Urbanismo basura
Un tal Tamayo ha simulado un sismo en la Asamblea de Madrid. Impostando impasibilidad, el diputado que ha roto la disciplina socialista posa d¨®cilmente en el despacho de su abogado en la plaza de Castilla, dando la espalda a un paisaje p¨¢lido de bloques y torres que finge haber sido ya pintado por Antonio L¨®pez. Su amigo el promotor Bravo, auxiliar distra¨ªdo en la maniobra que ha impedido el gobierno de la izquierda en la regi¨®n, es enmarcado por los fot¨®grafos con los ¨®rdenes cl¨¢sicos de su oficina posmoderna en Villaviciosa de Od¨®n, y hay una extra?a correspondencia entre el torpe terno cruzado y la tosca persiana met¨¢lica que se desliza entre las pilastras, molduras y frontones de la puerta principal; camino del aparcamiento, un ajado ed¨ªculo de juguet¨®n clasicismo rossiano suministra un segundo fondo simb¨®lico a la figura en marcha del empresario inmobiliario. Hace catorce a?os, "un tal Pi?eiro" protagoniz¨® otro caso de transfuguismo en la misma Asamblea madrile?a, aunque en aquella ocasi¨®n de signo contrario, y los peri¨®dicos rescatan ahora su fotograf¨ªa frente a la entrada de la sede de un grupo promotor de nombre romano y logotipo de laureles clasicistas: la ret¨®rica figurativa de la arquitectura may¨²scula se enreda con las ambiciones min¨²sculas de personajes inciertos, y el craquelado orden solemne de los antiguos apenas maquilla el desorden trivial y codicioso de estos urbanizadores modernos.
Los arquitectos descreen del urbanismo, pero sin duda la forma de la ciudad y el territorio es m¨¢s importante que la configuraci¨®n de sus objetos singulares
Los arquitectos descreen del
urbanismo, pero sin duda la forma de la ciudad y el territorio es m¨¢s importante que la configuraci¨®n de sus objetos singulares. Secuestrados por la magia simb¨®lica de algunas obras de autor, cerramos los ojos ante la extensi¨®n an¨®nima de la ciudad informe. Y refugiados en la pereza intelectual de los mantras medi¨¢ticos -la especulaci¨®n del suelo, la mafia del ladrillo, la corrupci¨®n inmobiliaria-, rehusamos reconocer que el urbanismo basura consume y colmata los territorios metropolitanos como manifestaci¨®n material de la prosperidad, y como expresi¨®n geogr¨¢fica de la democracia. Al igual que la comida basura o la televisi¨®n basura, las promociones residenciales de ¨ªnfima calidad arquitect¨®nica que proliferan en las periferias urbanas responden a una demanda social oce¨¢nica: el McUrbanismo se funde con el urbanismo Glam, y la multitud alimenta la burbuja inmobiliaria con una caudalosa servidumbre de hipotecas. La soberan¨ªa del consumidor que impera en el alimento y el ocio gobierna tambi¨¦n la casa y la ciudad, oikos y polis, y esa doble ra¨ªz etimol¨®gica de la econom¨ªa y la pol¨ªtica sublima la hip¨®stasis posmoderna de la cuota de mercado y la intenci¨®n de voto en la sustancia ¨²nica del ¨ªndice de audiencia, una cartograf¨ªa de la conciencia que acaba traslad¨¢ndose al mapa del territorio.
M¨¢s all¨¢ de la an¨¦cdota madrile?a, que no ha revelado sino el secreto a voces de que los partidos amalgaman ideas e intereses -circunstancia por otra parte leg¨ªtima, que en muchas democracias maduras se articula a trav¨¦s de corrientes organizadas y lobbies expl¨ªcitos-, el fervor compartido de los dirigentes pol¨ªticos por los parlamentos de brazos de madera muestra los reflejos defensivos de unas ¨¦lites burocr¨¢ticas inermes ante el debate y fr¨¢giles ante la transparencia, porque la estabilidad del sistema exige que lo esencial no se cuestione. Y lo esencial del modelo territorial reside en la aceptaci¨®n pl¨¢cida del urbanismo de consumo, reemplazando la decisi¨®n colectiva sobre la forma de la ciudad por un c¨²mulo de intervenciones fragmentarias producto del mercadeo o el c¨¢lculo que colonizan el paisaje con basura edificada. Ni las manipulaciones desleales de los diputados frustrados por el incumplimiento de pactos internos, ni las declaraciones altisonantes de sus jefes pol¨ªticos ante la insubordinaci¨®n de los que fueron su instrumento, ni las maniobras ventajistas de sus rivales electorales frente a la descomposici¨®n manifiesta del liderazgo socialista arrojan luz sobre los mecanismos con los que se construye el territorio madrile?o. La traca de acusaciones, con su chisporroteo de maletines, sobornos y votos comprados, es un fuego de artificio que ilumina con sus rel¨¢mpagos negros algunas sentinas del urbanismo regional, pero que protege en su noche un¨¢nime la ciudad consensuada por la democracia inmobiliaria.
Esa urbe sin atributos reclama fogonazos de autor que alivien la anomia narc¨®tica del territorio sin cualidades, y las arquitecturas de arte y ensayo se brindan como coartada de la ciudad gen¨¦rica: de la misma manera que en el municipio de Madrid las viviendas encargadas a una galaxia heter¨®clita de firmas internacionales -de MVRDV o Chipperfield a Morphosis o Legorreta- sirven como aderezo ex¨®tico a la deplorable operaci¨®n de los Planes de Actuaci¨®n Urban¨ªstica (PAU) -que han agotado el suelo disponible con la mediocridad homog¨¦nea de sus trazados rutinarios-, en la Comunidad los centros culturales encargados por el gobierno regional a j¨®venes arquitectos de talento se utilizan como exorcismo in¨²til y cortina de humo simb¨®lica ante el avance tenaz del fango inmobiliario que anega el paisaje con sus residuos ecu¨¢nimes, cocinados en concejal¨ªas de urbanismo donde acampan constructores y propietarios de suelo, y en empresas promotoras con pol¨ªticos en n¨®mina y sedes adornadas con oropeles de arquitectura cl¨¢sica. No hay aqu¨ª, sin embargo, grandes dramas; este sistema perverso y pac¨ªfico es una enfermedad voluntaria, y no cabe inquirir en los s¨ªntomas persiguiendo sorpresas: su etiolog¨ªa es trivial. Los m¨¢s c¨ªnicos argumentar¨¢n que a fin de cuentas la pol¨ªtica democr¨¢tica no es sino gesti¨®n de demandas contrapuestas, pacto entre intereses enfrentados y arbitraje del poder o del lucro, cuestiones todas ellas que excluyen las ideas o las formas definidas, pero que en su conformista posibilismo nos protegen de las utop¨ªas totalitarias.
En el universo inmaterial de los
medios y la imagen, la aceleraci¨®n de la comunicaci¨®n con objetos emblem¨¢ticos enmascara el contexto y lo dinamiza a la vez: el fulgor seductor de las arquitecturas singulares no deja ver la mezquindad en penumbra, pero ese ocultamiento ¨¤ la Potemkin se redime por el genuino impulso que la novedad ins¨®lita imprime a la vida ciudadana. Acaso por ello, las piezas simb¨®licas (y aqu¨ª se incluye la estatuaria y el mobiliario urbano) adquieren una importancia desmesurada en la percepci¨®n y el debate municipal, restando espacio pol¨¦mico a las grandes decisiones estructurales, que a menudo pasan inadvertidas. No fueron los PAU, sino la multiplicaci¨®n de los chirimbolos en las aceras lo que llev¨® a los arquitectos a manifestarse contra el alcalde ?lvarez del Manzano, que tuvo en la estatua de La Violetera -colocada por su antecesor Rodr¨ªguez Sahag¨²n-el mayor desencuentro est¨¦tico con la ¨¦lite intelectual, poco receptiva ante el casticismo costumbrista que tantos aplauden en Disney. Y han sido tambi¨¦n escult¨®ricas las primeras fintas art¨ªsticas de su sucesor Ruiz-Gallard¨®n, sacralizando con equivocado instinto populista el lamentable trilito dictado por un Dal¨ª moribundo -traducci¨®n de una imagen bidimensional, como el bienintencionado y rid¨ªculo abrazo de Genov¨¦s instalado hace unos d¨ªas en Ant¨®n Mart¨ªn-, y defendiendo con encomiable rigor a la Cibeles de la celebraci¨®n blanca, aun a costa de provocar la inaudita ira de un vestuario que parece ignorar el v¨ªnculo entre su exorbitante coste y las recalificaciones municipales de la Ciudad Deportiva.
Ensimismados en sus placeres solitarios, los arquitectos de firma contemplan el urbanismo con fascinaci¨®n perpleja. Saben que las ciudades demandan el ornato medi¨¢tico de sus obras, y que el arte transforma lo cotidiano en singular; pero saben tambi¨¦n que el Midas m¨¢s poderoso es el legislador capaz de transformar el uso del suelo, convirtiendo en oro lo que toca. Aprendices de Harry Potter, en sus manipulaciones alqu¨ªmicas descubren con sorpresa que es mayor la fuerza m¨¢gica del urbanista. Y amparados por la cr¨ªtica criselefantina, que defiende a la vez su toque ¨¢ureo y su torre eb¨²rnea, los arquitectos de Venus se aprestan a seducir a los urbanistas de Marte, convencidos de que la sensibilidad pl¨¢stica de las obras de autor debe fertilizarse con la energ¨ªa musculosa de la ciudad para engendrar frutos saludables. Pero si sobrevolamos los p¨¢ramos est¨¦ticos en que se han convertido las periferias de las metr¨®polis, quiz¨¢ lleguemos a la conclusi¨®n de que los urbanistas no son de Marte, sino de Urano. Mejor adoptamos.
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