Las fotos del poder
Desde la invenci¨®n de la fotograf¨ªa, pero sobre todo en el ¨²ltimo siglo, uno de los itinerarios iconogr¨¢ficos m¨¢s peculiares es el de las im¨¢genes que reflejan en la prensa a los poderosos de cada generaci¨®n. Es dif¨ªcil encontrar fotos m¨¢s trabajadas que ¨¦stas y a partir de ¨¢ngulos tan diversos. En realidad han llegado a constituir un g¨¦nero aparte, en el que la espontaneidad es contrarrestada por milim¨¦tricos c¨¢lculos y la informaci¨®n es aprisionada en los frecuentemente invisibles muros de la propaganda.
Tras una centuria larga de excesivos ejemplos, conocemos con detalle los m¨¦todos de las dictaduras, con la imp¨²dica mezcla de apolog¨ªa y mentira que las caracteriza. M¨¢s que dejarse fotografiar, el tirano se autofotograf¨ªa, sin dudas y sin manchas, de manera que el resultado es siempre una imagen serial. El caso m¨¢s recientemente convocado, el de Sadam Husein, es la exacta repetici¨®n de los casos anteriores. En todos ellos el dictador elige el talante que debe tener su icono y el sistema de reproducci¨®n es la caja de resonancia que debe llevar, a trav¨¦s de vallas, portadas o pantallas, este esp¨ªritu al ¨²ltimo rinc¨®n de la comunidad.
No creo que haya espontaneidad en las fotos del poder. Al contrario, son resultado de un duro torneo en el que un error puede ser demoledor
En el gran zoo del poder hemos coleccionado un notable n¨²mero de especies. El propio Sadam quer¨ªa verse -y por tanto ser visto- como un plet¨®rico caudillo cuya misi¨®n, patriarcal y a veces necesariamente cruel, se remontaba hasta la figura colosal de Saladino. Entre ¨¦l y los grandes totalitarismos el zoo nos recuerda presencias imborrables: el centroafricano Bokassa, coronado como nuevo Napole¨®n; el coreano Kim il Sung, l¨ªder infalible, transmigrado en su inenarrable hijo, o el argentino Per¨®n, cuyos estragos mesi¨¢nicos siguen ceb¨¢ndose sobre su pa¨ªs mucho despu¨¦s de su muerte. De todos ellos podemos contemplar el grotesco icono que escogieron para la posteridad. En nuestro particular zoo identificar¨ªamos decenas de iconos igualmente grotescos.
Naturalmente, son los grandes totalitarismos los que ocupan el lugar preferente: ellos tuvieron m¨¢s tiempo y m¨¢s poder para moldear e imponer su imagen. Son los cl¨¢sicos del zoo, los ejemplares que re¨²nen bajo su piel reiterada hasta el infinito los peores abismos. Mussolini, el primero de los grandes exhibicionistas, observ¨¢ndose en el espejo de bronce del Imperio Romano; el "padrecito" Stalin, incansable hasta eliminar las fotograf¨ªas y, por supuesto, los cuerpos de sus competidores; Hitler, el m¨¢s preocupado por destacar la pureza espiritual del ¨¦mulo acanallado de Sigfrido o Lohengrin; Mao Tse Tung, finalmente, la cara p¨¦trea que tutelaba millones de conciencias. A la sombra de estos cl¨¢sicos del autorretrato tir¨¢nico no podemos olvidar la tristeza ic¨®nica de Franco, demasiado mediocre, incluso f¨ªsicamente, para hacer un mito de s¨ª mismo. El guerrero m¨¢s bien enano de la Cruzada dio paso al bur¨®crata regordete que se apoder¨® g¨¦lidamente de cuatro d¨¦cadas de nuestra historia. Con poco material heroico a su disposici¨®n, los propagandistas de Franco acabaron optando por la figura, menos brillante pero m¨¢s perdurable, del "hombre com¨²n".
Sin embargo, si los autorretratos de los dictadores est¨¢n llenos de inter¨¦s, mucho m¨¢s fascinantes son las fotograf¨ªas del poder en las sociedades democr¨¢ticas. En ellas cada imagen es el fruto de numerosos puntos de tensi¨®n: el ojo del fot¨®grafo, la ideolog¨ªa de los medios de comunicaci¨®n que publican o emiten la fotograf¨ªa, la estrategia del fotografiado y tambi¨¦n, en ¨²ltima instancia, el ojo, nunca neutral, del lector o espectador. No creo que haya la menor espontaneidad en las fotos del poder. Son, al contrario, el resultado de un duro torneo en el que cualquier error puede tener efectos demoledores.
Entre nosotros, quiz¨¢ el modelo m¨¢s avasallador fue el que aplicaron algunos medios de comunicaci¨®n a Felipe Gonz¨¢lez en los ¨²ltimos a?os de su gobierno. Se trataba de retratos a un hombre corrupto y la iconograf¨ªa de Gonz¨¢lez fue convenientemente adaptada para ser presentado como tal. En consecuencia, las fotograf¨ªas publicadas en aquellos medios optaban por las instant¨¢neas, entre mil, que destacaban la supuesta fisonom¨ªa de la corrupci¨®n. Tampoco ha sido dif¨ªcil, en especial durante la actual legislatura, que Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar apareciera con los rasgos del mequetrefe autoritario o Xavier Arzalluz con los del fan¨¢tico predicador.
Si nos adentr¨¢ramos sin prejuicios en el zoo ic¨®nico del poder, descubrir¨ªamos gran parte de los significados ocultos de la Historia. No se trata simplemente de que las im¨¢genes sean manipuladas por el poder -con aquella dr¨¢stica sencillez con que Stalin convert¨ªa a Trotski en un espectro-, sino del hecho, m¨¢s crucial, de que esta imagen se haya impuesto a tantas otras im¨¢genes posibles. Es el detalle que acostumbra a cambiar el curso de los acontecimientos.
Todos pudimos ver hace poco una de las fotos de familia de los poderosos reunidos en Evian. Era un grupo riente (en esas reuniones siempre r¨ªen) con Putin de espaldas. Pero recuerdo dos instant¨¢neas completamente distintas. En una parec¨ªan unos hombres alegres, relaj¨¢ndose tras tantas preocupaciones por el bien del mundo; en la otra, unos tramposos que se re¨ªan estruendosamente al comentar la ¨²ltima fechor¨ªa.
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