Acciones, apariciones, fulguraciones
Uno. Tras viajar por Alaska (Lento retorno) y recorrer a pie los parajes perdidos de su infancia austriaca (Por los pueblos) y lavarse los ojos en el pa¨ªs de C¨¦zanne, en los colores de C¨¦zanne (La doctrina de la Sainte-Victoire), Peter Handke encontr¨® el centro del mundo, el verdadero coraz¨®n de su tierra natal, en una peque?a fuente situada en un parque, "entre Meudon y Clamart", por el que cruzaba cada tarde, para ir a buscar a su hija al colegio. El hilo de agua de aquella fuente humilde, casi oculta por la maleza, creci¨® hasta convertirse en un r¨ªo amplio y sosegado, el Poema a la duraci¨®n, una de sus obras m¨¢s bellas y conmovedoras. Otra min¨²scula epifan¨ªa -una tarde de primavera, sentado "en la plaza que hay frente al centro comercial de Mail, en V¨¦lizy", dejando pasar las horas en la contemplaci¨®n vagabunda del paisaje humano- segreg¨® La hora en que no sab¨ªamos nada unos de otros (1992), un "poema dram¨¢tico sin palabras" en la l¨ªnea del auroral El pupilo quiere ser tutor, aquella pantomima furiosa que Jos¨¦ Luis G¨®mez present¨® con Gaspar, en un deslumbrante programa doble, en los primeros setenta.
L'hora en qu¨¨ res no sab¨ªem els uns dels altres, de Peter Handke, llega al Grec dirigida por Joan Oll¨¦
L'hora en qu¨¨ res no sab¨ªem els uns dels altres ha llegado al Grec como una ventana abierta por la que poder respirar tras la asfixiante sobredosis de vulgaridad -peor: de banalidad- inyectada por Dagoll Dagom en la espumosa sangre de La Perrichola (desde aqu¨ª, un aplauso a la energ¨ªa y el talento de Marta Marco, alz¨¢ndose muy por encima de los chistes trincosos y las coplillas ramplonas de Bozzo y Bru de Sala). Ya he olvidado La Perrichola, gracias al aire fresco de Handke y Joan Oll¨¦, su director. Una frase de Rilke, que le sienta de perlas a su espect¨¢culo: "Y lejos, lejos, detr¨¢s de todo el ruido, se encuentra la patria de las obras de arte, la de los objetos extranjeros, silenciosos y pacientes, que se alzan curiosamente en medio de las cosas de la vida cotidiana, de las gentes ocupadas, los animales tranquilos y los ni?os que juegan".
Dos. Los ni?os que juegan... Oll¨¦ es uno de los pocos que sabe jugar en un teatro (o jugar a hacer teatro). En Oll¨¦ hay un ni?o zumb¨®n, excesivo, l¨ªrico y maravillado: un "ni?o g¨®tico", como se dec¨ªa antes. Lo mejor (y lo peor, claro) de su teatro viene de esa zona, de esa primera mirada o ese primer grito: teatro con pantalones cortos, una "piula" en una mano y un lirio robado en la otra, y un brote de fiebre en los ojos, como el inaguantable y visionario Victor de Vitrac, y un chicle Bazooka, mascado y remascado, para intentar recuperar aquel sabor originario, entre los dientes. Oll¨¦ nos sirvi¨®, har¨¢ casi diez a?os, un Handke mayor, De poble en poble, una suma de lenguajes, una comida de seis o diez platos. L'hora en qu¨¨ res no sab¨ªem els uns dels altres es una resta, un dibujo en el agua, un souffl¨¦, un espect¨¢culo para ser bailado o, mejor, silbado. Aficionado a los gloriosos chistes idiotas de patio de colegio, Oll¨¦ me dijo har¨¢ unas semanas: "Me est¨¢ saliendo m¨¢s Pr¨¦vert que Handke. No me quejo: m¨¢s vale Pr¨¦vert que curar". Como yo tambi¨¦n he jugado (y sigo jugando) en ese mismo patio, iba a titular esta cr¨®nica con un chiste de respuesta: Pina Colada. Hay mucha Pina (Bausch, por supuesto) en este montaje. Pina colada por el filtro, por la mirada en CineNic, de Joan Oll¨¦, casi un autohomenaje, o un ritorno all'antico de su m¨ªnimo, majestuoso, fundamental Set i Mig. Su Handke, s¨ª, est¨¢ m¨¢s cerca de Pr¨¦vert, y de Botho Strauss, y de J¨¦rome Deschamps. Y de Brossa: las Accions de Brossa, aqu¨ª elevadas a la categor¨ªa de tour de force: un fregolismo itinerante, pautado con metr¨®nomo, con 18 actores-bailarines, y m¨¢s de 400 cambios de vestuario, y la voz sabia de Rosa Novell leyendo las acotaciones como una Sibila en off. Y la m¨²sica del perfecto compa?ero de juegos, Pascal Comelade, ba?ando con su melancol¨ªa oce¨¢nica, de orquesta c¨ªngara camino a la c¨¢mara de gas, los encuentros y desencuentros de los innumerables pobladores de esa plaza dominada por un monolito tan enorme y enigm¨¢tico como el de 2001. Personajes que a ratos parecen escapados de una historieta de Coll (el polic¨ªa persiguiendo a un preso que ha robado un pez), o de Benejam (Eustaquio Morcill¨®n y Babal¨², que han cazado a Copito) o del anuncio de Chirucas. Flota el perfume de Kaurismaki (el beso de los dos emigrantes turcos, volviendo del supermercado, mientras suena Amapola) o de Los inconsolables, de Ishiguro. Hay cientos de cruces, esquinas, referencias, y campanas, y el bramido de un avi¨®n como el de un elefante, y maullidos de gatos solitarios. Y viejos, muchos viejos, es decir, muchos padres. El viejo que mira a su alrededor y parece no reconocer la plaza, como Fern¨¢n-G¨®mez en La ciudad sin l¨ªmites. La vieja de Pauvre Martin, con su manojo de arbustos secos a la espalda. La vieja Teresa de la canci¨®n de Ovidi, con el cad¨¢ver de su juventud (una muchacha hermosa y loca, de cabellos largos) sobre los hombros, como un chal in¨²til. Y el viejo que cruza la escena con la cajita blanca de su hijo muerto. Y muchachas solitarias, passantes a las que jam¨¢s conoceremos, con vestidos rojos, corriendo hacia ninguna parte, o ensimismadas, mirando al trasluz una radiograf¨ªa. Una rubia llorosa rescatada por las alas de Fif¨ª La Plume. Dos hombres sin rostro, con gabardina y sombrero. Y el cirujano con su bata verde que sale, un instante, a fumar un cigarrillo y se emboba con el humo, como un aura o una telara?a iluminada por el sol. Y la conga congelada de las embarazadas, mientras Carla Bruni susurra su himno: "Tout l'monde a l'enfance qui ronronne / au fond d'une poche oubli¨¦ / tout l'monde a des restes de r¨¨ve / et de coins de vie devast¨¦e / tout l'monde a cherch¨¦ quelque chose / mais tout l'monde ne l'a pas trouv¨¦e". Desaparece la conga, cruza Tarz¨¢n en su liana, se oscurece el cielo. Gary Cooper, solo ante el peligro de la tarde vac¨ªa, la inacabable tarde de s¨¢bado, hace estallar una bolsa de papel que suena como un trueno. Comienza a llover; parece que, por fin, va a refrescar, un poco.
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