F¨¢brica de tedios
Toros y toreros se pusieron de acuerdo para fabricar una tarde tediosa. Tediosa donde las haya. Seis toros, y el premio a los toreros se les pag¨® con seis silencios. A silencio por toro.
A la corrida de Alcurruc¨¦n le falt¨® la clase necesaria para que se pueda hablar de toros bravos. La bravura para esos toros era una nana que les cantaron cuando eran becerritos, pero se les olvid¨® la letra.
As¨ª como el a?o pasado Antonio Ferrera y El Fandi llegaron a convertirse metaf¨®ricamente en dos tenazas al rojo vivo, en la tarde de ayer no pasaron de ser dos cubitos de hielo mal presentados. Daba la impresi¨®n de que no sab¨ªamos si los toreros, incluyo aqu¨ª a Antonio Barrera, iban hacia los toros o hacia el euro.
Alcurruc¨¦n / Ferrera, Barrera, El Fandi
Toros de Alcurruc¨¦n: mansos, parados, sin clase, 1? y 2?; derrengados los cuartos traseros. Antonio Ferrera: metisaca, dos pinchazos, estocada delantera y descabello (silencio); pinchazo y estocada ca¨ªda (silencio). Antonio Barrera: media estocada delantera (silencio); dos pinchazos y estocada desprendida -aviso- y cae el toro (silencio). El Fandi: dos pinchazos y estocada ca¨ªda (silencio); pinchazo, estocada y descabello (silencio). Plaza de Toros de Pamplona, 7 de julio, 3? de feria. Lleno.
Antonio Ferrera ni siquiera supo caldear al p¨²blico con las banderillas, lo que con tanto alboroto y espectacularidad exhibi¨® por los ruedos espa?oles y americanos el a?o pasado. En sus faenas a los dos toros que le tocaron en suerte, estuvo temeroso, dej¨¢ndose tropezar en exceso la muleta. No tuvo ni fuste ni cosa que se le pareciera. Estuvo premioso y exasperante. Una especie de esfinge sin enigmas. Lo dicho, mal sin paliativos. Horrorosamente mal.
A Antonio Barrera no se le puede achacar falta de voluntad. La tuvo. Sin embargo, sus dos faenas adolecieron de premiosidad. Si bien en el quinto de la tarde anduvo valiente y aguantando, por otro lado porfi¨® tanto que acab¨® aburriendo. En el toreo no basta con ser porfi¨®n. El toreo es la cosa realizada y no un espejismo del esp¨ªritu.
La actuaci¨®n de El Fandi no mantuvo diferencias con sus dos compa?eros de terna. Solamente consigui¨® soltar algunos aplausos de un p¨²blico aburrido en un quite por chicuelinas (nada del otro mundo) y, en especial, en tres pares de banderillas, sobre todo el tercero, que fue a la suerte del viol¨ªn, por aquello de la vena musical que al parecer tiene el granadino. Las faenas de sus toros carecieron de relieve: tres pases aceptables y alguno algo bueno. El resto, para olvidar. No se puede venir a Pamplona y por un par al viol¨ªn que le paguen como si fuera el concierto de su vida.
Mal empieza el primer festejo de matadores de toros, sobre todo si en los inicios de cada faena acababa por ser el augurio de nada, nada de la nader¨ªa. No ser¨ªa bueno que el coso pamplon¨¦s acabara siendo el refugio de los c¨¢ndidos bajo los fuegos artificiales. La melancol¨ªa de los poetas y el valor de los toreros empiezan a ser, por lo que acaeci¨® ayer, puros topicazos.
Tambi¨¦n hab¨ªa que decir que en algunos momentos los tres matadores gestaron sus faenas dando saltos como si pisaran rastrojos.
No podemos estar en Pamplona y no referirnos a Hemingway cuando argumentaba lo siguiente: "Si el p¨²blico prefiere los trucos a la sinceridad, el torero har¨¢ trucos". Conviene estar al tanto sobre este aserto para que el p¨²blico no se deje embaucar con ese toreo de pitimin¨ª que tanto abunda en esta ¨¦poca que nos ha tocado vivir.
Siguiendo en lo literario, deberemos tener cuidado a ciertas faenas que suelen tejer las figuras, esas faenas que a la luz de la Luna pueden tener resultados muy rom¨¢nticos, pero a plena luz de la tarde navarra pueden acabar siendo aut¨¦nticos fiascos.
Parte del p¨²blico estuvo a la altura de la tarde tediosa, tirando desde los altos almohadillas sin pausa. Hacia el final de la corrida los areneros tuvieron que trabajar a destajo para limpiar el coso de las nefastas almohadillas verdes. Pero como los sue?os sue?os son, esperemos que vengan mejores d¨ªas. En caso contrario, nos acordaremos de aquellas caricias antiguas de nuestra mejor infancia, que en un momento dado las hemos sentido como una bendici¨®n alrededor de las sienes.
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