Montmartre, una aldea en Par¨ªs

Montmartre, barrio del norte de Par¨ªs, es como un pueblecillo. Parece estar aparte, pero en realidad est¨¢ perfectamente integrado en la ciudad. Y no es s¨®lo debido a su ubicaci¨®n, en lo alto de un cerro. Nada m¨¢s entrar en su per¨ªmetro, uno tiene la sensaci¨®n de perderse por una antigua ciudadela, llena de vestigios art¨ªsticos y arquitect¨®nicos. Desde Abbesses, subiendo en zigzag las escaleras -iluminadas por farolas de gas que inmortalizaron los mejores fot¨®grafos- hasta su c¨²spide, donde se erige la extra?a bas¨ªlica de Sacr¨¦ Coeur, toda la falda de la peque?a monta?a est¨¢ envuelta y protegida por callejuelas y altibajos de terreno formando un laberinto circular, siempre orientado hacia arriba, en el cual el caminante se pierde admirativo por rincones casi id¨¦nticos a los cuadros de Utrillo o Renoir.

La zona baja de la que parten las primeras escalinatas es ya por s¨ª misma una curiosidad. Desde hace unos a?os se han asentado aqu¨ª comercios, artistas y artesanos de la m¨¢s diversa ¨ªndole reagrupados en colectivos y asociaciones cuya finalidad apunta a preservar, sobre el principio de confort ecol¨®gico, un nuevo urbanismo. Sus residentes, designados con el concepto de moda bo-b¨® (los burgueses bohemios), e independientemente de su filiaci¨®n pol¨ªtica, aplican sus utop¨ªas al funcionamiento comunitario con su dinero y las subvenciones.

Desde algunas calles empinadas, el cielo parece pintado al ¨®leo, y bajando ciertas cuestas o desniveles, la ciudad, al fondo, aparentemente muy lejana, se dir¨ªa una maqueta gigante flotando entre nubes de smog. Es recomendable visitar Montmartre con los primeros rayos de sol, libre de las masas de turistas que, a partir del mediod¨ªa, impiden contemplar en toda su pureza las perspectivas y oberturas desgajadas del horizonte.

En su vertiente norte, el islote abriga un vi?edo de 1.469 metros cuadrados, que produce 500 botellas de vino tinto al a?o. La Villa de las Artes, emplazada en los jardines Forest, data de 1850. Henri Chamb¨®n fue encargado de la reconstrucci¨®n de los talleres y barracas. All¨ª pasaron temporadas ilustres inquilinos como C¨¦zanne, Signac, Dufy y Th¨¦odore Rousseau. Por la Rue Cortot, sobria y bella, est¨¢ el Museo de la Ciudadela y la Casa de los Artistas, salvada de la demolici¨®n por la Sociedad de Historia y Arqueolog¨ªa, antigua residencia de Erik Satie (entre 1890 y 1898).

De fisonom¨ªa un poco fant¨¢stica, el Sacr¨¦ Coeur comenz¨® a construirse en 1875 con roca de Souppes (cuya composici¨®n tiene la propiedad de blanquearse y endurecerse por la acci¨®n conjugada de la lluvia y el sol). Levantada seg¨²n los planos de Paul Abadie con un estilo romano-bizantino, su inmensa torre contiene la c¨¦lebre Savoyard, una campana de 19 toneladas. Tanto por su color, blanco pizarra, como por las escaleras y la fuente a?adidas m¨¢s tarde, y el anacronismo de su relieve a contracorriente del estilo de la ¨¦poca, adquiri¨® en los c¨ªrculos populares republicanos el sobrenombre de se?ora de la torta. Sus defensores, al contrario, exaltaron "el ins¨®lito y soberbio objeto arquitect¨®nico amplificado por los relieves naturales a escala del paisaje". Actualmente, el monumental merengue est¨¢ considerado como uno de los s¨ªmbolos convencionales de la capital. Cerca est¨¢ la iglesia de Saint-Pierre, vestigio de la abad¨ªa real fundada en el siglo XII por Luis VI el Gordo y su esposa, Adelaida de Savoie, menos aparatosa y mucho m¨¢s interesante por su sobriedad y aut¨¦ntico respeto que infunden sus arcos y piedras humildes.

La Madre Caterina

La plaza de Tertre, la m¨¢s conocida por sus pintores de domingo y retratistas a caballete alzado por unas monedas, cuenta con varios restaurantes t¨ªpicos. Hay para todos los gustos. Desde alguno decorado en estilo art d¨¦co con pianista hasta sal¨®n engalanado con cortinas de terciopelo, columnas entre las mesas y cuadros surrealistas, pasando por una sencilla casa de comidas accesible a cualquier bolsa. Sin contar con la m¨¢s vieja taberna, La Madre Caterina, fundada en 1793, amenizada por cantantes y acordeonistas. Pero merece especial atenci¨®n un diminuto y m¨¢gico restaurante: Le Poulbot. Entrar en ese local es como abrir un libro de cuentos con duendes y hadas. Un aroma suave de canela y eucalipto impregna el local. Y el recuerdo de Francis Poulbot, dibujante que consagr¨® su obra a los ni?os pobres de la Butte, tambi¨¦n est¨¢ presente. Los cabar¨¦s hist¨®ricos son El Conejo ?gil, en el que todav¨ªa se re¨²nen en tertulia escritores y borrachos, y Patachou, donde Brassens debut¨® y, seg¨²n la leyenda, Edith Piaf alz¨® su maravillosa voz desgarrando el mundo por ¨²ltima vez.

A la vuelta de una esquina surge el Museo de Dal¨ª. Abierto hace 10 a?os, exhibe 300 obras originales y trabajos poco conocidos del autor espa?ol. Los aficionados a libros de arte, ediciones esmeradas y grabados disponen en la galer¨ªa Roussard de diccionarios y cat¨¢logos de pintores. El lugar funciona un poco como memoria cultural del enclave gr¨¢fico. A la vuelta de otro recodo sorprende El Castillo de las Nieblas, antigua lecher¨ªa y morada de Renoir durante un tiempo y conocida por los escritos de Nerval. De Montmartre se dice que fue donde naci¨® el cubismo, porque all¨ª, en la plaza Emile Goudo, Picasso pint¨® Las se?oritas de Avi?¨®n. Pero en este pueblo que empieza en Pigalle, importante lugar de la vida nocturna parisiense, y acaba en una campana r¨²stica, lo bonito de verdad es olvidarse de cualquier admiraci¨®n y deambular por sus calles menos frecuentadas animado s¨®lo por la agradable sensaci¨®n de pasear, a dos pasos de una ciudad moderna, sobre una simple colina empedrada con macetas en los balcones y puertas artesanales que recuerdan una ¨¦poca ya pasada.