Sab¨ªa que no sab¨ªa
Las informaciones lo confirman: como m¨ªnimo, Aznar sab¨ªa que no sab¨ªa si Sadam Husein estaba o no en posesi¨®n de armas de destrucci¨®n masiva cuando apoy¨® la guerra contra Irak. Hizo caso omiso de los informes cautos del CNI (Centro Nacional de Informaci¨®n) para, con afirmaciones rotundas, ir mucho m¨¢s all¨¢ y contribuir a montar
con Bush y Blair, el caso en favor del ataque. La manipulaci¨®n por un presidente del Gobierno de la informaci¨®n disponible para enga?ar es de una gravedad que no se puede minimizar. Ha llevado a la ruptura de la confianza entre la ciudadan¨ªa y el Gobierno que reflejan las encuestas. Por ello, est¨¢ m¨¢s que justificado que el Ejecutivo y el director del CNI den explicaciones en la Comisi¨®n de Secretos Oficiales del Congreso de los Diputados.
Ni el CNI ni la Divisi¨®n de Inteligencia del Estado Mayor de la OTAN llegaron a concluir que Bagdad poseyera armas de destrucci¨®n masiva o tuviera la intenci¨®n de usarlas. Tan s¨®lo que el r¨¦gimen manten¨ªa la "voluntad" de adquirirlas. Sin embargo, Aznar, siguiendo a Bush y Blair en su temeridad, fue tajante en sus afirmaciones. Ahora se explica quiz¨¢ que en la famosa comparecencia de Powell el 5 de febrero, en la que ense?¨® pruebas que no eran tales, la ministra espa?ola, Ana Palacio, llegara a ser m¨¢s dura en sus ataques al r¨¦gimen iraqu¨ª que el propio secretario de Estado de EE UU. El enga?o va a¨²n m¨¢s lejos al a?adirse la supuesta vinculaci¨®n entre el r¨¦gimen de Sadam Husein y el terrorismo de Al Qaeda. De nuevo, como se va sabiendo en EE UU, Bush fue mucho m¨¢s all¨¢ de los informes de la CIA que no avalaban esta relaci¨®n, y el discurso del terror lo impregn¨® todo.
Hemos asistido a un juego sucio para intentar que la ONU avalara el ataque a Irak, principalmente porque Blair lo necesitaba por razones internas, y Bush no quer¨ªa ir en solitario a una guerra contraria a la legalidad. El jefe de los inspectores internacionales, Hans Blix, nunca quiso prestarse a este juego y posteriormente se ha quejado de las trabas a su labor puestas por Washington. A estas alturas, ya da casi igual que aparezcan o no las buscadas armas, pues est¨¢ claro que en el momento en que se decidi¨® la guerra eran una excusa, no una raz¨®n. En Washington, el Congreso de EE UU est¨¢ investigando lo ocurrido y, en Londres, Blair atraviesa una profunda crisis de credibilidad a ra¨ªz de las informaciones aportadas por algunos de sus ex ministros sobre la manipulaci¨®n de la informaci¨®n disponible. Y en Espa?a, no pasa nada.
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