Mentira y pol¨ªtica
EL RESPONSABLE p¨²blico -gobernante, funcionario, juez- que toma una medida injusta sabiendo que lo es comete un delito de prevaricaci¨®n. El gobernante que, en el ejercicio de su funci¨®n, dice algo que no es cierto, sabiendo que no lo es, en beneficio de sus intereses pol¨ªticos est¨¢ cometiendo algo muy grave, aunque no sea delito, que bien podr¨ªa llamarse prevaricaci¨®n pol¨ªtica. Hay pa¨ªses -especialmente los anglosajones- en los que la mentira es considerada como uno de los hechos m¨¢s reprobables en la conducta de un pol¨ªtico. En Espa?a, sin embargo, se da por supuesto que la mentira forma parte del modo de hablar del gobernante. Simplemente, el discurso del desprecio de la pol¨ªtica va engordando -"todos son iguales, todos mienten, yo no me f¨ªo de ninguno"-. Una larga lista de lugares comunes que podr¨ªan sonar a sano escepticismo, pero que en realidad dan cuenta de un gran d¨¦ficit de cultura democr¨¢tica.
Los gobernantes mentir¨ªan menos si la ciudadan¨ªa fuera m¨¢s exigente. Aqu¨ª, sin embargo, la gente se limita a convertir en descr¨¦dito de la clase pol¨ªtica entera la mentira de un personaje determinado. O considerar siempre que s¨®lo miente el adversario. En este pa¨ªs se dan dos fen¨®menos convergentes. Por un lado, el voto es muy ideol¨®gico. Aunque muchos se empe?en en decir que son conceptos anacr¨®nicos, la raz¨®n principal que lleva a los electores a un voto determinado es la opci¨®n de derechas o de izquierdas. Por eso, los dos grandes partidos, PP y PSOE, tienen un suelo de votos tan alto.
Pero, por otra parte, hay una larga tradici¨®n de descr¨¦dito de la pol¨ªtica. El franquismo se dedic¨® sistem¨¢ticamente a machacar al pa¨ªs diciendo que la pol¨ªtica era culpable de todos los males, relacion¨¢ndola con las causas de la Guerra Civil. Y algo ha quedado en el imaginario colectivo. Franco dec¨ªa, con todo el cinismo, que ¨¦l no hac¨ªa pol¨ªtica. A ello se debe a?adir que la derecha renacida despu¨¦s de la traves¨ªa del desierto de las mayor¨ªas absolutas socialistas se apunt¨® enseguida al discurso del descr¨¦dito de lo p¨²blico que soplaba desde el Oeste. Con lo cual el universo de la pol¨ªtica ha sido sistem¨¢ticamente poblado de sombras, desde la propia pol¨ªtica.
Con estos dos componentes no es de sorprender que la pol¨ªtica espa?ola se mueva entre las adhesiones incondicionales -con la ideolog¨ªa de por medio- y el discurso del "todos son igual de mentirosos, la pol¨ªtica cada vez me interesa menos". Ninguna de las dos figuras se corresponde con el escepticismo cr¨ªtico propio del ciudadano exigente, que es, en definitiva, el que da verdadera vida a una sociedad democr¨¢tica.
En este marco, el recurso a la mentira como arma de la acci¨®n pol¨ªtica es especialmente da?ino porque debilita la democracia y frena el desarrollo de una cultura democr¨¢tica. Estamos en vigilias de un debate sobre el estado de la naci¨®n. El PP -despu¨¦s de haber superado el peor curso de su trayectoria de gobierno- lo enfrenta envalentonado porque los fracasos del PSOE le han reabierto el camino de la mayor¨ªa absoluta cuando menos se lo esperaba. Entre las muchas cosas graves que han ocurrido este a?o hay una que me parece capital. El caso de prevaricaci¨®n pol¨ªtica de Aznar en relaci¨®n con la guerra de Irak. Aznar hizo de las armas de destrucci¨®n masiva y del peligro inminente para nuestra seguridad el motivo principal del apoyo a la guerra. Despu¨¦s hemos conocido que cuando apost¨® su palabra a este argumento ya sab¨ªa que no era cierto. Wolfowitz dej¨® claro que las armas de destrucci¨®n masiva fueron un falso motivo de la guerra, que se utiliz¨® porque era el que m¨¢s consenso pod¨ªa crear. Los servicios de informaci¨®n nunca validaron esta amenaza. La mentira de Aznar tuvo consecuencias graves: el apoyo a una guerra. Una mentira con la que ¨¦l se comprometi¨® solemnemente. "Cr¨¦anme", dijo en televisi¨®n. Bush y Blair tendr¨¢n que dar explicaciones por haber mentido y probablemente lo pagar¨¢n. Aznar, no. El PSOE est¨¢ debilitado por la crisis de Madrid. Y la ciudadan¨ªa parece dispuesta a mirar hacia otra parte.
No s¨®lo eso: Aznar podr¨¢ seguir jugando con las medias verdades. Aznar quiere rehuir cualquier responsabilidad del PP en la trama de corrupci¨®n urban¨ªstica. Otra vez habla sabiendo que no dice la verdad. Porque el problema es principalmente del PSOE, pero la trama es extensa, y un Gobierno no puede ampararse en los errores del adversario para eludir una de sus responsabilidades principales: vigilar las relaciones entre dinero y poder pol¨ªtico.
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