigiera a categor¨ªa de doctrina el "divide y vencer¨¢s".
Durante todo el tiempo que dur¨® la guerra fr¨ªa, Estados Unidos y Europa permanecieron unidos en la convicci¨®n rec¨ªproca de un destino com¨²n frente al peligro comunista. Ninguna de las m¨²ltiples crisis de este periodo ha podido m¨¢s que esta convicci¨®n, a pesar de las vicisitudes pol¨ªticas internas y de la diversidad de opiniones en cada uno de los pa¨ªses de la Alianza Atl¨¢ntica. Despu¨¦s de la ca¨ªda de la URSS, los grandes intereses en materia de seguridad no se han vuelto necesariamente divergentes, pero ya no son b¨¢sicamente convergentes. Desde este punto de vista, el 11-S ha sido muy revelador. La "guerra contra el terrorismo" es un concepto demasiado vago para obtener de forma duradera la adhesi¨®n incondicional de los europeos. Entre el equipo neoconservador, y luego progresivamente -con ayuda de la r¨¢pida victoria- en c¨ªrculos de opini¨®n cada vez m¨¢s amplios en Estados Unidos, el derrocamiento del r¨¦gimen de Sadam Husein se ha considerado un aspecto de esta guerra. Si los estadounidenses est¨¢n especialmente resentidos con los dirigentes franceses, es porque consideran que, frente a una apuesta desde su punto de vista vital, Par¨ªs ha desempe?ado activamente una campa?a internacional contra ellos. Reprochan tambi¨¦n amargamente al Gobierno del canciller Schr?der que, por primera vez desde el nacimiento de la Rep¨²blica Federal, haya seguido las tendencias pacifistas de la opini¨®n p¨²blica alemana en lugar de superarlas. De pronto, incluso un hombre tan racional y competente como Henry Kissinger acusa a Europa de querer construirse contra Estados Unidos, y no est¨¢ lejos de animar, al menos impl¨ªcitamente, a quienes en Washington se sienten tentados de hacer a partir de ahora del "divide y vencer¨¢s" el eje central de la pol¨ªtica europea de la superpotencia. Los tres pa¨ªses europeos m¨¢s importantes ven de otra forma los acontecimientos. Dejando aparte el estilo o la t¨¢ctica, el hecho es que Francia ha mantenido una lucha honorable por un principio: el respeto a las reglas del juego. De ah¨ª la insistencia en los procedimientos del Consejo de Seguridad de la ONU, los inspectores de desarme, etc¨¦tera. Quiz¨¢ si los cristianodem¨®cratas hubieran estado en el poder en Berl¨ªn habr¨ªan seguido a Bush sin vacilar. Pero no es seguro. El desacuerdo entre Gran Breta?a y Francia se ha debido m¨¢s al m¨¦todo que al principio. Estos tres pa¨ªses representan por s¨ª solos las tres cuartas partes del esfuerzo europeo en materia de defensa, y, aunque s¨®lo fuera desde este punto de vista, forman el coraz¨®n de la Europa de la seguridad. Pero los otros no quieren quedarse al margen, lo que explica, por una parte, la alineaci¨®n de Aznar, Barroso o Berlusconi con Bush, y la actitud favorable a la organizaci¨®n atl¨¢ntica de los pa¨ªses candidatos, por otra. Sin embargo, nada de todo esto cambia la base del problema.
La base del problema es que, en el estado actual de las cosas, Estados Unidos no quiere dejarse coartar por las reglas del juego. En concreto, no concede a la ONU -a la que ve de forma muy cr¨ªtica: ?para qu¨¦ sirve una instituci¨®n que confiere a Libia la presidencia de su comit¨¦ sobre los derechos humanos?- m¨¢s que un valor instrumental. Rechaza categ¨®ricamente la idea de que la legitimidad de una guerra depende de un voto en el Consejo de Seguridad. Seg¨²n ellos, el criterio ¨²ltimo para la legitimidad de una acci¨®n es la conformidad con la Constituci¨®n estadounidense, la capacidad de actuar deprisa y bien por una causa justa en su opini¨®n, preferentemente con una coalici¨®n ad hoc, sin que sea una condici¨®n necesaria. Si es posible un voto de la ONU, mejor. Y si no, pues peor. Poco importa, desde su punto de vista, que todav¨ªa no se hayan encontrado armas de destrucci¨®n masiva en Irak. M¨¢s tarde o m¨¢s temprano, Sadam Husein habr¨ªa podido comprarlas y usarlas. Esto es suficiente para justificar que Estados Unidos haya decidido liberar al mundo de este azote y, a la vez, liberar al pueblo iraqu¨ª. Los estadounidenses recuerdan por otra parte que el derecho a la prevenci¨®n frente a un peligro inmediato figura en la Carta de las Naciones Unidas. El problema est¨¢ en la interpretaci¨®n del adjetivo inmediato. Los neoconservadores, evidentemente, eligen una interpretaci¨®n muy amplia, como hacemos a menudo en otros ¨¢mbitos los de este lado del Atl¨¢ntico, invocando el "principio de precauci¨®n". As¨ª, m¨¢s all¨¢ de las ofensas superficiales, el malentendido es profundo. Vali¨¦ndose de su poder econ¨®mico y militar, Estados Unidos quiere tener libertad de movimiento total. Los Estados europeos no se expresan todos de la misma manera, pero se puede decir que desean un mundo multipolar, si se entiende as¨ª la necesidad de contrapeso y de reglas del juego.
Para superar realmente un malentendido tan serio, har¨ªa falta que las dos partes se mostraran convencidas de la necesidad de refundar su alianza: Estados Unidos, reconociendo que su ¨¦xito a largo plazo seguir¨¢ dependiendo de un "Occidente" democr¨¢tico y pr¨®spero, articulado en torno a dos pilares equilibrados, Estados Unidos y una Europa unida; los europeos,reconociendo la legitimidad de algunas de estas peticiones de revisi¨®n de las reglas del juego, e inspir¨¢ndose en el m¨¦todo brit¨¢nico para evitar la trampa del antiamericanismo. La realidad actual no lleva a creer en la posibilidad de un acuerdo de este tipo en un futuro pr¨®ximo. Tendr¨ªamos que preguntarnos m¨¢s bien si la noci¨®n de Occidente tiene todav¨ªa una pertinencia geopol¨ªtica, al ser tan diferentes los valores sociales concretos de los socios a uno y otro lado del Atl¨¢ntico. Esto, evidentemente, no impide a expertos y hombres influyentes trabajar sobre el tema, sino todo lo contrario. En la pr¨¢ctica, los hechos decidir¨¢n. No s¨¦ si alguien en Washington ha cre¨ªdo alguna vez seriamente que se podr¨ªa transformar Irak a semejanza de Jap¨®n y Alemania despu¨¦s de la Segunda Guerra Mundial, y que la democratizaci¨®n extender¨ªa enseguida sus beneficios al conjunto de Oriente Pr¨®ximo. En cambio, est¨¢ claro que la Administraci¨®n de Bush empieza a darse cuenta de la enormidad y la duraci¨®n del esfuerzo necesario para "conseguir la paz", seg¨²n la f¨®rmula consagrada. Para ce?irnos s¨®lo al aspecto financiero, un c¨¢lculo inmediato muestra que en un futuro previsible los ingresos derivados del petr¨®leo iraqu¨ª no deber¨ªan superar los 15.000 o 20.000 millones de d¨®lares en un a?o entero, lo que es bien poco comparado con los gastos de ocupaci¨®n y reconstrucci¨®n, por no hablar ya de los problemas pol¨ªticos de la ocupaci¨®n. No es adulando a la "nueva Europa" para provocar a la "vieja" como conseguir¨¢ Washington apoyos que m¨¢s tarde o m¨¢s temprano podr¨ªa considerar necesarios, si no vitales. La relaci¨®n euro-estadounidense ya no ser¨¢ lo que era, porque afortunadamente las condiciones que la forjaron objetivamente en el siglo XX, a lo largo de dos conflictos mundiales y despu¨¦s de la guerra fr¨ªa, han desaparecido. S¨®lo las consideraciones econ¨®micas ser¨ªan suficientes para recomendar el mantenimiento de un lazo transatl¨¢ntico ya bien estructurado. Y en el mundo contempor¨¢neo, la econom¨ªa es indisociable de la seguridad.
Thierry de Montbrial es director del Instituto Franc¨¦s de Relaciones Internacionales (IFRI). ? Le Monde Traducci¨®n de News Clips
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.