Guerra por las minas del rey Salom¨®n
Miles de 'garimpeiros' extraen oro en una zona al norte de Bunia devastada por a?os de lucha armada
No quedan restos de la leyenda que situaba las minas del rey Salom¨®n en Mongbwalu y Watsa, al norte de Bunia, capital de la regi¨®n congole?a de Ituri: cientos de garimpeiros, que parecen surgidos de una fotograf¨ªa de Sebasti?o Salgado en Brasil, taladran de sol a sol la tierra armados de picos y palas para ara?ar unos gramos de oro. A?os de combates han arruinado la maquinaria colonial y espantado inversiones en un pa¨ªs que esconde inmensos yacimientos aur¨ªferos.
Al pueblo de Iga-Barier se llega desde Bunia por una angosta carretera bacheada. No m¨¢s de 30 kil¨®metros salpicados de milicianos hema armados. Es la ruta de las masacres de mayo. La aldea de Bira revive con sus casas de adobe apostadas a ambos lados y en Soleniama apenas quedan seres humanos pululando por el camino. "Los que no huyeron a tiempo fueron degollados", espeta el conductor.
Decenas de chabolas techadas de hojalata se expanden en Iga-Barier sin orden por las laderas y callejuelas. En la v¨ªa principal bullen la sed de negocio y la algarab¨ªa. Entre las tiendas -restauranes con nombres como Mama Fif¨ª, vendedores de imposibles y com-pradores de oro-, destaca una caseta-cine que dej¨® de anunciar la cartelera. Iga-Barier es una aldea minera, de gente pobre que rasca la tierra rojiza por un d¨®lar al d¨ªa con la sombra de la milicia lendu a la espalda.
Samuel, de 28 a?os, es garimpeiro desde hace cinco. Pertenece a un equipo de 50 personas. "Venimos a las seis de la ma?ana y nos vamos a las seis de la tarde", dice con el rostro manchado. En el fondo de la excavaci¨®n trabaja una docena de hombres, los m¨¢s fuertes. Pican la tierra con azadas herrumbrosas mientras que Samuel va y viene arreglando el extractor de agua, que es alquilado. "Nos cobran por ella un gramo por jornada", dice Samuel. "Sacamos entre cinco y seis gramos diarios, depende del sitio asignado. En los mejores se consiguen cien".
Jonbu, de 14 a?os, trabaja en lo alto de la mina. Una hilera de hombres, mujeres y ni?os alzan las sacas de una pasta gris¨¢cea. ?l es responsable de separar los pedruscos y empujar hacia el ¨¢rea de limpieza la masa acumulada. "No voy a la escuela porque est¨¢ cerrada por la guerra". Su padre muri¨® asesinado y su madre necesita dinero. "Prefiero trabajar aqu¨ª que ir al colegio". Kamahanda, de 38 a?os y Malobi, de 35, pasan la masa por un rastrillo e inspeccionan a mano las piedras menudas. "A veces, el oro se esconde en los pliegues", asegura Kamahanda. Al otro lado, Baati, de 11 a?os, mete su recipiente en el agua y lo remueve en c¨ªrculos. A diferencia de Jonbu desea ir al colegio. Baati parece triste, pues tras m¨¢s de cuatro horas de trabajo no ha hallado nada.
Al norte, en Nizi, se halla la frontera. No hay se?ales, s¨®lo se huele el miedo. All¨ª acaba la zona controlada por la milicia hema de la Uni¨®n Patri¨®tica Congole?a (UPC). A unos dos kil¨®metros est¨¢n los lendu, y m¨¢s arriba la gran mina de Mongbwualu y ya cerca de Sud¨¢n, la de Watsa. En Nizi se encuentra la f¨¢brica, la instalaci¨®n levantada en 1909 por los belgas para insuflar de maquinaria y electricidad al negocio. El nombre de la empresa, Kilo Moto, est¨¢ impreso en las puertas de cuatro desvencijados camiones a los que les robaron hasta las transmisiones.
En Nizi quedan dos docenas de antiguos empleados. Parecen n¨¢ufragos olvidados. Malviven en las casas de la empresa y beben mandro, una bebida fabricada con ma¨ªz y sorgo. Basa, de 53 a?os, recuerda tiempos pasados: "Hace diez a?os que todo esto se arruin¨® por la guerra. Antes trabaj¨¢bamos por 18 d¨®lares al mes y ahora no ganamos nada y tenemos que labrar los campos cerca de la milicia lendu". Mam¨¢ Ani, que es la encargada de preparar el mandro caliente en cuencos de calabaza seca, no oculta su terror: "Hace dos semanas nos atacaron, mataron a varias personas y robaron".
De regreso a Iga-Barier, Diondonne, ajusta la balanza. Es un comprador de oro. "Pago 10 d¨®lares por gramo y lo vendo en Bunia por 12. Ahora, el negocio est¨¢ mal. Consigo como mucho 100 gramos por d¨ªa. Antes compraba dos kilos a la semana". Diondonne contrapesa el oro con una moneda antigua, el licuta, algo menos de un gramo. Con ese ardid incrementa sus beneficios. Antes del conflicto en la zona aur¨ªfera de Ituri se extra¨ªan artesanalmente 400 kilos de oro al mes, lo mismo que en los tiempos de la colonia. En-tonces, con maquinaria adecuada se lograban esos 400 kilos en dos o tres d¨ªas y el resto del mes se des-cansaba para no inundar el mercado y hundir el precio. Mucho de ese oro de Ituri viajaba a India a trav¨¦s de Nairobi o Dubai.
De regreso a Bunia, apenas queda nada en la retina que recuerde a una leyenda, s¨®lo una tierra picoteada por topos buscadores de fortuna. Si para que una explotaci¨®n sea rentable es necesario obtener 12 gramos de oro por tonelada de mineral, en esta regi¨®n de Congo incendiada por la codicia mercenaria, la tierra esconde 18 kilogramos por tonelada. ?sa es su desgracia y uno motor de la guerra.
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